La cuestión es que, una que es muy silvestre, se lo pasó pipa con todos los animalillos y montes que recorrió. Para empezar, decidimos bautizar la jornada como el “día del garbanzo” porque ahora que están tiernos los vendían como aperitivo, así que cada 100 metros (y a veces menos) había un puesto en la carretera con matas de este manjar. Y, por supuesto, los coches parados comprándolos. Luego, íbamos encontrando las vainas por allí por donde pasábamos. Pero bueno, por lo menos esto es “biodegradable”…
Aquellos que tienen pueblo o les gusta el campo, sabrán muy bien de lo que hablo. También vendían tomates, pepinos, lechugas, judías, frutos secos… Todo de la huerta muy sanito. Además, he de decir que, aunque sin controles alimenticios, me daba más confianza esta verdura rebosante de olor y sabor que la que compro en el supermercado (vete tú a saber ver con qué están tratados).
También estuvimos en un río con un rebaño de cabras guiadas por el pastor montado en burro y otra burrica preñada que parecía que iba a parir en cualquier momento. Lástima que no lo hiciera porque yo estaba dispuesta a echar mano donde se necesitara. Como de animales iba la cosa y por estos lares la ganadería es todavía bastante tradicional, tuvimos la oportunidad de ver otro rebaño, esta vez de ovejas.