Sant Jordi siempre es una fiesta preciosa, tanto para escritores como para lectores. Y hablo de Sant Jordi y no del día del libro en general porque creo que lo que pasa en Barcelona no pasa en ninguna parte, y si me equivoco me corregís.
El aire de fiesta (sin serlo) la alegría y el entusiasmo que se respira, esa avalancha de gente en las calles que solo es comparable (o no) a las compras navideñas. Por todas partes ves libros y rosas y a un público entregado, paseando por los stands de librerías y editoriales, hojeando libros, preguntando, comprando libros con la ilusión de llevárselo firmado por su autor.
Lo cierto es que hace varios años que no puedo pasear por las calles y disfrutar de la fiesta ni acercarme a mis autores favoritos. No lo lamento, eso significa que yo estoy del mismo lado que ellos, pero no negaré que también lo encuentro a faltar. Bueno, lo digo bajito, no me castiguen los hados y el año que viene no tenga un libro que firmar...
En realidad espero tenerlo. Por eso, el día después, hay que volver al trabajo. Mientras termino una novela, otra ya está a punto de publicarse (pronto os contaré), y todavía quedan presentaciones y charlas de Nepal, cerca de las estrellas.
De momento deciros que el día de ayer fue maravilloso y que me encanta dedicarme a este oficio tan duro y tan gratificante a la vez.
¡Hasta la semana que viene!