El despertar

Por Revistaletralibre

Por C.R. Worth
Cada mañana su madre tenía que arrearla para ir al colegio, no es que fuera muy dormilona o no le gustaba ir a la escuela, es que se quedaba hasta tarde leyendo. Había descubierto a Alejandro Dumas y estaba fascinada por sus libros; ahora los prefería a las aventuras de Los Cinco.
Había tenido una pelotera la noche anterior tras venir de la zapatería con su mamá, pues ella se empeñaba en comprar unos zapatos con un poco de elevación, y su madre no le dejó adquirirlos. Todas sus amigas tenían zapatos así, con un poquito de tacón, pero su progenitora se empeñaba en compararle los «Gorilas» para el colegio con cordones. Por esa razón no se lo iba a poner fácil a su madre y se hacía la remolona, amén de estar somnolienta por la lectura tardía.
Se tomó el colacao y el donut, y junto a su hermano mayor se fue para el colegio. ¡Estaba tan feliz de que su madre no los acompañara ya!, no soportaba que la llevara y la trajera como si fuera una cría pequeña.
No era mala estudiante pero tenía problemas con los maestros porque le decían que era una cotorra y no paraba de hablar en clase; en especial cuando se cruzaba con aquel niño guapo de ojos verdes y tenía que contárselo todo a sus amigas. En el recreo cada vez jugaba menos a la comba o al elástico, y prefería charlar con las compañeras, aunque le seguía encantando jugar «al cielo voy».
Tras el colegio, cuando llegaba a casa se tomaba su merienda con Nocilla, hacía los deberes, y luego se ponía a jugar.
Una tarde cuando se puso a jugar con sus muñecas a las casitas, de pronto le vino una sensación extraña, ya no era divertido jugar así, el regocijo que le causaba imaginar un mundo de fantasía y hundirse en él como si fuera la realidad, había desaparecido. Se dijo a sí misma «esto no es divertido» y por más que intentó volver a esa sensación, a ese estado mental de fantasía en el que estuvo un instante antes, no pudo. Como una epifanía le llegó a la mente que había dejado de ser una niña. Despertó en la adolescencia; no era que su cuerpo ya estaba cambiando o sus gustos estuvieran evolucionando, fue un momento puntual en el que conscientemente su mente cambió radicalmente.
Se levantó del suelo, guardó sus juguetes, y nunca más volvió a jugar con ellos.