El destinado lugar de encuentro

Publicado el 26 marzo 2012 por Rojotransitorio @rojotransitorio

Canción de Shambhala por Nikolai Roerich

Pero ahora el destinado lugar y la hora estaban próximos; sin saberlo se había acercado a su desconocida meta.

Pues aunque una apariencia de ciego y sinuoso azar recubre el trabajo del sabio Destino, nuestros actos interpretan una Fuerza omnisciente que mora en la imperiosa esencia de las cosas, y nada sucede en la representación cósmica sino a su tiempo y en el lugar previsto.

Llegó a un espacio de suave y delicado aire que parecía un refugio de juventud y de alegría, un mundo de tierras altas de libre y verde delicia en donde primavera y verano yacían juntos y peleaban en indolente y amistoso debate, desarmados, disputando entre risas quién debería mandar.

Allí la expectación batió repentinas alas extendidas como si un alma prestara atención desde la faz de la tierra, y todo cuanto había en ella percibió la llegada de un cambio y olvidando gozos obvios y comunes sueños, obediente a la llamada del Tiempo, al sino del espíritu, fue alzada a una belleza calma y pura que vivía bajo los ojos de la Eternidad.

Un macizo de cabezas montañosas asaltaba el azur pujando con hombros rivales para alcanzar el cielo, paladines armados de una línea de acero; la tierra yacía postrada bajo sus pies de piedra.

Debajo se extendía un sueño de bosques esmeralda y relucientes orillas solitarias como sueños: blancas aguas corrían como relucientes sartas de perlas.

Un suspiro se extraviaba entre las felices hojas; frescamente perfumadas con pies pausados rebosantes de placer suaves brisas entrecortadas titubeaban entre las flores.

La blanca grulla erguida, inmóvil línea viva, pavo real y loro ornaban suelo y árbol, el suave arrullo de la paloma enriquecía el aire enamorado y patos salvajes de alas de fuego nadaban en estanques argentinos.

La tierra se acostaba a solas con su espléndido amante el Cielo, desnuda para el ojo azul de su consorte.

En lujuriante éxtasis de alegría prodigaba la música de amor de sus notas, derrochando el apasionado diseño de sus flores y el tumultuoso festival de sus aromas y colores.

En torno grito y salto y carrera, sigilosas pisadas de animales de presa, el enmarañado esmeralda de su cabellera de centauro, el oro y el zafiro de su calor y de su llama.

Artífice de sus calurosos júbilos, alegre, de corazón sensual, despreocupada y divina, la vida corría o se escondía en sus habitaciones de delicia; tras todo ello celaba la grandiosa calma de la Naturaleza.

La Paz primigenia estaba allí y en su seno mantenía no perturbada la lucha de pájaro y de bestia.

El hombre ceñudo artesano no había llegado a posar su mano sobre las felices cosas inconscientes, el pensamiento no se encontraba allí ni la evaluadora herramienta de ojo inquisitivo, la vida no había aprendido a discordar con su propósito.

La Poderosa Madre yacía extendida a sus anchas.

Todo estaba alineado con su primigenio plan satisfecho; llevados por una voluntad universal de alegría los árboles florecían en verde felicidad y las crías salvajes no se ocupaban del dolor.

Al fondo reclinada una adusta y gigantesca zona de enmarañadas profundidades y solemnes inquisitivas montañas, picos semejantes a la desnuda austeridad del alma, armados, remotos y desoladamente enormes como las infinidades ocultas por el pensamiento que yacen tras la entusiasta sonrisa de la danza Todopoderosa.

Un espeso cabezo de bosque invadía el cielo como si un asceta de cuello azul escrutara desde el refugio de piedra de su cueva en la montaña contemplando la breve felicidad de los días; su vasto extendido espíritu recostado detrás.

Un poderoso murmullo de inmenso retraimiento asediaba el oído, una triste e interminable llamada como un alma retirándose del mundo.

Este era el escenario que la ambigua Madre había elegido para su breve hora feliz; aquí en esta soledad apartada del mundo comenzó su parte en la alegría y el conflicto del mundo.

Aquí le fueron descubiertos los místicos atrios, las escondidas puertas de belleza y de sorpresa, las alas que murmuran en la casa dorada, el templo de dulzura y el ardiente altar.

Extranjero en las afligidas rutas del Tiempo, inmortal uncido al yugo de muerte y destino, sacrificante del gozo y del dolor de las esferas, el Amor en el páramo encontró a Savitri.

Canto I: El Destinado Lugar de Encuentro, del libro V del Amor (extracto del poema épico Savitri de Sri Aurobindo)

Encuentro de sensibilidades

La pintura y el texto que acompañan esta entrada no tienen relación alguna. Una, la pintura de Nikolai Roerich, hace referencia a Shambhala, una leyenda de origen tibetano. El otro, el texto extraído del poema épico de Sri Aurobindo, hace alusión a otra leyenda de origen hindú.

Curiosa y casualmente, tal como observas la pintura de Nikolai Roerich parece como si ésta describiera, hasta cierto punto (o eso me ha parecido a mi), una porción de la paisajística descripción de Sri Aurobindo. Al parecer, ambos fueron coetáneos pero la obra del pintor (1943) debió ser posterior a este pasaje concreto de la magna obra del escritor (1916-1950).

El arte tiene puntos de encuentro realmente sorprendentes. Puntos en los cuales dos extremas sensibilidades parecen destinadas a encontrarse en un abrazo artístico sin aparente conexión. Aunque ya dijo una vez el gran Leonardo da Vinci en uno de sus famosos principios: todo se encuentra, de alguna forma, conectado.

El arte es una pausa, un encuentro de sensibilidades. (Doménico Cieri Estrada)