Aunque los cimientos y la viga maestra de la Cataluña separatista son el odio y el rencor, el andamiaje estratégico del secesionismo catalán gira en torno al "Derecho a decidir", un concepto que no existe ni en derecho, ni en filosofía, ni en ética. Existen el derecho a la autodeterminación y el derecho a la independencia, pero la legislación internacional lo atribuye a pueblos ocupados por una potencia extranjera, colonizados o a antiguos estados independientes que fueron sojuzgados, sin que Cataluña, que siempre fue una parte del reino de Aragón y de España, tenga derecho alguno a acogerse a esa opción. ---
¿Derecho a decidir qué? ¿Si te mato o te perdono?, ¿Si te mutilo, te maltrato o te respeto? El derecho a decidir depende de lo que se decida. Si hay que elegir entre ser del Madrid o del Barça, el derecho a decidir existe, pero si hay que elegir entre romper una nación o respetarla, ese derecho no existe ni puede ser tolerado en la civilización moderna. La libertad de uno siempre termina donde empieza la del otro y en Cataluña el irrespeto a lo que piensan la mitad al menos de los catalanes y el resto de los españoles, dueños de la soberanía nacional, no está siendo respetada ni tenida en cuenta.
El derecho a decidir es una derivación de la "vis electiva", que es un derecho básico, pero limitado por reglas superiores como la que establece que la libertad de uno termina donde empieza la del otro o que no se puede emplear para dañar o agredir. Los catalanes pueden elegir entre el pan tumaca o el pan frito o entre ser periquito o culé, pero no entre romper o no España o entre matarte o mutilarte. Esto es elemental y lo sabe cualquier humano con nociones de ética, pero la mente se pervierte y todo se altera cuando, como ocurre en Cataluña, el odio se apodera de las mentes y se hace dueño de la acción política.
El derecho a decidir que esgrimen los catalanes es una patraña nacionalista, fruto del odio y de las obsesiones enfermizas que se derivan de los complejos, temores y ambiciones desmedidas, sin base jurídica y sin otra explicación que la enfermedad de una sociedad que lleva muchas décadas mal gobernada por una clase dirigente pervertida, egoísta y miserable, sin otra meta que tener las manos libres para acumular poder y riqueza.
Cataluña ha sido convertida por los nacionalistas en un inmenso laboratorio donde se han experimentado las técnicas marxistas de destrucción social, mezcladas con los odios, rechazos y sueños propios del nacionalismo. El mecanismo fue utilizado por los bolcheviques y después se perfeccionó en el Estalinismo y el Nazismo. Consiste en destruir las bases y columnas que sostienen la mente humana y la sociedad, enfrentando a padres e hijos, a profesores y alumnos, a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a la verdad con la mentira y, en el caso catalán, a los catalanes con unos españoles a los que se les atribuyeron los peores defectos: nos explotan, nos desprecian, nos roban, nos marginan, etc.
Una vez destruidas las bases y columnas, cuando los valores han caído, las certezas han desaparecido, la verdad se confunde con la falsedad y se ha disuelto todo el cemento que unía al pueblo catalán con sus compatriotas, los españoles, con los que han avanzado unidos durante muchos siglos de Historia, entonces llegan las élites pervertidas para recoger la cosecha y apoderarse de las voluntades de un pueblo al que la ingeniería social y cultural ya ha convertido en una manada de borregos llena de odio.
El independentismo es el nacionalismo en estado maduro, cuando el odio ha quedado elevado hastal la cúspide de la sociedad y de la cultura.
Confieso que en vísperas de la Exposición Universal Sevilla 1992, cuando Jordi Pujol visitó Sevilla para conocer el recinto de la Exposición y los preparativos de la muestra, después de que él reconociera que Cataluña tenía ya una mala imagen que había que neutralizar, prometiendo, con falsedad miserable, que su gobierno invertiría miles de millones de las antiguas pesetas en recuperar la concordia con el resto del Estado, yo me creí aquella patraña y pensé que el extremismo nacionalista y el independentismo feroz iban a disolverse en la cordura y la racionalidad, pero el viejo ladino me engañó, como también hozo con millones de Españoles. Por entonces, al iniciarse la década de 1990, el corrupto y miserable Jordi ya tenía pergeñado y en funcionamiento su cruzada del odio, que, según él, debería terminar en una sublevación imparable de los catalanes contra una España cuya imagen llegaría a ser asquerosa y despreciable.
Hoy estamos en la recta final de ese camino, en vísperas de ese "estallido" que sueñan los secesionistas, que tal vez no se produzca porque la cosecha del odio ha sido demasiado sucia y miserable y ha terminado asqueando a cientos de miles de catalanes que se han resistido a caer en la trampa de la parte pervertida de la burguesía catalana que lidera el "proceso", cuyo único objetivo era, es y será, seguir mandando y robando.
Francisco Rubiales