"el demonio dentro de ti" (the demon inside you)

Por Orlando Tunnermann



Ahora que conozco las fisuras de tu alcoba, donde ocultas los secretos más lúgubres de tu alma, puedo vislumbrarte tal y como eres, desnudo, sin la protección de tu sotana y ese crucifijo de oro que no mereces llevar prendido al cuello. Puedo verte sin las deformaciones creadas por tu fementida (falsa) santidad. Puedo inhalar los gases mefíticos (venenosos, irrespirables) que desprende tu esencia demoníaca. Llevas media vida pregonando textos bíblicos. Tu boca se llena de palabras que proclaman la bondad, la solidaridad, perdón, misericordia, caridad, arrepentimiento, amar al prójimo como a uno mismo... Me mentiste. Creí que el color de tu aura era blanco cristalino y que cuando mentabas a Cristo algo de su esencia había calado en tu persona. De hecho, ahora que lo pienso detenidamente, llegué a creer en el demonio, pues resultabas convincente y vehemente cuando execrabas su nombre abominable y sus actos mefistofélicos (muy malvados). Hablemos de pecados. Déjame que te cuente los míos. Anoche, mientras cenaba con mi esposa, Olivia, no podía dejar de pensar en Lorena, una vecina lozana y voluptuosa cuyos escotes soliviantan mi lujuria. Es cierto, lo admito, no pensaba en su belleza interior cuando mis ojos grises la desnudaban, hastiado como estoy de las faldas, pantalones y vestidos que me impiden deleite y fruición y reniegan concederme el regalo del objeto obsesivo de mis morbosas apetencias. Bueno, no perdamos el tiempo conzarandajas. Despáchame tres Padrenuestros y un Ave María, que yo me arrepiento de todo, claro, venga, ¡asunto zanjado!
Y ahora que nos vamos conociendo y hemos logrado arribar juntos a este páramo de fluida franqueza, voy a confesarte otro pecado reciente. Soy un fisgón, me encanta violar la intimidad de los demás. Cotilla, chismoso, fisgón, un "dechado" de virtudes, ya ves...Pero no perdamos el tiempo con zarandajas. Despáchame un par de Padrenuestros, que yo me arrepiento, claro. Y ahora que nos vamos conociendo, ¿háblame de tus pecados, o prefieres que lo haga yo? Hablas del demonio con tanta vehemencia y detalle que parecía que fuese un comensal sentado a tu mesa, un amigo de la infancia, tu alma gemela. Ya no me engañan ni tus credos ni tu beatitud. He descubierto tus secretos, guardados a cal y canto en un pendrive. Esperaba encontrar litúrgicos textos, efemérides marianas, bodas, comuniones, celebraciones religiosas bajo el sagrado ábside de la iglesia que Alonso Cano y Siloe decorasen con tanta pasión y maestría. Pero se impuso el demonio que llevas dentro para vomitar sus miasmas en forma de contenidos pedófilos que hanconvertido mi alma en un mar convulso de aborrecimiento hacia tu persona. Buscas al demonio sin descanso y le pides a Dios que nos proteja de su protervia. Está muy cerca, al otro lado del espejo. Mírate bien, ¿qué ves? Lo tienes delante, ¿cómo puedes estar tan ciego? Llevas el demonio dentro, pero tú, con tanto rezo, hipocresía y apócrifa bondad ni siquiera te das cuenta…