Dios quiere algo mejor para nosotros. Él sabe que la paciencia nos ayuda a permanecer en su voluntad —y eso hace que su favor descanse sobre nosotros. Logramos mantener relaciones sólidas y duraderas cuando estamos dispuestos a esperar que otros cambien.
Pero, ¿cómo podemos desarrollar esta cualidad? Primero, debemos ver nuestras vidas como Dios las ve, y aceptar las dificultades como oportunidades para aprender a ser pacientes. Debemos dejar atrás la creencia equivocada de que en la vida cristiana no se tienen problemas. El propósito de Dios no es darnos comodidad y placeres, sino más bien que crezcamos a la semejanza de Cristo. La paciencia es una de esas cualidades del “crecimiento” que debemos tener.
Segundo, tenemos la responsabilidad de procurar la cualidad de la paciencia, y ejercitarnos en ella. Tenemos que aprender a rechazar nuestros malos hábitos y las ideas equivocadas del pasado. Acostúmbrese a responder con gentileza y cordialidad, aunque la otra persona le esté acusando injustamente.
Se necesita tiempo, energía y esfuerzo para cambiar nuestra forma de pensar y nuestras respuestas. Pero gracias a Dios, no hacemos esto solos: el Espíritu Santo está comprometido a producir este fruto en nuestras vidas, con nuestra cooperación y buena disposición.
(En Contacto)