El día de los Muertos

Por Cspeinado @CSPeinado

Foto Propia. Sois cómo sepulcros blanqueados...

Para la cultura anglosajona, más dada a desvirtuar todo lo sagrado, de ahí que los musulmanes hayan ya empezado a comérselos por los píes, el título del artículo de hoy no sería nada más allá del nombre de una película de Terror. No obstante, para nosotros, los españoles, el día de Todos los Santos, desde que se instituyera hace ya más de mil años, es una jornada no tanto de Fiesta sino de Reflexión y más en éstos tiempos de crisis donde empiezan a haber casos en que los Camposantos empiezan a verse poblados por nuevos individuos que de forma voluntaria se arrancan el alma porque la vida ya se la han arrancado los bancos. Son jornadas exentas de la tristeza que un día produjo el hecho de la sepultura y prima la nostalgia, la melancolía, el recuerdo de aquellos que no están y el intento de mantener vivo su recuerdo a traves de las miriadas de flores cuya vida se cercena para darle, una nota de color, a los cementerios.
Día de Difuntos.
A mediados del siglo IX, Gregorio IV consagra el día uno de noviembre cómo la celebración de Todos los Santos, para compensar, cómo ya se venía haciendo desde siglos atrás, la ausencia de los fieles a los actos religiosos. En sí era una fiesta que emanaba de alguna pagana del pasado para rendir honor a los que nos dejaron un día cruzando el Umbral tenebroso para no volver jamás. Es por ello que, conociendo éstos términos, puede comprenderse la fascinación de los Cementerios en un día tan señalado cómo el tránsito del mes de Octubre al de Noviembre, inmersos en los primeros fríos, en camposantos recién encalados, con flores de todos los colores y aromas y cientos de miles de velas que nos recuerdan, con el suave tililar de su llama que los restos mortales de aquellos seres queridos que un día sepultamos siguen ahí, de igual modo que las flores, exultantes aunque faltas de vida nos recuerdan la ausencia de alma inserta en las tumbas.
Para mí eso ha resultado siempre la gran paradoja de la vida, intentar alentar la inexistente en esos huecos de podredumbre con velas, flores y limpieza exterior que en nada tienen que ver con lo que esconden los Osarios. La propia miseria humana nos lleva a intentar congraciarnos, en muchos casos, que no todos, con el ser querido fallecido llevándole flores y velas un día al año cuando durante toda su existencia no hicimos otra cosa que causarle daño, desazón o directamente dejarlo de lado en nuestra vida. Es por ello que pienso, quizás no comparta mucha gente mi visión, que durante éste día, afloran más que los sentimientos, las ambiciones y vanidad que, incluso en lo insustancial de la muerte, pretenden ser más que el vecino, sin importar verdaderamente quien está en el nicho, pues el objetivo pleno es ver quien, cómo todo en nuestra miserable existencia, pone más y mejor exornos florales.
El morbo de los cementerios.
Y es que en los últimos años, el morbo de la Muerte pisa con fuerza, máxime si tenemos en cuenta la inmisericorde invasión americana de Halloween donde se desvirtúa la fiesta cómo una onomástica de todos y cada uno de los que nos dejaron en su día para transformarla en una grotesca animación de niños vestidos de mostruitos que olvidan, cómo se han olvidado de tantas cosas, de las raices más mistéricas de una fiesta que se pierde en la Noche de los Tiempos. Una fiesta que de pequeños asociábamos al miedo que infundian en la lluviosa noche unas mariposas flotantes en aceite y de las cuales emanaba una llamita que simbolizaba el alma de los que ya no estaban. Una onomástica de todos aquellos que visitábamos con miedo y expectación en una serie de patios cerrados que no podíamos olvidar en toda la noche propiciándonos, cómo núbiles, nuestra correspondiente pesadilla. Una celebración en la que, en suma, no podíamos descontar las castañas y batatas asadas, los huesos de santo y las veladas nocturnas alrededor de un brasero de carbonilla.
Hoy eso ha dejado paso a lo que ya es una constante en todo el país. Una fiesta, halloween que se creó para ridiculizar la muerte en una cultura, la sajona que por lo que se ve, le tienen más miedo a la Parca porque seguramente la esperanza en la Vida eterna no es una constante religiosa para ellos. Nos traen a los criajos vestidos de fantasmas y plicando timbres que cualquier día se van a encontrar dos tortas bien dadas y las nenas, vestidas de espantajo (más si cabe, pues durante todo el año van que da pena verlas), no hacen sino calentar el botellón con las pintorescas consecuencias que todos podemos imaginar. Aun así y cómo no es suficiente, la visita a los cementerios de las jóvenes cilivizaciones se hace más por la visión morbosa que por el verdadero sentimiento y respeto de los que allí están enterrados sin poder descartar que en fecha tan señalada les atente el deseo de llevar a acabo aquelarres o profanaciones para ser "más guays".
Descansen en Paz.
A pesar del cambio de los tiempos, la Muerte seguirá siendo una constante en todos ellos. Da lo mismo el modo en que se la venere o se la tema, cómo se la quiera ver o enfocar, celebrar u olvidar. El hecho del fin de la vida, más allá de su significado místico o metafísico, es algo tan inherente a la Naturaleza cómo final de los procesos bioquímicos y biológicos que podremos esquivarla diez, quince o veinte años más pero nunca evitarla, por mucho que la neomitología basada en relatos y películas quiera mostrarnos el patio cómo otra cosa totalmente ajena... Mientras tanto, sigamos disfrutando de los huesos de santo y ese olorcillo a castaña asada en los cada vez más exámines hornillos, de leña quemada en los cada vez más incipientes hogares que, preparándose para la temporada invernal van sacando ya mantas, abrigos y jerseys. Ropa que dará abrigo a los vivos pues los fallecidos, los muertos, los difuntos, ya ni sienten ni padecen. Visitémosles con respeto y devoción que hasta el próximo año no tendremos ocasión de vislumbrar de nuevo el exorno floral.
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