El Desierto del Sáhara

Por Arielcassan

El día va llegando a su fin, y un cálculo rápido a través de la ventanilla me dice que no debe quedar más de hora y media de luz solar.
Los últimos 40 kilómetros que recorremos tras el pueblo de Rissani revelan claramente la proximidad a nuestro destino, debido a la drástica transformación que sufre allí la fisionomía del paisaje.

Los palmerales verdes que nos habían acompañado tímidamente desde la banquina ya han quedado atrás.
El tramo final de la jornada la realizamos atravesando una “hamada”, palabra de origen árabe con la que se conoce al desierto árido, pedregoso, de grandes rocas y escasa vegetación.

Es interesante destacar que si bien cualquiera imaginaría el Desierto del Sáhara como una inmensa extensión de arena, sólo el 30% del mismo está cubierto por dunas.
La gran mayoría del Sáhara es una hamada, una vasta propagación de tierra árida, seca y cuarteada por los bruscos cambios de temperatura entre el día y la noche.

Para que se den una idea, en las hamadas se puede llegar tranquilamente a los 50 ó 60 grados centígrados hacia el mediodía, bajando abruscamente tras el crepúsculo.
Curiosamente, cuando alguien por estos lares desea insultar a otro deseándole lo peor, literalmente suelen decir “que se vaya a una hamada”.

Por suerte, nosotros nos dirigimos hacia Erg Chabbi, una de las excepciones a esa regla, poseedor de uno de los paisajes considerados de lo más espectacular que puede ofrecer este gran desierto africano.

A diferencia de las hamadas, los “ergs” son las regiones arenosas del Sáhara, con fabulosos médanos que alcanzan los 180 metros de altura.
Erg Chabbi es particularmente el más famoso de Marruecos, y se encuentra al este, muy cerca de la frontera con Argelia.
Sus dimensiones no son demasiado grandes, teniendo sólo 20 kilómetros de alto por 5 de ancho, pero por favor, no se dejen engañar por sus medidas y continúen leyendo…

Erg Chabbi

La furgoneta se detiene frente a una pequeña construcción a la orilla del desierto.
El aura del sol poniente comienza a acariciar la silueta de las dunas que se distinguen a lo lejos. Queda ya muy poco tiempo para el atardecer.

Aunque la excursión en la que venimos volverá al día siguiente a Marrakech, nuestro camino debe continuar hacia el norte, por lo que bajamos nuestras mochilas y las dejamos al cuidado de los dueños del albergue.

Mi emoción es máxima. Estoy por cumplir el mayor deseo que tenía al venir a Marruecos: ¡Experimentar un paseo en dromedario por el Desierto del Sáhara durante el atardecer!

Mientras tanto Janire, mira con desconfianza al camélido unijorobado que se encuentra detrás del suyo, al cuál yo estoy por montar, y que no deja de estornudar frenéticamente, entre las risas generales del resto del grupo.

La caravana por fin está lista.
Una cuadrilla de bereberes locales, vestidos con sus típicas djellabas o sus turbantes azules, guiarán el convoy de dromedarios que les fue asignado a cada uno.

La caravana está lista


La caravana está lista


Este dromedario tiene cara de sospechar algo

Apenas comenzamos a dejar nuestras primeras huellas camélidas sobre la fina arena de Erg Chabbi y la imagen del albergue se pierde detrás de las dunas fronterizas, una sensación inexplicable va aumentando in crescendo en el corazón de cada uno de nosotros.

El silencio del desierto se hace envolvente. Sólo resulta quebrado por el continuo accionar de las cámaras de fotos y los murmullos lejanos provenientes de las indicaciones de los guías bereberes.

El paisaje es impresionante. Las características líneas surcan la arena y se pierden entre los médanos, producto de la acción de los vientos constantes.

Cada dirección nos obsequia una postal de las más lindas que hayamos visto. Al este, al oeste, hacia las demás caravanas. Me encuentro exaltado por tanta belleza natural y no quiero perderme ningún instante de esta mágica puesta del sol.

Los guías bereberes encabezan los convoyes de dromedarios por el Sáhara

Paseos en dromedario por Erg Chabbi


Desierto del Sáhara, al atardecer

El convoy de dromedarios gira hacia el noreste para regalarnos otro gran espectáculo: las sombras del desierto.
El astro sol, ahora incidiendo sobre los animales desde un costado, forma sobre las dunas opuestas las imágenes más lindas que probablemente veamos en el camino. La silueta de los rumiantes en contraste con la arena anaranjada, es un regalo para nuestros ojos (y claro está, para el fotógrafo que todos llevamos dentro)

El color de la arena también va cambiando poco a poco. El naranja original se convierte cada vez más en un rojizo, reflejo fiel del tinte que presenta el cielo en el ocaso.

Unos pocos minutos más tarde, un marrón opaco se impone sobre todos los demás tonos, hasta que es vencido por una sombra integral, que deja la superficie negra e invisible hacia donde sea que se mire.

El recorrido duró aproximadamente una hora y media, con el último tercio bajo una oscuridad casi completa.
Pero esos primeros 60 minutos, entre las perfectas siluetas de los animales y sus sombras, los dibujos que forma el viento en la arena, y el impecable cielo rojizo decorado por los altos médanos a nuestro alrededor, se grabaron como un vídeo imborrable en nuestras memorias.

Quizás, uno de los mejores recuerdos que hemos tenido de todos nuestros viajes.

Les dejo acá las fotos de ese atractivo atardecer, al compás de las pisadas y berridos de los rumiantes. Es una experiencia tan asombrosa y única, que espero que tengan la oportunidad algún día de disfrutarla como pudimos nosotros…

Las sombras de los dromedarios formando una típica postal del desierto


Las sombras de los dromedarios formando una típica postal del desierto


Las sombras de los dromedarios formando una típica postal del desierto


Paseos en dromedario por Erg Chabbi


Paseos en dromedario por Erg Chabbi


Las tradicionales líneas dibujadas en el desierto


Las tradicionales líneas dibujadas en el desierto


Jani se acomoda para la foto en una complicada maniobra sobre el camélido


Cumpliendo un gran deseo al venir a Marruecos


Desierto del Sáhara, al atardecer


Desierto del Sáhara, al atardecer

El plan para aquella noche era dormir en una “jaimá”. Esta palabra, en idioma árabe y bereber, se utiliza para denominar a las tiendas de campaña del desierto que utilizan los nómades locales para asentarse temporalmente en su continua peregrinación.

Como les comenté en el post anterior, los pueblos bereberes son históricamente los dueños del Sáhara. Desde hace miles de años, pequeñas comunidades de bereberes en sus múltiples etnias (tuaregs, cabileños, chleuhs, etc.) viven y se movilizan a través del inmenso desierto en busca de agua, alimento y próspero comercio de tejidos y otros productos que confeccionan.

Las tiendas ya estaban armadas cuando llegamos a nuestro destino. Dentro de ellas, había dispuestos varios colchones con tres o cuatro mantas y frazadas para cada uno. ¿El motivo? Así como de día las temperaturas pueden subir más allá de los 40 grados, por la noche pueden registrarse valores en negativo, aunque generalmente no mayores a -5 grados.

Mientras dejamos nuestras pertenencias y nos sentamos a la mesa grupal, un riquísimo aroma comenzó a sentirse en el ambiente, y provenía de una de las tiendas de los dueños del campamento.

La ansiada cena no tardaría en llegar: arroz con olivas, pan casero y una de las exquisiteces de la gastronomía magrebí: Tagine de verduras.

El “tagine” (o “tajín”) es un plato muy habitual en Marruecos y todo el norte de África. Toma su nombre del recipiente de barro barnizado en el que se prepara, de gran diámetro y con tapa cónica para mantener el calor mientras se cocina.

Después del largo día de viaje y el cansador andar sobre los no-demasiado-cómodos lomos de los dromedarios, nada mejor que disfrutar de una buena cena caliente y unas rondas del típica té de menta marroquí.

Antes de ingresar finalmente a la jaimá para conciliar el sueño, debo hacer una mención especial al cielo de aquella noche.

En la quietud del Desierto del Sáhara, lejos de cualquier pueblo y mucho más de cualquier ciudad iluminada, la cantidad de estrellas y la nitidez de la Vía Láctea que hacían de nuestro techo, es otro de los increíbles recuerdos de una jornada que ya será inolvidable.

Otra vez con Janire a mi lado, como aquella noche en los Alpes hace 4 meses, una bóveda de intensos luceros coronaba nuevamente un momento único y exclusivo.

De ese instante obviamente no tengo fotos, pero les dejo algunas de las jaimás y de aquella gran cena:

Las “jaimás” donde pasamos la noche


Cena bereber con tagine de verduras


Una buena ronda de té para combatir el frío de la noche en el desierto


¡Sirviendo a dos manos!

Como si la primera jornada hubiese sido poco, el día siguiente nos esperaría aún con más sorpresas.

Muy pronto por la mañana, antes siquiera del amanecer, unos gritos nos despertaron en el medio de la noche. Eran los guías bereberes, dándonos los “buenos días” y alistándonos nuevamente en la caravana de dromedarios que nos llevarían otra vez al albergue donde habíamos dejado nuestras cosas.

Si el atardecer anterior había sido espléndido, no me quedan palabras para lo que fue el alba. Algunos, decidieron sencillamente ir caminando junto a los convoyes y aprovechar para corretear por las dunas y tomarse fotografías.

Nosotros no queríamos perdernos la oportunidad de volver a sentir la incómoda pero extraña sensación del viaje a lomo de rumiante. Pero aún así, saqué fotos y fotos hasta literalmente, consumir entera la batería de la cámara.

El cambio de colores esta vez fue distinto, particular, y ni siquiera opuesto. Valió la pena tanto como el crepúsculo de la víspera, y para no estirar innecesariamente el relato, les dejo a ustedes mismos que lo juzguen (o mejor aún, que lo admiren igualmente) con sus propios ojos:

Amanecer en el Sáhara


Amanecer en el Sáhara


Amanecer en el Sáhara


Amanecer en el Sáhara


Otra vez sobre los comodísimos (?) dromedarios para emprender el regreso


Amanecer en el Sáhara


Amanecer en el Sáhara


Amanecer en el Sáhara


Las sombras de los dromedarios formando una típica postal del desierto


Desierto del Sáhara


4×4, una opción divertida pero menos autóctona de disfrutar del desierto


¡Postales típicas por todos lados!


¡Cuanto cariño! (versión 1)


¡Cuanto cariño! (versión 2)

La furgoneta partió de vuelta a Marrakech dejándonos sólos en la puerta del albergue, sin ningún otro lugar visible a nuestro alrededor.
Pero según nos dijeron, caminando 3 ó 4 kilómetros hacia el sur encontraríamos el pueblo de Merzouga, principal población de la zona y desde donde parten buses diariamente hacia el norte del país.

¡Y así fue! Por primera vez en Marruecos, alguien nos indicaba una dirección que efectivamente era la correcta. Y de hecho, en Merzouga encontramos la gente más hospitalaria de todo el país.

¿Será que cuánto más lejos te encuentras del turismo masivo, más “humanas” son las personas? ¿O tendrá que ver con las costumbres propias de la gente del desierto? ¿Será simplemente que los bereberes tienen una cultura más amable que la de los árabes?
Nunca pudimos sacar una conclusión justa al respecto, pero teniendo en cuenta las veces que quisieron timarnos en Marrakech más las que estaban por venir en el norte del país, en Merzouga y el Sáhara fue claramente donde mejor trato hemos recibido.

El pueblito de Merzouga es sencillo y muy pequeño. Tiene una calle principal (la única asfaltada) donde se ubican los principales edificios públicos (correo, gendarmería, centro de salud, mezquita, escuela) y que tras poco más de un kilómetro finaliza abruptamente por el inicio de los médanos de Erg Chabbi.

Luego, el resto del conjunto urbano no son más que unas cuantas callejuelas desérticas con talleres tuaregs, algunos puestos de comida (como el MacAdil de la foto, que no sé qué tan legal será hacer eso…), la empresa nacional de buses y algunas agencias de expediciones al desierto. Y listo, se acabó Merzouga.

En las proximidades, más allá de las dunas, existen otras actividades como un lago de sal (¡con flamencos inclusive!) o andar los 7 kilómetros en dirección sur hasta el pueblo de Khamlia, un reducto de sólo 150 personas de origen senegalés que tienen fama de ser muy receptivos con los turistas, a los que deleitan con su “música negra” (G’Naui), sus danzas y sus artesanías.

Pero eso es todo. Es breve, lo admito, pero la tranquilidad del ambiente de Merzouga (lejos de la locura de las medinas marroquíes) y la cercanía al fantástico Sáhara la convirtieron en el pueblo que más hemos disfrutado. Si algún día viajan a Marruecos, ¡ni se les ocurra dejar de venir!

Las callecitas de Merzouga


Aunque Marruecos diste de la África más típica de junglas y safaris, no deja de formar parte


MacAdil… ¿A qué otra marca me suena?


Dromedarios caminan por el pueblo de Merzouga


Ahí donde termina Merzouga, comienzan las dunas del Sáhara

Compramos pasajes hacia Fez, antigua capital del país y dueña de la medina más auténtica de Marruecos, a 10 horas de distancia y por lo tanto, el viaje se haría por la noche.

Para aprovechar el resto de la tarde, decidimos ir una vez más a las dunas de Erg Chabbi. Y allí, esta vez sin guías ni caravanas de dromedarios, nos dedicamos simplemente a disfrutar de la grata soledad que brinda el desierto, sacarnos fotos, hacer dibujos en la arena y contemplar por última vez el hermoso atardecer sobre el Sáhara.

Les dejo algunas fotos más (¡cómo si no hubiesen visto ya bastantes!) y los despido hasta el próximo post, desde la histórica ciudadela de Fez.

¡Saludos a todos!

Con un pañuelo enrollado en forma de turbante (versión 1)


Con un pañuelo enrollado en forma de turbante (versión 2)


¡¡Qué guapa!!


Aprovechamos el desierto para sacarnos unas cuántas fotos…


Aprovechamos el desierto para sacarnos unas cuántas fotos…


Aprovechamos el desierto para sacarnos unas cuántas fotos…


¡Algunos saltos salen bien!


Otros son medio extraños…


Y en otros definitivamente no coordinamos…


Me pierdo en la distancia… (?)


¿Qué hay ahí arriba, Jani? ¿Qué has visto?


Hasta los dromedarios se nos ríen por las tonterías que estamos haciendo!


Un nuevo atardecer en el Sáhara


¡Los Odiseos los saludan desde el Sáhara!


¡Saludos desde el Sáhara!