Por eso, no es de extrañar que una parodia de procesión, ingenua, festiva y provocativa, le sirva a un juez para imputar delitos a sus organizadores por un supuesto delito contra los sentimientos religiosos –sólo de los católicos-. Una parodia que sólo pretendía “evidenciar” el “santo entierro” que se está produciendo con los derechos laborales en este país a partir de la última reforma realizada por un Gobierno –católico, por más señas- que atiende antes los intereses del capital que los de los trabajadores, un Gobierno que prefiere rescatar bancos que a una población a la que empobrece con sus medidas y decisiones. Y todo ello precedido, cual procesión laica, por una imagen icónica de la mayor “sublevación” que podría ejecutar una mujer: declarar insumiso su coño a leyes, morales y sentimientos. Si eso no es iconografía de la libertad (esa que reconoce la Constitución para opinar, expresar y manifestar), que venga un juez, como éste, a juzgarlo.
Y eso es justamente lo que ha pasado con algunas de las manifestantes que portaban “una vagina de plástico de un par de metros de altura a modo de virgen” (tal vez representara una vagina virgen aún) en la manifestación del 1 de mayo de 2014 convocada por el sindicato Confederación General del Trabajo (CGT), hechos por los que también fueron imputados dos dirigentes del citado sindicato. Eligieron mal la parodia con la que expresar su protesta. Ni los musulmanes toleran viñetas de Mahoma ni los católicos admiten parodias de sus celebraciones callejeras, tan criticables como cualquier expresión –creencia, arte, ciencia- del hombre. Por lo que se ve, no está permitido parodiar a la religión católica y, además, es delito.
A nadie le gusta que se rían de sus creencias, pero en democracia hay que aceptar la pluralidad de tendencias y la diversidad de pareceres. Albergar sentimientos religiosos es tan legítimo como no tenerlos, pudiendo los seguidores de ambas conductas poder expresarlas o cuestionarlas, sin más límite que la libertad de expresión y el respeto a las personas. Y que se sepa, una procesión no es una persona que haya que respetar ni su celebración es potestad exclusiva de una religión. A muchos les podrá parecer chocante la procesión de una vagina descomunal, como a otros les puede resultar supersticioso el desfile de imágenes religiosas. La tolerancia es aceptar ambas expresiones públicas y no impedir con prohibiciones e imputaciones penales las que consideramos contrarias a nuestras ideas y costumbres. Por muy cristianos que sean esos abogados que han emprendido acciones judiciales, la querella contra el coño insumiso, si vivimos en un Estado de Derecho, quedará sobreseída. Sólo servirá para demostrar que, guiados por el fanatismo religioso, se pierde hasta el sentido común en unos abogados que ignoran que hasta un coño puede procesionar y declararse insumiso. ¡Faltaría más!