Su trabajo para la editorial Bruguera le hizo trasladarse a Barcelona. Como era habitual en los escritores de posguerra, escribió en numerosos géneros con multitud de pseudónimos como Alan Star, Karl von Vereiter, y el citado Law Space, llegando a colaborar con Félix Rodríguez de la Fuente en una revista. Fuera de la ciencia ficción destacó como escritor de historias bélicas, llegando a convertirse en un experto en la Segunda Guerra Mundial. En el género de la ciencia ficción su producción fue prolífica, llegando a escribir, literalmente, cientos de títulos para las editoriales Toray y Bruguera. Según su hijo, el escritor Enrique Sánchez Abulí, escribía una novela por semana, si no más. Llegó, incluso, a crear su propia editorial, Mando, para la que escribió quince títulos bajo el pseudónimo de Alan Comet en una colección denominada Robot. Y es bajo este sello donde encontramos la novelita "El despertar del pasado", publicada en 1955 y que se anunciaba con la siguiente sinopsis: "¡Habían muerto hacía millones de años! La ambición de un hombre les hizo despertar para lanzarse contra el mundo como una espeluznante pesadilla. ¡Una lucha contra los monstruos del pasado que le llevará al límite de lo posible!".
Una vez que la oscuridad se adueñó del interior del vehículo, el zumbido del «tele-radar» fue el único ruido que rompió el silencio que reinaba allí. Sin saber exactamente por qué, Alexis sintió que su voluntad flaqueaba, presa de una emoción que aumentaba por momentos.
Algo tan poderoso como una clara intuición le decía que lo que aparecía en la pantalla iba a ser una sorpresa indudable y demasiado grande para no emocionarle.
¿Qué podría haber allí, en el fondo de las capas heladas, que requiriese su presencia?
Una luz, débil al comienzo, empezó a fluctuar sobre el cristal pulido de la pantalla. A medida que la luz aumentaba en intensidad —al mismo tiempo que la ansiedad de Komarow— unas sombras gigantescas, se iban dibujando entre la claridad azulada del resto.
De repente…
La nitidez de las imágenes fue extraordinaria. Y el profesor, sin poderlo evitar, lanzó un grito ahogado que le salía del fondo de su alma de científico, al contemplar la maravilla que desfilaba ante sus desorbitados ojos.
Reposando entre las capas de hielo, desde hacía millones de millones de años, los animales que habitaban aquellas lejanas épocas estaban allí, en un sueño casi eterno, aprisionados por los hielos que habían detenido sus existencias…
Con los ojos brillantes por una fiebre de emoción, Komarow no cesaba de gritar extraños nombres al paso rápido de las imágenes.
—¡Triceratops!… ¡Un Iguanodon!… ¡Alosaurios!… ¡Brontosaurios!… ¡Diplodocus!…
Era todo el Pasado que destilaba, en su callado cementerio de hielo, ante el entusiasmado sabio. Los cuerpos de aquellos monstruos que habían aterrorizado a la propia tierra, estaban perfectamente conservados en el más formidable y gigantesco «frigorífico».
Durante millones y millones de años, sus cuerpos yacían en aquella especie de muerte invernal, como un tesoro paradójico.
A su lado, Hugo lanzaba rápidas y divertidas ojeadas a la pantalla. Pero, su atención estaba clavada en el rostro del sabio en el que se leía una admiración sin límites.
—Sí, profesor —exclamó con vehemencia—, ahí están por millones, en enormes manadas, esperando solamente su ciencia…
Alexis se volvió sorprendido…
—Comprendo —dijo con un hilo de voz—. Ustedes desean que yo…
—¡Eso mismo! —cortó el otro—. Nosotros deseamos darles la vida que perdieron hace mucho tiempo. ¡Ésos son sus criaturas de ensayo, profesor! Están esperándole desde la Noche Turbia de lo Remoto. Y mientras usted venía… La fauna del pasado duerme…
Me lo chivó Pepelu. ¡Muchas gracias!