«Los chismorreos son las historias sobre conocidos que a la gente del pueblo le gusta ayudar a propagar, porque así pueden distinguirse en algo, pueden pertenecer al grupo de personas que se han escapado de algo».Pienso que la literatura debe ser espejo y/o reflejo. Espejo, cuando nos descubrimos en ella; reflejo, cuando adivinamos en ella a los demás. Afortunadamente, esta novela ha sido para mí solo (y ese solo es mucho) reflejo de otros. Indemne, pero destrozada; a salvo, aunque conmocionada; así salgo de su lectura. Segura al otro lado de las páginas, con la tranquilidad de que lo feo se acaba cuando se cierra el libro y la intranquilidad de tener la certeza de que las cosas feas no suceden solo dentro de los libros. Yo quiero ser la que escucha el chisme, incluso tal vez la que contribuya a transmitirlo; asegurarme así una plaza en el grupo de los que permanecen al otro lado de la barrera. Las cosas feas les sucede a otros, no a mí ni a los míos; las cosas feas las hacen otros (¿nos atrevemos acaso a preguntarnos si alguno de los nuestros sería capaz de hacerlas?). Yo solo quiero saber detalles, conocer el cómo, aspirar tal vez a alcanzar un porqué. Los porqués son complejos; a veces, aterradoramente sencillos. Ilusa, ingenua, tonta chismosa, como si así pudieras detectar señales, armar un mecanismo de prevención a tu alrededor; como si así pudieras mantenerte ajena a las cosas feas.
«-¿Por qué hiciste algo así? -le pregunto.
-¿Por qué no iba a hacerlo? Nadie llegó a enterarse nunca».
«No hay nadie, sólo nosotros. Y también queda cada vez menos de nosotros».
Sí, viajo con un bloque de hielo. No me preguntéis por qué, aún no lo sé. Es Eva quien sabe. Ella me lleva. Ella se lleva, a sí misma y a su bloque. Ella me cuenta y se cuenta: su infancia, su adolescencia, sus vecinos, sus ¿amigos?, su familia, su no-hogar; su culpa, su dolor, su vacío, su fracaso, su partida en la vida vencida de antemano.
«¿Le habrá mostrado papá la soga a Tesje? ¿Le habrá desaconsejado vivir a ella también?»Detecto en su voz un sentido del humor desganado, que suelta como quien no quiere la cosa. Parece estar de vuelta de todo, hastiada de escepticismo, lo cual me hace pensar que nada bueno me aguarda, que no hay lugar para la fe o la esperanza en su relato.
«La gente en realidad no quiere morir sino que sólo quiere escapar de la vida que lleva».
«Nada ha cambiado, pero nada es igual».Eva regresa a la pequeña población belga de Bovenmeer, de la que es oriunda y a la que no ha vuelto desde que se fue hace nueve años. Ha recibido una invitación de Pim para asistir a una fiesta en recuerdo de Jan, hermano de este y muerto poco antes del verano de 2002; ese verano, esa fecha fatídica en la que todo cambió, se definió, en la que se cortaron definitivamente los lazos entre Eva y Pim y Laurens, los pocos hilos que sostenían a Eva.
«Una vaca está compuesta por un millón de hilos [...] Una vez que te das cuenta de eso, ya no te da cosa cortar carne».Eva, Pim y Laurens son amigos desde la infancia, se hacen llamar los tres mosqueteros. No puede decirse que se eligieran mutuamente sino que la vida los eligió. Fueron los tres únicos niños nacidos en Bovenmeer en 1988 y eso, en cierta medida, selló sus destinos. Pero los niños crecen y cada uno va comenzando a elegir según sus personalidades y sus posibilidades. El paso del colegio al instituto marca el inicio de la bifurcación de sus caminos. Eva vive una situación complicada en su casa, no ha conseguido que ninguna niña la incluya en su círculo de amistades, para ella ser una de los tres mosqueteros es su forma de existir, de ser parte de algo, de ser alguien para alguien. El verano de 2002 será el verano en que se afana en que todo siga así, en que Pim y Laurens la sigan teniendo en cuenta. También será el verano en el que se pierde definitivamente la inocencia, el verano del despertar sexual, aquel en el que inician un peligroso juego del que no miden las consecuencias y que ninguno sabrá, quizás incluso querrá, parar.
No, no es un juego de niños porque no hay en él candor ni inocencia. Tampoco de adultos pues está desprovisto de madurez.
«Al final, todos los hombres no son más que niños dominados por algo».
The Dreaming Spooky House. Fotografía de Kevin Krejci
Sería interesante poner nombre a qué es lo que domina a cada uno de los personajes de esta novela. Yo os estoy hablando solo de Eva y muy someramente, y os he citado también a Pim, a Laurens y a Jan (también a Tesje en una cita), pero os aseguro que el elenco de personajes de esta novela es impresionante y que oscila entre causar una triste y honda ternura y revelar la más extrema crueldad. Hay, entremedias, víctimas de sí mismos, cómplices por acción o por omisión, y esa dualidad víctima-culpable que siempre me fascina.
Eva (Lize Spit) nos lleva y nos cuenta. Y no, Lize no es Eva aunque se crió en un ambiente parecido al de Bovenmeer. Nos cuenta en tres tiempos que va alternando: el del regreso al pueblo natal, el del verano de 2002, y el anterior a este en el que nos va contando acontecimientos de la infancia y adolescencia de Eva. Sin embargo, no se acusa el cambio de los hilos temporales, tal vez porque ellos mismos se superponen. Todo fluye y pronto me encuentro viajando con Lize y con Eva sin importarme nada más que la visión panorámica que me ofrecen, las ramificaciones de la historia, las chinas que me encuentro en el camino y que me voy guardando en el bolsillo porque sé que pertenecen a un tramo que aún no he recorrido aunque ellas ya sí. Casi se me olvida que viajamos con un bloque de hielo sino fuera porque a veces sale a relucir.
Asombrosa primera novela de Lize Spit. Me ha gustado mucho cómo escribe y cómo arma las historias. Ha escrito una novela extensa (más de 500 páginas) cuya lectura no se hace larga ni presenta altibajos. Tiene una gran capacidad, además, para combinar lo implícito con lo explícito. Lo implícito, porque allá nos deja que nos las apañemos para poner nombre a las motivaciones de cada uno y lo explícito, porque no nos ahorra detalle.
No nos ahorra detalle tampoco en ese capítulo en el que por fin se descubre que es lo que pasó en ese verano de 2002. Lo advierto porque su lectura puede resultar desagradable y es incluso probable que haya quien prefiera no leerlo. Es la segunda vez que una lectura me produce este tipo de ambivalencia (el responsable de la primera fue El gran cuaderno de Agota Kristof) pero en ambos casos me ha parecido estar ante magníficos libros y grandísimas autoras. Yo lo he leído (el capítulo en cuestión) con una mezcla de pena y de incredulidad. No porque me haya resultado inverosímil lo que en él se narra sino porque siempre me resisto a creer que puedan existir personas así que comentan actos como los relatados sin ningún tipo de empatía hacia sus víctimas. No he podido evitar recordar las reflexiones que me provocó la lectura de Un sábado con los amigos de Andrea Camilleri.
Tras este capítulo, y a falta de poco para el final, tan solo nos falta averiguar algún detalle más y esperar quizás una sorpresa o giro final, pues ya se intuye el desenlace. Tal vez por ello, o más probablemente por acabar de haber superado el clímax de la trama, la novela pierde un poco de fuerza, nada en todo caso que empañe todo el conjunto.
Avanzo lentamente por esta historia, sin saber hacia dónde voy o me llevan. Eva me guía. Ella sí sabe. Sabe que no va hacia ninguna parte porque en realidad nunca se ha ido. Sabe que no importan los kilómetros que se pongan por medio. No se puede escapar de uno mismo. No se puede huir de quien se es ni de lo que han hecho de uno ni con uno.
«No soy una mujer, no soy una niña, pero tampoco soy uno de ellos. Soy el caballito de un tiovivo que siempre seguirá moviéndose a sacudidas, siempre en la misma barra, año tras año en la misma órbita, en la misma feria, para los mismos niños».
«Éstos son mis amigos y éste es un juego que se nos ha ido de las manos, nada más».
Clagett Farm Festival-20. Fotografía de F Delventhal
Ficha del libro:
Título: El deshielo
Autora: Lize Spit
Traductoras: Catalina Ginard y Marta Arguilé
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 528
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