El Sábado pasado estuve en el Parque Natural del Delta del Ebro, que se encuentra en el sur de Catalunya. Y tal como su nombre indica, su territorio está comprendido en la desembocadura del río Ebro.
Me costó un poco llegar, ya que fui yo solo, sin copiloto que me guiase, y encima me dejé el mapa que imprimí del google maps en casa. Me perdí por el camino, sobretodo en Amposta, donde llegué a pasar 3 o 4 veces por el mismo sitio. Pero al final me planté en la Punta del Fangar, desde donde comencé mi excursión hacia el sur por la Playa de la Marquesa.
La sensación de paz, de harmonía, de pureza que allí experimenté no puedo describirla con palabras. Soplaba un viento fresco y agradable desde oeste. Las aguas estaban limpias, y grupillos de correlimos patrullaban la orilla del apacible mar mediterráneo, cuyas olas rompían con amabilidad a mi izquierda. A mi derecha, se extendía una inmensa llanura bañada por una infinidad de humedales salpicados de vida, que se alargaban hasta el horizonte.
En mi camino por la playa, lo primero que pude observar fue que la arena estaba repleta de pequeñas (y algunas no tan pequeñas) conchas de bivalvos.
A los pocos pasos, me tuve que detener para no pisar a un pequeñajo que a toda prisa buscaba un lugar para refugiarse de la tormenta de granitos de arena que se le venían encima, por culpa de las fuertes rachas de viento que soplaban en la playa.
Scarites sp. Un coleóptero depredador, de la familia de los carábidos.
En la orilla, los correlimos esquivaban las olas con gran rapidez, capturando con sus precisos picos, el alimento que el mar arrojaba sobre la arena.
Calidris sp.
Allí no había nadie más que yo. Estaba solo. La sensación en aquellos momentos era como de estar en otro tiempo. Lejos de la civilización, en un mundo que nunca antes había visto. Sin colillas, sin bolsas de basura, sin latas de aluminio. Un lugar limpio y sano. Aunque nuestra influencia es casi omnipresente, y nuestro paso por la tierra siempre dejará huella.
Los restos de lo que parece un antiguo y rudimentario muelle de madera.
En mi camino por la playa también me encontré con unos curiosos “huevos” arenosos de diferentes tamaños y grados de consistencia, que en algunos casos llevaban muchas conchitas incrustadas.
Pulsar en la imagen para verlo en vídeo.
Y otras formaciones naturales muy curiosas, como esta especie de fiesta de conchas fusionadas.
Con un invitado sorpresa... Pulsar para ampliar.
Tras un largo paseo por las arenas de la costa, decidí adentrarme un poco en el parque natural. Allí había muchísimas aves, pero éstas huían de mi presencia desde muy muy lejos. Cosa que me puso en un apuro a la hora de fotografiarlas.
Voy a necesitar alguna ayuda para la identificación
Pero mi pequeña cámara compacta se comporta muy bien, incluso cuando los animales no me quieren ni ver.
Las aves siempre mantenían una distancia prudencial.
Sin embargo, la belleza del paisaje nunca se me escapó. Los caminos que recorrí eran tan pintorescos que a uno se le antoja ser poeta para poder escribir sobre ellos.
Por estos caminos encontré muchísimas huellas de animales. Y es que éste parece ser un terreno ideal para que uno encuentre este tipo de rastros. La siguiente fotografía de un pedazo de suelo habla por si sola.
Huellas de perro, garza real, garceta, y posiblemente rata.
Y también encontré, lo que parecen ser huellas de un visón que se dió un hartón de comer cangrejo al borde de un canal.
Posible huella de visón americano.
Me hubiese gustado seguir con mi aventura durante mucho más tiempo, pero el sol comenzó a descender y se me hizo tarde. Una lástima porque estaba comenzando a disfrutar como nunca lo había hecho con la naturaleza.
Estoy deseando regresar. Ahora que ya conozco el lugar, estoy seguro de que le sacaré más partido al tiempo. Y además acabo de encargar una guía de huellas y rastros por internet, para poder disfrutar incluso más de la expedición.
No he subido todas las fotos, ya que tiré más de 300, pero podeis ver las mejores aquí, en mi galería de fotos de Flickr.