El desobediente Albert Rivera tenía que caer.

Publicado el 19 noviembre 2019 por Mike Sala @mikesala65
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En el mundo de la política nada es lo que parece. Lo que vemos es lo que nos presentan los medios de comunicación que sirven al sistema. Un mundo de ideologías encontradas, de intereses económicos que las dirigen, de cierto glamour, de obediencias, de servidumbres y de codicia, de pocos aciertos y de muchas decepciones. Todo eso está más o menos expuesto, no tanto por la transparencia de los diarios e informativos, sino porque todos los hechos tienen consecuencias, y las consecuencias de los hechos de la casta gobernante quedan a la vista de todos tarde o temprano.


En ese mundo corrompido en el que la obediencia al poder es garantía casi infalible para mantenerse en el puesto, Albert Rivera era un estorbo desde hace meses. Rivera debía caer. Rivera tenía que caer. Y después del descalabro de la jornada electoral era el momento apropiado.
No fue casualidad que, durante el último medio año antes de las elecciones, Rivera sufriera el acoso de los medios que poco antes le habían apoyado durante largos años. El partido naranja y su líder, para esos medios de información, siempre obedientes a la voz del amo globalista y arcoíris, eran el ideal de regeneración frente a los anquilosados y corruptos PP y PSOE. Una formación política joven, nacida en la Cataluña de la lucha contra el independentismo, que se atrevía a arrojar la corrupción a la cara a los grandes partidos al mismo tiempo que abanderaba el estandarte de la ideología de género sin caer en el izquierdismo rancio. Eran el chico de Soros (uno de ellos) y su naranja mecánica. El equipo perfecto para atraer a los millones de votantes hartos de lo azul y lo rojo.
Pero Albert tenía que caer. Al Amo Soros no se la juega nadie a quien él haya subido a lo alto, y permanece arriba como si nada. Con el tiempo resultó que el enconamiento de Rivera contra el PSOE no era postureo. No estaba dispuesto a seguir las órdenes del Amo para pactar y llevar al gobierno al secretario general de un partido socialista enfangado hasta la cabeza en la corrupción, aunque ideológicamente, el pacto PSOE-Ciudadanos propuesto por el indeseable George Soros era viable porque ambos partidos tenían más en común de lo que la mayoría de la gente supone.
Rivera no atendió a las señales. No las vio, o no las quiso ver. Desobedeció las instrucciones del especulador húngaro de apoyar al PSOE e ignoró el primer aviso: el apoyo incondicional de aquellos medios ya no era tan incondicional. Incidían entonces en lo que apenas habían hablado antes. El “veletismo” de un partido que comenzaba a ofrecer una imagen de incoherencia que afectaba a Rivera, a su gabinete y a la mayoría de sus políticos en las comunidades autónomas donde, mediante pactos a izquierda y derecha, tenían opciones de gobierno. Y si hay algo que disgusta al electorado español es la indecisión, porque los españoles prefieren votar a lo malo definido antes que a lo que aún está por definir. Hasta el fiel Pedro J. Ramírez que estrenaba parienta globalista, y Jiménez Lospanchos, el pseudo-liberal pescador de subvenciones peperas, empezaban a darle sonoras bofetadas desde las tertulias de EsRadio.
Albert ignoró también a la disidencia interna naranja activada por Soros. Que nadie se engañe. No puede ser casualidad que varios de esos disidentes, que reclamaban a Albert Rivera mayor entendimiento con el PSOE y más distanciamiento con el PP, fueran de la línea globalista preferida por el especulador multimillonario. Dos malos enemigos para un político que pretende seguir en el poder. Prensa hostil y antiguos compañeros decepcionados.
Y el laminado de Rivera en los diarios y televisiones del globalismo continuó. En lo político y público y en lo personal. De niño mimado y esperanza política había pasado en cuestión de semanas a ser un lastre para la gobernabilidad y el novio huidizo de una famosa cantante con cierta mala leche. No importa que se les fuera la mano a esos medios y ayudaran con todo éxito a dejar a Ciudadanos en el chasis. No les importaba a ellos, y menos aún a Soros, porque si España no había querido la “opción moderada” de dominio globalista, iba a tragar con la opción radical, si todo salía medianamente bien en las elecciones generales del 10-N.
No todo salió bien en las urnas, pero el resultado fue suficiente. El PSOE había perdido pocos escaños, al igual que Podemos. Urgía amarrar un pacto de gobierno rápidamente para poner en marcha el Plan B del radicalismo comunista y arcoíris, dado que el Plan A de la socialdemocracia de socialismo encubierto y también arcoíris se había ido al traste. Y en esas estamos, mientras que Rivera ya ha sido masticado y escupido por el universo Soros y sus indeseables y bien pagados lacayos. La pérdida de escaños no habría sido tan espectacularmente demoledora si Albert Rivera hubiera sido más coherente. Muchos de los votantes que emigraron a Vox se habrían quedado en Ciudadanos si Rivera no hubiera sido tan obtuso en no pactar nunca con Vox y pedir al PP que hiciera de intermediario. Muchos de los votantes de Ciudadanos no se habrían precipitado en volver al traidor PP Si el enamorado Albert se hubiera definido de una vez y no hubiera jugado a la incógnita. En cualquier caso gana Soros y los globalistas. Y si Ciudadanos no anda listo, acabará viviendo la misma situación de colapso de UPyD, aunque por motivos bien diferentes.
Lejos quedan los días en los que los chicos de Rivera se frotaban las manos, y alguno brindaba, cuando al partido de Rosa Díez lo dejaron en cuadro, más que nada para dar un aviso a navegantes. Hoy Albert Rivera es historia, Y Pedro doctor-fraude Sánchez se alegra por ello. Posiblemente Sánchez es consciente, o quizás no, de que el día que deje de comportarse como un tipo sin principios y decida hacer algo bueno por España acabará catapultado al abismo de una patada globalista en sus socialistas posaderas. Trabajar para el mal común puede convertirte en rico y famoso, pero traicionarlo nunca, nunca, trae buenas consecuencias.

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