El desconcierto (por Arantxa)

Por Imperfectas
Es curioso que nunca me haya referido a ti desde este rincón más que de forma velada. He tenido sobradas razones para no hacerlo, desde el pudor hasta el miedo a escribir y romper el momento, pura superstición. Pero hoy ya no me gobiernan y además necesito dedicarte unas líneas en público. Hace algún tiempo del comienzo de todo. Lo recuerdo de vez en cuando y estos días también. Tú sabes por qué. Los lectores no, pero nos perdonarán el pequeño secreto. No voy a desnudarte aquí, es impúdico y tú eres algo tímido, más que la que te escribe en cualquier caso. No quiero quedarme en cueros yo tampoco. Sólo serán unas pinceladas, porque lo necesito y espero sorprenderte cuando lo leas.
Cuando se ha sufrido un golpe seco y por sorpresa en las lides del amor se empieza a estar de vuelta y casi siempre en alerta. Por eso no esperaba yo nada de aquel sábado en el que nos conocimos y nos echaban de todos los sitios en los que tomábamos algo. Tampoco al día siguiente, cuando nos dieron las cinco comiendo y el tiempo corría desbocado, sabía si volvería a verte. Sentía que estaba a gusto, que era yo, que había feeling, pero no me invadía una necesidad imperiosa de tenerte y de que me tuvieras. Me gustabas, sin más, sin complicaciones. No temía que escaparas. Si había de pasar, no podría frenarte.
Porque se ha sufrido, a veces puede bastar con una comida, una sonrisa, un beso furtivo en la mejilla para rozar la dicha. Y así, no esperaba más, hasta que volviste a llamar. Quedamos de nuevo y en un momento de esa tarde tus labios se acercaron a los míos y no hubo escape.
No necesitaba más, es cierto, hasta que al primer beso le sucedieron otros, y así, poco a poco te convertiste en el desconcierto. ¿Recuerdas? Te llamé entonces El Desconcierto, pues moviste mis puntos cardinales. El norte se fue al este, y el oeste viajó al sur. El sur subió al norte y el este pasó al oeste. Me sentía confusa y a la vez feliz. Ese turbación inicial, ese no entenderte bien era toda una locura. El no saber qué me pasaba, o quizás era que lo conocía y lo temía. Despertabas en mi una mezcla de alegría e inquietud, esta última por el pánico a la caída, a resultar herida. Más que pánico era un miedo cerval, por las travesías pasadas. Con los años las heridas tardan más en cicatrizar, gracias a la vida lo sé y lo sabes tú también.
Ya no hay desconcierto, sino certezas. Ha soplado el viento a favor y en algún momento temí otro torbellino menos amistoso que nos visitó, dispuesto a derribarnos. No importa. Estoy en el presente, y es contigo.
Gracias por rondarme y quedarte.
Gracias por hacerme volar y sentir con los pies en la tierra, incluso cuando ésta parece poco firme.
Gracias por el apoyo y el empuje constantes.
Gracias por hacerme vivir lo que apenas puedo encerrar en estas líneas.