Revista Psicología

El dedo en el gatillo (o el gusto por las armas de fuego)

Por Gonzalo

En España circulan legalmente tres millones de armas. Los psicólogos han alertado ante la falta de rigor en las pruebas para la obtención de la licencia de armas, que permiten que se conceda a cualquier psicópata, como el cazador con permiso en regla que mató a cuatro personas con una escopeta de caza durante la procesión del Corpus en la aldea leonesa de Herreros de Rueda.

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Escopetas y rifles de caza

De hecho, todos los años los cazadores matan a personas inocentes en el campo, y basta con que digan que confundieron a la víctima (una mujer leyendo el periódico bajo un árbol, por ejemplo) con un jabalí para que los jueces los absuelvan. También se matan entre ellos.

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Iván el Terrible de Rusia era un cazador infatigable en el siglo XVI, lo mismo que Stalin y Franco en el XX. Pero la época de la caza ya ha pasado y los cazadores aparecen como figuras rídiculas y violentas, que no despiertan la más mínima admiración y sí una creciente irritación moral, como han podido comprobar el rey Juan Carlos o el ex-vicepresidente Dick Cheney.

Nadie discute el positivo papel desempeñado por Juan Carlos de Borbón en la transición española a la democracia tras la muerte de Franco ni su decisiva contribución a abortar la intentona golpista del teniente general Tejero en 1981. Pero su relación con las armas de fuego y con la caza no le han cubierto precisamente de gloria.

En la entrevista del 25 de agosto de 1948 entre Franco y Juan de Borbón, se acordó que los hijos de este último, Juan Carlos y Alfonso, se trasladarían a España a estudiar. En los periodos vacacionales, los hermanos regresaban a la residencia familiar de Estoril, donde vivían sus padres.

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Al joven Juan Carlos, ya entonces, le gustaban las armas de fuego y su dedo sentía pulsión al gatillo. El 29 de marzo de 1956, jugando con su hermano Alfonso, Juan Carlos le disparó un tiro en la cara con un revólver, causándole la muerte. Juan Carlos pensaba que el revólver estaba descargado, pero jugar con armas de fuego siempre es peligroso y ya se sabe que las armas las carga el diablo.

Al pobre Alfonso lo enterraron discretamente en Portugal y, más tarde, aunque no menos discretamente, lo trasladaron al monasterio del Escorial, donde reposan sus restos. Apenas se habló del asunto, puesta tanto Franco como Juan de Borbón coincidían en la conveniencia de echar tierra encima.

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Disparar a la cara del hermano de 14 años y matarlo, por muy jugando que sea, debe de ser una experiencia traumática, que apartaría para siempre a cualquiera que la haya tenido del contacto con las armas de fuego. Sin embargo, el efecto esperable no se produjo, y la pulsión del dedo  hacia el gatillo seguía causando problemas al rey Juan Carlos y a la monarquía medio siglo después.

Aunque la caza tenía sentido durante el Paleolítico, lo perdió por completo tras la revolución del Neolítico, que tuvo lugar hace unos diez mil años. Es cierto que a los reyes asirios les llevaban los leones en jaulas para que el monarca los alancease.

Se suponía que el rey siempre estaba machacando cabezas de enemigos y que en los ratos libres se entretendría matando animales. Todavía a mediados del siglo XX, los jerarcas del franquismo y los hombres de negocios enchufados intercambiaban favores corruptos a la sombra de la complicidad establecida durante sus cacerías compartidas.

Varias de las mejores películas del cine español, como La caza, de Carlos Saura, o La escopeta nacional, de Luis García Berlanga, testimonian de este oscuro periodo. En cualquier caso, ahora vivimos en el siglo XXI, cuyos valores e inquietudes no son los del Paleolítico ni los del Imperio Asirio y ni siquiera los del franquismo.

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fotograma de la película La Caza, de Carlos Saura

Incluso en Inglaterra ya han prohibido su tradicional caza del zorro, y eso que el zorro no está en peligro de extinción. En su tiempo, Félix Rodríguez de la Fuente trató de atraer a Juan Carlos hacia la nueva sensibilidad, pero la muerte prematura del primero privó al segundo de una saludable influencia que quizá habría acabado apartándolo del gatillo.

Las especies en peligro de extinción son objeto de intensa preocupación, sobre todo si se trata de animales tan emblemáticos como el oso. Los osos, que ya eran abundantes en la Península Ibérica en el Pleistoceno medio, han sido perseguidos con saña hasta su casi total exterminio.

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Mamá osa y sus crías

¿Dónde están los osos de Madrid, la villa del oso y del madroño? ¿Dónde están los osos que dan su nombre al gran monasterio gallego de Oseira? Los millones de niños enamorados de sus osos de peluche, ¿tendrán la oportunidad de ver osos de verdad en el futuro?

La Unión Europea se está gastando millones de euros en reintroducir algunos osos en las zonas de las que habían desaparecido, como en los Pirineos. Un número grande de europeos comparte esta preocupación y contempla con indignación moral que todavía se sigan cazando estos magníficos animales.

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El Osos y el Madroño

La pulsión del dedo que aprieta el gatillo y produce el derrumbe del animal grande y hermoso lleva a cazadores adinerados y sin escrúpulos a contratar agencias como Abies Hunting, especializadas en organizar cacerías terribles de elefantes en África o de osos en Europa.

La zona de Europa donde todavía podría salvarse una población viable de osos está en los Cárpatos de Rumanía, aunque incluso allí la población se ha reducido a la mitad en los últimos años y empieza a estar amenazada.

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Paisaje de los Cárpatos

El sanguinario dictador Nicolae Ceaucescu solía desfogar sus malos instintos con la caza de osos desde su chalé de Covasna, en plena Transilvania, la tierra de Drácula. El ex comunista Adrian Nastase fue primer ministro de Rumanía hasta diciembre de 2004, en que perdió las elecciones.

Nastase era también presidente de la Asociación Rumana de Cazadores y atraía a personajes ricos o influyentes conocidos por su afición al gatillo con la promesa de ofrecerles osos que abatir y, para mayor morbo, alojándolos en el chalé de caza del mismísimo Ceausescu.

En octubre de 2004, en los últimos días de Nastase en el poder, la agencia Abies Hunting organizó a Juan Carlos de Borbón un viaje privado para matar osos en los Cárpatos. El rey pasó el fin de semana en Covasna, hospedado en el chalé de Ceausescu, abatiendo a tiros a cinco osos y otros animales.

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El escándalo estalló en la prensa rumana y rápidamente dio la vuelta al mundo a través de Internet. Apenas tres meses después, en enero de 2005, la prensa austriaca dio a conocer una nueva cacería de Juan Carlos, llegado expresamente en avión privado a Graz con la correspondiente comitiva de guardaespaldas.

Tanta cacería lejana empezaba a oler a chamusquina. El diputado Joan Tardá pregunto al Ejecutivo si le parecía ético que el rey gastase el dinero que le otorga el Estado en la caza de especies que en muchos países europeos, incluida España, están protegidas por la ley.

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Oso Pardo

El senador Iñaqui Anasagasti interpeló al gobierno español para saber cuánto cuestan estas cacerías, quién las paga y con qué gente va. El gobierno se escabulló como pudo, contestando que las cacerías son actividades de carácter privado de la Casa Real y que, por tanto, están excluidas de refrendo por parte del Gobierno. También declinó informar sobre su costo.

Pero ni por esas. La pulsión de apretar el gatillo parece ser incontenible. En octubre de 2006, Juan Carlos volvió a ir en avión especial nada menos que a Rusia a fin de abatir otro oso. El diario moscovita Kommersant publicó la carta del técnico responsable de la caza en la provincia rusa de Vólogda, donde había tenido lugar la presunta cacería consistente en colocar delante del rey a un  “bondadoso y alegre oso” del Zoo local, llamado Mitrofán, transportado en una jaula y soltado para que el rey lo abatiese de un tiro, como así ocurrió, por lo que el técnico lamenta que con estas prácticas se transforme la caza en una payasada sangrienta.

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La noticia enseguida dio la vuelta al mundo. La Casa Real se limitó a poner en duda que el osos estuviera drogado, que era lo de menos. Estas cacerías no incrementan precisamente el prestigio del monarca ni el de la monarquía, y seguro que en su misma familia gozan de limitada aceptación.

El ex vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, famoso como político duro e inspirador de la guerra de Iraq, es también aficionado a la caza. En 2006, durante una cacería de codornices en Texas, Dick Cheney disparó por error a la cara y el tórax del anciano abogado Harry Whittington, que sufrió un ataque al corazón y un incidente de fibrilación atrial como consecuecia de la incrustación de varios perdigones en su corazón.

El embarazoso incidente no se dio a conocer cuando se produjo y, en cuanto fue aireado por la prensa, tampoco contribuyó precisamente al prestigio del ex vicepresidnete ni de la administración Bush, de la que formaba parte.

Fuente:  La cultura de la libertad   (Jesús Mosterín)


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