Una de las verdades de este momento político en el mundo occidental tiene que ver con la eterna capacidad de la izquierda de encontrar razones -a menudo muy sólidas- para ir separada a las elecciones e, incluso, para formar gobierno, lo que contrasta con la tradicional capacidad de la derecha de unirse. La derecha no tiene problema en incorporar incluso a la extrema derecha, aunque históricamente cuando ha llegado al poder -gracias a los conservadores- no ha tenido empacho alguno en ejecutar a los que le molestaban (es conocido cómo Hitler fusiló a von Schleicher y señora y a gente de confianza de von Papen y de Hindemburg).
La discusión que ha habido, está habiendo y habrá en España entre el PSOE y Unidas Podemos responde a patrones profundos, similares a los que llevaron a la ruptura de los partidos socialdemócratas en el entorno de la primera guerra mundial. Con muchas salvedades -ha pasado un siglo-, donde no es la menor que algunos han aprendido y otros han perseverado. Vamos, que unos volverían a aprobar los presupuestos de guerra y otros ya nunca intercambiarían justicia por libertad.
Esa discusión hoy se disputa en torno a la derogación de la reforma laboral más lesiva de la historia de España, la defensa de las pensiones, la ley de memoria (que es necesariamente una ley contra la monarquía y sus devaneos con el fascismo), el freno del precio los alquileres, el impuesto mínimo para las grandes empresas o la derogación de esa manera que asumió el bipartidismo para frenar las protestas por el empeoramiento de las condiciones de vida -la ley mordaza-. Todos asuntos que, aunque son hispánicos, tienen que ver con problemas que afectan al conjunto de las políticas europeas y vienen de cuando la socialdemocracia europea tiró la toalla de los valores socialistas y se entregó a los principios neoliberales.
La quiebra del llamado "capitalismo organizado" en 1973 vino marcada por una inflación desatada, el crecimiento del desempleo, la obesidad mórbida de los sindicatos y el rearme ideológico de la derecha. Todos estos asuntos dejaron como a conejo cegado en autopista a la izquierda europea. Se abría paso una etapa donde las fuerzas progresistas empezaron a ponerse a la defensiva. Que es una manera de empezar a encajar goles.
Eran los tiempos de Felipe González privatizando empresas públicas y enfrentando huelgas generales. Eran los tiempos también de la tercera vía de Tony Blair y del Neue Mitte de Gerhard Schröder. Blair terminó enriquecido -junto a Aznar- al calor del magnate de los medios, Rupert Murdoch, que fue el que propagó que en Irak había armas de destrucción masiva. Dos de los europeos de la foto de los Azores, que funcionó como detonante de la invasión, entraron en nómina del que inventó la mentira, mientras el tercero, Durao Barroso, recibió el premio de dirigir la Comisión Europea. Roma paga bien a los traidores. Schröder terminó, igualmente enriquecido, pero trabajando para Rosneft, el oleoducto ruso que tenía que ser el principal suministrador de gas a Europa.
Los términos del manifiesto que firmaron Blair y Schröder en 1999, que aquí fue secundado por José María Aznar y Felipe González, son los mismos que hoy comparte el PP y que hemos escuchado a algunos sectores del PSOE muy influenciados por la retórica de ajuste europea.
Aunque aparentemente se trataba de sacar pecho del éxito electoral de los partidos socialdemócratas, gran parte de ese discurso de la tercera vía podría haber venido fácilmente de los partidos de la denominada derecha: "Las empresas deben tener margen de maniobra para beneficiarse de la mejora de las condiciones económicas y aprovechar las nuevas oportunidades: no deben estar amordazadas por las normas y los reglamentos"; "las reducciones del impuesto de sociedades aumentan la rentabilidad y refuerzan los incentivos para invertir. Ayuda a crear un círculo virtuoso de crecimiento"; "hay que simplificar la fiscalidad de las empresas y reducir los tipos del impuesto de sociedades"; "la conciencia social no puede medirse por el nivel de gasto público. La verdadera prueba para la sociedad es la eficacia con la que se utiliza este gasto"; "la responsabilidad del individuo para con su familia, su vecindario y la sociedad no puede descargarse en el Estado"; "en el sector público debe reducirse la burocracia a todos los niveles, deben formularse objetivos de rendimiento y controlarse rigurosamente la calidad de los servicios públicos".
Los partidos políticos dejaron en el último tercio del siglo XX de escuchar a la ciudadanía. Y se hizo más cierto que nunca que un diputado de la izquierda estaba más cerca de un diputado de la derecha que de sus propias bases. Al compartir las políticas económicas, la derecha liberal y la izquierda socialdemócrata solventaron una parte de sus problemas al evitarse discutir sobre esos temas en las campañas electorales (igual que no discutía sobre Europa o, en el caso de España, sobre la monarquía). Terminaron pareciéndose demasiado entre ellos. Y eso explica por qué en casi toda Europa la socialdemocracia ha desaparecido.
España fue una excepción porque la peculiar trayectoria de Sánchez le permitió podemizarse y frenar la sangría que arrastró a la Internacional Socialista en todo el mundo. Pero Pedro Sánchez acaba de regresar al PSOE que acabó con el PSOE. Es decir, ha llevado a Moncloa al PSOE que le cortó la cabeza y prefería una gran coalición con el PP que gobernar con Unidas Podemos. Lo que esto signifique no está claro, pero no hay que descartar que la inercia de la socialdemocracia nos lleve otra vez a la casilla de salida de 2014.
La candidatura de Yolanda Díaz, todavía fermentando, tiene al PSOE entre la espada y la pared: si la izquierda del PSOE obtiene un resultado creciente, la amenaza del sorpasso vuelve; pero si ese espacio se hunde, el PSOE, en concreto Sánchez, regresará a donde siempre le quiso colocar una parte importante de su partido. Tiempo de diálogo. De hacer diagnósticos correctos. De entender que la izquierda pierde cuando hace la política de la derecha. De entender que el sistema va a intentar casi todo antes de entregar el fuerte. Tiempo de coraje, generosidad y menos soberbia. Por si fuera verdad que todos hemos aprendido de la experiencia del último siglo.