el deplorable día de reyes

Publicado el 06 enero 2016 por Libretachatarra
No hay nada más deplorable (en mi humilde opinión de niño engañado) que el fraude del Día de Reyes. Esa festividad tiene una perversidad congénita pocas veces señalada. La fantochada del regalo de una entidad supranatural (tres, para ser precisos; seis si contamos los camellos) trae una lección imborrable para cualquier niño: tus padres son capaces de mentirte.
Valoramos la verdad de la boca para afuera. Pero organizamos una tradición en la que básicamente el objetivo es engañar al niño. Nos burlamos de su inocencia, masacramos su fe y su creencia primaria. Y detrás de los regalos, hay varias lecciones que dejamos para el niño que crece y que llega a la edad de darse cuenta que los Reyes son los padres.
Primero: tus padres son capaces de engañarte. Así nomás. Ellos te mienten y no tienen ningún reparo en esconderlo. Es más: se toman el trabajo para mentirte. Sin ninguna necesidad. Si ellos pudieron mentirte para hacer entrega de un regalo más o menos como la gente, ¿qué podés esperar en situaciones más graves? Esa primera lección es imborrable y te marca para siempre: no creas; hasta tus padres te engañan.
Segunda lección: no seas inocente. Hasta tus padres se aprovecharán de esa debilidad. Aprendé a desconfiar. Porque si tus padres te armaron la puesta en escena de los Reyes, ¿qué podés esperar del resto del mundo? Los que te trajeron a la vida te toman el pelo. Imaginate lo que te espera de ahí en más.
Tercera lección: aprendé a sospechar de la lógica de tu razón. Viste que el pastito que le habías dejado a la noche ya no estaba por la mañana como tampoco el agua que se había consumido. Prueba irrefutable de la existencia de uno o más camellos que se habían comido lo dejado para pasar el rato. Bueno… no. Es un engaño. Todo es un engaño, así que no vale creer en la fuerza de la razón. Porque el procedimiento no está libre de timos. Sospechá en lo que te queda de vida: no razones, desconfiá.
Por último: lo canalla de montar una estafa para sostener una creencia. Acudo a la representación física de los Reyes o de Papa Noel para apuntalar la creencia. No hay fe sin signos. No hay fe por fe misma. Hay fe sólo si veo algo. Por eso tengo que disfrazar al tío Alberto de Papa Noel o hacerme cargo del pastito dejado al pie de la cama, para no acostumbrar al chico de que acepte el misterio, sin ninguna evidencia. Le enseñaré a pedir esa transacción mercantil de creer sólo ante evidencias físicas. Aunque esas “evidencias” sean prefabricadas. Depreciaré la posibilidad de lo trascendente desde la base. Que el niño crea en el ornamento, no en la base. Si crees, cree sin pruebas, cree sin ver, cree por creer. Y hacete cargo de esa creencia. Es fácil decir: “Creí. Porque vi el pastito disperso al pie de mi cama”.
Por esos motivos declaro, un 6 de enero, que no hay nada más deplorable que el Día de Reyes.