"La culpa la tiene la naturaleza del conjunto, ella es la que no conoce el equilibrio. Pavimentado con los buenos deseos, sostenido por los quebrantos dictados de la conciencia, al final el mundo siempre empieza a derrumbarse en uno u otro lado. Cada una de sus crisis resulta ser una catástrofe para alguien y después llegan gritos desesperados de socorro. Las férreas leyes de la acústica hacen que sean inaudibles. No es fácil renunciar a la inatención, a esa aversión por los detalles tan satisfecha de sí misma. Un conocimiento demasiado exacto de las cosas siempre conlleva alguna obligación."
Portada de El defecto
El término refugiado fue elegido palabra del año del pasado 2015 por su innegable protagonismo en la actualidad informativa y el calado social que tuvo en nuestras conciencias. Todos recordaremos cierta foto que dio la vuelta al mundo y que hizo a más de uno sonrojarse de vergüenza; todos nos preguntaremos que fue de las buenas intenciones surgidas de la visión de un pequeño cuerpo inerte a la orilla de un mar lejano. El libro que hoy os traigo podría parecer pues de rigurosa actualidad por tratar el tema de los refugiados, sin embargo, aunque publicado en España en 2015 fue escrito once años atrás, y de sus páginas se desprenden estampas que aún nos retrotraen varias décadas atrás en la historia. Esto me ha hecho pensar que tal vez refugiado, más que palabra de un año, sea un vocablo acusatorio y definitorio de la historia de la humanidad. Dicen que aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla. Será verdad eso de que somos títeres, preocupados tan solo de reproducir el guión que nos ha tocado en suerte, memorizándolo sin molestarnos en comprenderlo, sin cuestionar siquiera ni una coma, sin importarnos quién maneja nuestros hilos ni con qué intención. ¿Qué importa que para otros acabe la historia mientras la nuestra siga en pie?El símil de los trajes y los decorados con el que abro esta reseña (no así el texto que lo contiene) no es mío sino de Magdalena Tulli, autora de "El defecto". Es esta breve novela una gran metáfora en sí misma cargada de simbolismos. Su acción trascurre en la plaza de una ciudad sin nombre, en un país que se nos antoja centroeuropeo y una época que nos trae reminiscencias de la primera mitad del siglo XX. A esta plaza la surcan las vías de un tranvía, que parece que siempre viene pero que nunca va a ninguna parte. Los raíles trazan un círculo y si se sigue ese camino vamos recorriendo los doce números de los edificios que componen el lugar. Vamos marcando la hora, como un reloj que fija las directrices a tomar, solo que la maquinaria del reloj está podrida y las agujas avanzan y retroceden a su antojo. De ese tranvía baja un día gente extraña con ropas extrañas que se instalan en la plaza. Al principio son pocos pero van llegando más. Los vecinos los observan con ojos primero curiosos, luego inquisidores, acusatorios, renuentes, y finalmente ciegos.
Y antes de la llegada de los refugiados, ¿qué pasaba en la plaza? Una crisis política, o económica, si acaso no van parejas, si acaso no son lo mismo. (No sé a vosotros, pero a mí esto también me suena bastante actual, y sin embargo, cuántas veces ya ha ocurrido. La historia se repite, la historia la repetimos). Como consecuencia de la crisis se produce un golpe de estado. La excusa perfecta para que unos vean peligrar su indumentaria y otros pretendan cambiar de traje.
La plaza, símbolo de nuestras civilizaciones a lo largo de la historia. La plaza es el núcleo en torno al cual gira una población y tiene o ha tenido connotaciones políticas, militares, comerciales, culturales,... Ya os he dicho que todo en la novela de Tulli es una gran metáfora. Los personajes no tienen nombre propio, son como una masa impersonal, se les nombra con aquello que define su traje. Pero hay otros personajes que no son visibles en el escenario, que están ocultos entre bambalinas. Son los maestros artesanos, los aprendices, los encargados de hacer que todo funcione o que parezca que funcione (¿corrupción? ¿dejadez? También, también me suena. ¿A vosotros no?). Y no nos olvidemos del narrador, figura omnisciente con capacidad de ponerse en el lugar de sus marionetas. ¿Sus? No, nos engañemos, el narrador no es el gran titiritero, él todo lo ve pero no controla nada, es como un dios triste y cansado ante la visión de los desmanes causados por el libre albedrío de sus criaturas. Qué digo, libre albedrío, si estamos manejados por hilos, si nos encanta dejarnos manejar.
SC355573. Fotografía de Otis Historical Archives National Museum of Health and Medicine
La novela de la escritora polaca no es una lectura fácil, se avanza por ella con lentitud, el carecer de capítulos colabora a esa sensación de densidad. Sin embargo, la considero una lectura muy recomendable. Auguro que su atemporalidad y universalidad le conferirán una larga vida y espero que poco a poco vaya llegando cada vez a un sector más amplio de lectores y se convierta en una lectura de referencia por todo lo que su simbolismo implica. Leer esta novela y quedarse solo en la superficie sería un sacrilegio, sería como leer una fábula y quedarse solo con una tierna historia de animalillos sin llegar a alcanzar su moraleja (ojo, que esta novela es de todo excepto tierna). Aun así, yo me he quedado con la sensación de que se me ha escapado alguno de los flecos con los que Magdalena Tulli ha tejido el tapiz de su escenario. Sin duda es el suyo un libro que requiere de un análisis más profundo del que pueda ofrecer una sola lectura. O puede ser también, que para acometer esta, haya que tener la valentía de despojarnos de las telas que nos cubren, vestirnos con ropas feas y extrañas y cortar nosotros mismos los hilos que nos conectan a la historia que nos han montado. Tal vez sea eso. Os dejo abierto el telón."Los vecinos han salido a la calle y observan desde las entradas a los patios de sus casas a quienes han perdido sus hogares. Es posible que sientan algo similar a la compasión; sin embargo, si soy uno de esos mirones conmovidos por su propia bondad, al cabo de un rato la turbación me obligará a apartar la mirada. La compasión desprovista por completo de altruismo me parecerá embarazosa e innecesaria. Más bien se me ocurrirá pensar que tenemos el corazón demasiado blando, justo eso. ¿Acaso la piedad no resulta en sí misma algo patético? ¿Y para quién es esa piedad? Para una muchedumbre demasiado numerosa en la que cada personaje porta un rasgo de fealdad que corresponde a alguna imperfección del vestuario: la suposición de que tras él se oculta un defecto del carácter surge sola. La primera impresión sobre esos personajes no es favorable: demasiado grandes o demasiado pequeños, demasiado flacos o demasiado gordos. Cuantos más haya, más patente quedará que la fealdad se reparte entre todos por igual.Multiplicados por una cifra lo suficientemente alta, los defectos de la apariencia dejan marcada a toda esta multitud igual que la culpa colectiva. Y como desde el punto de vista cuantitativo los recién llegados no son menos que los ocupantes de las casas, éstos se sienten abrumados e impotentes ante el desagradable cambio que la plácida mañana les ha traído sin avisar. Y crece en su interior el resentimiento, pues ven que son ellos mismos los que están saliendo perjudicados, más que nadie. El cambio ha venido impuesto y les ha costado perder un espacio que les pertenecía."
Question 1. Fotografía de Virtual EyeSee
Ficha del libro:Título: El defectoAutor: Magdalena TulliEditorial: Rayo VerdeAño de publicación: 2015Nº de páginas: 160Comienza a leer aquí