El desafío del empleo global

Publicado el 19 octubre 2011 por Jaque Al Neoliberalismo

Michael Spence, Project Syndicate
Durante las últimas tres décadas, cientos de millones de nuevos trabajadores ingresaron en la nueva economía. Llegaron con niveles de educación y habilidades diversos y con el tiempo, por lo general, ganaron «capital humano» –y valor agregado e ingreso. Esto ha generado un impresionante y sostenido crecimiento en los niveles de empleo, las oportunidades y el tamaño de la economía mundial. Pero los nuevos trabajadores además trajeron consigo competencia por los puestos de trabajo e importantes cambios en los salarios y los precios relativos, que están generando profundos efectos distributivos.
Estos cambios estructurales masivos en la economía mundial presentan tres grandes desafíos para el empleo global, con variantes propias en cada país.
El primer desafío es generar suficientes empleos para recibir el flujo de nuevas incorporaciones al mercado de trabajo. Claramente, muchos países avanzados y en desarrollo no lo están logrando. El desempleo entre los jóvenes es elevado y continúa creciendo. Incluso en los países en desarrollo con rápido crecimiento, el exceso de oferta de mano de obra espera su inclusión en la economía moderna, y se siente la presión para mantener la creación de empleos.
El segundo desafío consiste en igualar las habilidades y capacidades con la oferta de empleos, un ajuste que lleva tiempo y que constituye, además, un blanco móvil. La globalización y las tecnologías que generan ahorros masivos de mano de obra han desequilibrado los mercados de trabajo de muchos países. Abundan los desajustes relacionados con las habilidades. Más aún, el rápido crecimiento sostenido en los países en desarrollo implica que la estructura de la economía global dista de ser estática, y parece claro que el ritmo del ajuste de los mercados presenta retrasos respecto del cambio estructural.
El tercer desafío es distributivo. A medida que se amplía la porción transable de la economía mundial (los bienes y servicios que puedan producirse en un país y consumirse en otro), aumenta la competencia por la actividad económica y el empleo. Eso afecta el precio de la mano de obra y el espectro de oportunidades de empleo dentro de todas las economías globalmente integradas. Algunos subconjuntos de la población se benefician y otros pierden, ciertamente en relación con las expectativas –y a menudo en términos absolutos.
Muchos países avanzados –de hecho, la mayoría– han experimentado un crecimiento limitado del ingreso medio. En algunos países europeos donde la desigualdad del ingreso se ha mantenido bajo control, esto ha sido un componente de una estrategia deliberada para mantener el crecimiento del empleo y la competitividad en el sector transable de la economía, con restricciones a los salarios parcialmente distribuidas entre los diversos niveles de ingreso. En los Estados Unidos la desigualdad en los ingresos ha aumentado a medida que el tramo superior de los niveles de ingreso y educación se beneficia por la globalización, mientras que el resto experimenta una pérdida en sus oportunidades de empleo en el sector transable.
Durante las dos décadas previas a la crisis de 2008 se mantuvieron los niveles de empleo –y se mitigaron las presiones a la baja sobre los ingresos– gracias a la creación de empleos en los sectores no transables. En algunos casos esto tomó la forma de un rápido crecimiento del gobierno; en otros, como en los EE. UU., el patrón de consumo excesivo gracias al endeudamiento sostuvo una gran transferencia en el empleo hacia los servicios (no transables) y la construcción. De hecho, el gobierno y el cuidado de la salud (ambos en gran medida no transables) explicaron casi el 40% del crecimiento neto del empleo en los EE. UU. entre 1990 y 2008.
Este comportamiento se detuvo abruptamente con la crisis financiera de 2008. La influencia del sector privado decayó y la del sector público alcanzó –y superó– los límites sostenibles. De esto, Grecia es tan solo el ejemplo más extremo.
Pero las expectativas creadas por los patrones de crecimiento previos a la crisis son de ajuste lento. Debido a que el discurso dominante aún sostiene que el período precrisis fue normal, al menos en términos de los patrones de crecimiento de la economía real, el desafío percibido es recuperar el crecimiento según los patrones previos a la crisis. Desafortunadamente, este discurso no es capaz de explicar por qué, especialmente en los países avanzados, el crecimiento flaquea y el empleo carece en gran medida de impulso.
Parte de la respuesta reside en el prolongado y persistente impacto de las crisis financieras y el desapalancamiento, bien documentados por Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en su libro Esta vez es diferente [This Time is Different]. Simultáneamente, las distorsiones y los desequilibrios financieros que preceden a una crisis también demoran las respuestas adecuadas y necesarias a las fuerzas tecnológicas y de mercado en la economía real. En resumidas cuentas, las economías y las políticas respondieron de manera insostenible, ocultando en cierto modo la necesidad de un patrón de adaptación más sostenible.
¿Qué significa –para las personas, las empresas y los gobiernos– que el ajuste estructural se atrase cada vez más respecto de las fuerzas globales que presionan hacia el cambio estructural?
Principalmente significa que las expectativas son en gran medida inconsistentes con la realidad y deben ajustarse, en algunos casos, a la baja. Pero es necesario considerar seriamente y actuar seriamente sobre los efectos distributivos. El peso de las recuperaciones débiles o inexistentes no debe caer sobre los hombros de los desempleados, incluidos los jóvenes. En pos de la cohesión social, los resultados de mercado deben modificarse para crear una distribución más equilibrada del ingreso y los beneficios, tanto en la actualidad como en términos intertemporales. Después de todo, la inversión insuficiente actual implica menores oportunidades futuras.
El imperativo del ajuste estructural también implica que las personas, los gobiernos y otras instituciones (especialmente las escuelas) deben centrarse en aumentar la velocidad del ajuste para adecuarse a condiciones de mercado que cambian rápidamente. Es necesario ocuparse tanto de la oferta, como de la demanda en los mercados de trabajo. Esto no solo implica equilibrar las habilidades con los empleos, sino también ampliar el rango de empleos para que coincidan con las habilidades.
Finalmente, las instituciones de gestión económica mundial deben evaluar si la velocidad de la globalización, y el cambio estructural que eso implica, es mayor que la capacidad de ajuste que las personas, las economías y las sociedades pueden soportar. En ese caso, el próximo desafío será encontrar formas no destructivas para moderar ese ritmo a efectos de alinear mejor la capacidad de ajuste con la necesidad de ajuste.
Nada de esto será fácil. Actualmente no contamos con marcos bien desarrollados para comprender los cambios estructurales. No obstante, los desempleados y subempleados –en particular los jóvenes– esperan que sus líderes e instituciones lo intenten.
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Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, miembro visitante distinguido del Consejo de Relaciones Exteriores, e investigador superior en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford. Su último libro es The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World, La próxima convergencia: el futuro del crecimiento económico en un mundo de diferentes velocidadesUna mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización