Revista Opinión

El desenlace (II): HONORES, DESHONORES Y DOBLES JUEGOS

Publicado el 25 julio 2016 por Eowyndecamelot
El desenlace (II): HONORES, DESHONORES Y DOBLES JUEGOS

“Tienes que escaparte de aquí como sea. Conoces el castillo, cuélate por cualquier poterna y desaparece. Detén a los refuerzos, y mañana volved. Con un poco de suerte, aún me encontraréis viva”.

(viene de) Sentados ambos sobre unos sacos de cereales que apestaban a humedad y que sin duda se habían echado a perder (aquel lugar, enclavado en una especie de pozo con múltiples galerías y dependencias, como me había comentado Guillaume, debía de haber sido un escondrijo habilitado en épocas algo más movidas para los habitantes de Tortosa), yo escuchaba cómo el bretón desgranaba sus aventuras acaecidas en el último año y medio, desde nuestra última misión en Perugia.

-Tu amiguito –ignoró mi mirada asesina- no acabó conmigo, como es evidente, pero si me hirió de gravedad. Por muerto me abandonaron sus esbirros en un callejón plagado de sucias tabernas, sin duda para hacerme parecer víctima de una riña entre borrachos. Y allí me habría desangrado de no ser por un mozalbete. En realidad, podría decir que, indirectamente, allí me habría desangrado de no ser por ti.

Hice una mueca de asombro, pero antes de que pudiera abrir la boca para pedirle aclaraciones, él continuó.

-¿De acuerdas del muchacho que colocaste en casa de ese grandísimo cabrón de mierda cuando trabajabas para él? ¿El que había sido pirata, el mismo que estaba contigo la noche en que nos encontramos en Barcelona?

-Claro, Yannick –respondí yo-. ¿Qué sabes de él? Al parecer huyó antes de que salieran a capturarme. No me preocupa su suerte, pues es un mozuelo muy listo. Supongo que acabaría percatándose, más pronto que tarde, de lo que sucedía en ese castillo, y tomó cartas en el asunto.

-Estás en lo cierto –me secundó Guillaume-. Cuando comenzó a prepararse la expedición a Perugia y vio que le dejaban fuera, sospechó. Ya hacía mucho tiempo que venía desconfiando de ese hijo de la peor puta infiel: comentarios inquietantes sobre ti que se le escapaban en ocasiones, como si no pudiera reprimirlos, visitas furtivas de una mujer de la que acabó enterándose que se trataba de Blanca… Así que se metió en la comitiva en secreto, y siguió a los guardias y a su señor a escondidas el día en que la emprendieron contra nosotros. Por desgracia, no pudo hacer nada por ti, ya que se te llevaron tan rápido que apenas pudo seguirlos y no tenía ni idea de dónde podían dirigirse, pero sin embargo sí pudo ver a los que me dejaron tirado, y pensó inteligentemente que si yo sobrevivía tendría un buen aliado para rescatarte de allá adonde te hubieran llevado. Así que me condujo a una posada y, gracias a sus atenciones y al dinero de mi bolsa, no abundante pero sí suficiente, consiguió que yo me restableciera, al menos lo bastante para poder emprender tu búsqueda y la del resto del grupo y enviar mensajes de ayuda a Frey Pere. Pero antes de que pudiéramos ponernos manos a la obra sucedió algo.

Se detuvo y sus ojos me escrutaron con el equivalente en una mirada de una música de tensión. Yo le di una patada en la espinilla como modo rápido de instarle a continuar y él, tan embebido en su historia, lo hizo sin casi muestras de dolor.

-Pues, sencillamente, el primer día en que me sentí fuerte nos hallábamos en la taberna, trazando un plan de hallazgo y rescate ante una jarra de vino, cuando de pronto una visitante muy inesperada, y completamente incongruente en aquel lugar, asomó por la puerta. Era Blanca, ni más ni menos, que llevaba no se sabe cuánto tiempo buscando mi cadáver, pues también me daba por muerto y, al verme tan pálido y flaco, aún en plena recuperación, tuvo una reacción parecida a la tuya hace unos momentos, aunque he de decir que en su caso bastante más patética, si cabe.

Le pateé la otra espinilla con bríos renovados.

-Una vez se cercioró de que Nuestro Señor no me había llamado aún –continuó, sin hacerme caso-, se deshizo en lágrimas y en disculpas. Me dijo que el asqueroso excremento de rata llena de ladillas la había hecho creer el mismo cuento que a sus hombres, que tú eras una traidora, y por eso y por su alianza intrigante con la causa de Blanca ella le había ayudado, pero que en ningún momento pensó que yo podía resultar una víctima… una víctima… ¿cuál es esa palabra extraña que tú sueles emplear?

-Colateral –le recordé yo-. Y un huevo que no tenía ni idea. Ella le instó a ir a Perugia con la idea de que nos asesinara a los dos al saber que andábamos juntos, es evidente; aquel día él parecía saber demasiadas cosas de mí que sólo podía haberle relatado ella, y probablemente ella también fue su enlace con Esquieu, porque si no dudo que ese repugnante renegado hubiera sabido a quién tenía que dirigirse para perjudicarnos más. Ah, pero mi enemigo no le va a la zaga a tu amiga en hijoputería; ha estado jugando a dos bandos con Blanca y el Grupo de los Ocho –al igual que los supuestos partidos indepentistas de Catalunya; tampoco debería asombrarme-, cuando la única causa de la que es seguidor es la suya propia, y aún se permite utilizar a su primogénito fallecido para justificar sus actos, como hizo en Perugia. Sí, a él le vino también de perlas el asunto, aunque Blanca fue la instigadora, a pesar de que al parecer luego no pudo soportar la idea de tu muerte y salió decidida a hacer lo que pudiera por ti. Por eso envió también a Isabel como espía. Guillaume, Blanca no está tan loca como él y es mucho más inteligente, pero sus arbitrarios ataques de celos y de ira, que oscilan entre asesinarte o sacrificarlo todo por ti, pueden llegar a ser tan devastadores como la alianza entre yanquis, Israel e integristas islámicos, y eso se une con que es una mujer muy poderosa. Y tú eres demasiado parcial cuando se cuela en el juicio algún atisbo de belleza femenina.

-Habló la que se ha pasado tres meses enteros holgando con el guapo ayuda de cámara de su jefe –abrí la boca para defenderme de tan vil acusación: había sido mucho menos que tres meses. Pero él siguió hablando-. Bueno, eso no importa ahora, te conozco demasiado bien para enfadarme por tu curiosa visión de la fidelidad. Lo que interesa es que, después de que ella me juró y perjuró que el gusano infecto comedor de cadáveres sarnosos había desaparecido del mapa, y no tenía ni idea en cuál de sus numerosas propiedades se hallaba…

-Otro embuste –le interrumpí yo. Ni Trillo negando la participación de España en la guerra con Irak. Él continuó tras dirigirme una mirada reprensiva.

 -…pensé que, no obstante, la mejor manera, y la más rápida, de localizarte (pues sin duda estabas en sus garras) era la misma Blanca: si era cierto que no tenía aún idea de tu paradero, la información le acabaría llegando tarde y temprano. Así que encargué a Yannick que reuniera al resto del grupo, que luego supe que estaban dispersos, buscándose entre sí y buscándonos a nosotros, y yo fui a recuperarme de mis heridas a una de sus residencias.

-Lo que sin duda debió de representar para ti un gran sacrificio –ironicé, con ganas de gresca. Indignado, me ojeó con agrio semblante de desafío.

-Pues, la verdad, puedes creer lo que te dé la gana, pero sí. Estaba furioso con ella: era evidente su responsabilidad, directa o indirecta, en tu desaparición. Y no me equivoqué sobre que sabía mucho más de lo quería admitir: semanas después, llegó una carta de Isabel.

Asentí. Recordé a mi antigua amiga durmiendo plácidamente al lado del señor del castillo, tal como la había visto unos momentos antes. Y también la mirada de hiriente, absoluto desprecio que me había enviado la última vez que la vi. Le exhorté con un gesto a que siguiera.

-En ella avisaba a Blanca de que, como ella ya había calculado, él te tenía prisionera, muy malherida. También pedía instrucciones. Yo me enteré gracias a mi amistad con la nueva dama de honor principal, Juana (por cierto, Blanca envió a Elvira a un convento cuando se enteró de que en el plan común de desembarazarse de los templarios mi seguridad no era un obstáculo para ella, ni mucho menos) y, al saber que, al menos de momento, aún estabas viva, le dije que me marchaba a buscarte. Puedes imaginarte cómo se puso. Pero, como bien acabas de decir y la experiencia me ha enseñado, no es aconsejable tener como enemiga a Blanca (ni a sus damas de honor, añadiría). Así que juré y perjuré la absoluta castidad de mis sentimientos hacia ti y que ella era la única mujer de mi vida, a pesar de que, por culpa de mis votos, nunca podríamos estar juntos.

Hice amago de estar a punto de vomitar.

-¿Puedes saltarte las partes de novela rosa y abreviar? Me asquea tanto romanticismo barato.

-Está bien –concedió él-. El resto, casi puedes imaginártelo. Llegué al castillo donde se hallaba el engendro de una cópula infernal entre una cucaracha y un cerdo, me contaron la historia de vuestra fenomenal fuga e, imaginándome lo que había sucedido y conociéndole, no tardé en localizar a nuestro querido amigo común, el mismo que me mató antes de tiempo mientras se disfrazaba de leproso –abrí la boca, pero él no me dejó seguir-. Ahórrate el esfuerzo si vas a disculparle. ¿Quién es parcial ahora? Bueno, lo que importa es que una vez arreglamos (de momento) nuestras diferencias con unos buenos mandobles, y cuando se trataba de discutir si hacía falta ir a buscarte o era mejor respetar tu decisión de dejar las armas por la juglaría, Ruy recibió un chivatazo de un antiguo compañero que se quedó en el castillo de donde habías escapado, en la que le avisaba del viaje de su señor a Tortosa. Habiendo también averiguado que Omar tomaba el mismo camino (aunque tú trataste de engañar al Genovés, enviado a investigarte, sobre ese particular), lo entendimos todo y decidimos partir al rescate. El plan era que yo me infiltraría entre los hombres de la guarnición y los otros esperarían en una ubicación cercana a que les diera aviso de actuar, para no despertar sospechas, contando que mi proverbial habilidad para la caracterización unida a mi presunta defunción impedirían que las sospechas cayeran sobre mí… –yo le miré con poco convencimiento-. Vale, el plan tenía lagunas, lo sé, pero ¿a qué no ha salido tan mal después de todo? Sin embargo, las lluvias de este verano y otoño, de las que vosotros escapasteis por poco, retrasaron nuestros planes y nos mantuvieron, paralizados y rabiando, en un punto en mitad del camino. Cuando por fin llegué, tardé en reconocerte gracias a tu hábil disfraz (recuérdame que felicite a tu Ferran), lo que hizo que perdiera un tiempo precioso en avisar a los refuerzos, pero seguro que están al llegar. Al menos eso espero… La verdad, no esperaba que fueras a actuar tan pronto, pensaba que esperarías a que hubiera llegado el rey para matarle de una forma discreta entre todo el barullo. Conociéndote, debí haber imaginado que querrías un duelo de honor con todas las de ley –chasqueó la lengua, reprochándose su error-. Cuando ese fruto de la verga putrefacta de Satanás nos contó a mí y a Esquieu el plan de esta noche, tras arrebatarnos el cerdo y el vino –se frotó el estómago, sin duda recordando que estaba en ayunas-, comprendí que tenía que ser muy rápido y eficaz si quería ayudarte.

Me levanté y comencé a agitarme por la diminuta estancia, ya que por sus dimensiones no podía dar paseos de león enjaulado. Calmada mi curiosidad, me sentía ahora completamente perdida, sin saber qué deseaba y cómo debía proceder. Por un lado, la llegada de refuerzos me decía que tal vez aún no estaba todo perdido. Por otro, me alegraba de tener la certeza de que mis amigos no me habían abandonado del todo (aunque había que reconocer que su lentitud en reaccionar sólo podía significar un poco de desidia). Pero, para finalizar, me preocupaba haberles abocado a una contienda de consecuencias imprevisibles que sólo muy tangencialmente era también su guerra. Al final no había podido hacerlo sola: habían tenido que venir mis caballeros de brillante armadura a rescatarme, al igual que si yo fuera una doncella indefensa. Aquello no era un fracaso, sino el señor de todos los fracasos, el padre de todos los fracasos, el fracaso postrero y definitivo. ¿Qué iba a pasar aquella noche? ¿Podría conseguir mi objetivo sin que pereciera nadie más que él mismo, a poder ser ni siquiera yo? Y en el caso de que lo lograra: ¿podrían perdonarme alguna vez mis amigos haberlos puesto en peligro? ¿Me echarían de sus vidas, ahora mismo mi único sustento, con cajas destempladas? Aparte de que, obviamente una vez localizado a Esquieu, se desharía nuestra peculiar compañía, como la Unión Europea de mis sueños después del Brexit, y no era el momento más ideal para conseguir trabajo; aún no han instalado las bases americanas que podrían ser tan útiles para ese particular, como afirman en Podemos. Volví a derrumbarme sobre los sacos, desconcertada.

De pronto, se me ocurrió una idea. Tenía que hacer que funcionara.

-Guillaume, tienes que escaparte de aquí como sea. Conoces el castillo, cuélate por cualquier poterna y desaparece. Detén a los refuerzos, y mañana volved y reclamad la cabeza de Esquieu al rey. Con un poco de suerte, aún me encontraréis viva. Amigo mío, si yo me marché en su día sin dar explicaciones es porque esto nunca fue asunto vuestro, y ningún mérito tendría yo si me apoyarais en algo que yo sólo he de culminar. Anda, hazme caso, ve.

Me miró con sorna.

-Eowyn, yo sólo me iré de aquí si tú lo haces. Tal vez me consideres mal cristiano, mujeriego y demasiado amante de la buena vida y de las monedas para ser sólo un pobre caballero de Cristo, y tendrás razón, pero también soy un hombre de honor. Yo, y los demás. No te dejaremos. No te dejaremos porque tú tampoco lo harías.

Le devolví la mirada, entre conmovida e impotente. No. No #TodosSomosLeoMessi. Aún existía gente honesta. Testaruda, equivocada, tonta, y muy escasa, pero real y existente. Y yo había tenido la suerte de encontrarme con algunos de ellos. O quizá no era tanta la suerte, porque todos nosotros estábamos destinados a perder. No sé qué habría hecho a continuación, pero ya nunca tendré la oportunidad de saberlo: justo en aquel momento, un ruido horrísono destrozó nuestros oídos y nos obligó a callar.


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