Lejos de plantar el imaginario lovecraftiano como algo sutil y enmascarado, el escritor Pedro Moscatel (Quintaesencia, Te prohíbo volver a dormir) se adentra de lleno en el horror cósmico, evidenciando con El devorador de mundos un indisimulado tributo a esa cosmogonía de dioses primordiales y monstruosidades incomprensibles. La manera de llegar a ello es a través de un tiempo actual, contribuyendo con ello a la puesta al día de las ideas y conceptos creados por Lovecraft.
Debido a su corta extensión, perfecta para la colección Soyuz de Ediciones El Transbordador, no es mucho lo que puede contarse sobre la trama de El devorador de mundos. Baste decir que tenemos a un protagonista que se traslada junto a su hijo a una pequeña localidad en la que traba amistad con un vecino. Este le lleva a conocer unas excavaciones que se están realizando en las afueras del pueblo, excavaciones que han sacado a la luz algunos descubrimientos sorprendentes cuyos análisis arrojan resultados difíciles de creer.
Bajo tal premisa, Pedro Moscatel edifica un entramado que se lee del tirón y que contiene una serie de elementos aledaños susceptibles de ser detallados en una novela más extensa. Entre ellos se cuentan sectas adoradoras de dioses ancestrales, servicios secretos o misteriosas ruinas arqueológicas. Aunque se cuentan muchas cosas y se nos proporcionan datos que quedan un poco en el aire, el narrador en primera persona facilita la entrada del lector en una historia que transcurre veloz sin dar tregua, bosquejando un buen puñado de ideas realmente efectivas en todo buen relato de terror. No por ser previsible —el propio autor ha decidido comenzar la historia por el final— el desenlace impacta menos, ya que Pedro Moscatel logra plasmar en su obra unas imágenes muy potentes, que rinden culto al horror cósmico más puro y visceral, y que sobrecogen por su elevada dimensión.
Digamos que El devorador de mundos absorbe la esencia del ideario lovecraftiano y lo actualiza llevándolo un poquito más allá, con la intención de demostrar su vigencia y efectividad. Poco más se puede decir de esta obra que es uno de esos relatos redondos —bajo mi punto de vista, es muy acertada su circularidad— que representa un evidente tributo al horror cósmico tan en boga en nuestros días. Acabo con una petición para el autor: Pedro, con estos mimbres, me encantaría leer una novela más larga.