Aún estaba a seis días de mi regla y ya me subía por las pareces, el nerviosismo me impedía concentrarme en cualquier cosa racional, sensata y de provecho, mirar un calendario, una app de fertilidad en el móvil y hacer pipí cada diez minutos, se puede tachar de manía compulsiva si lo repites a lo largo del día incansablemente. Siendo éste mi caso y consciente de que esa manía compulsiva acabaría en trastorno severo en pocos días, comencé por atajar la acción más puramente fisiológica de todas…por aquello de que somos seres humanos y controlamos nuestros instintos; decidí no hacer pipí durante horas y para matar el tiempo salí a pasear, dejándome seducir por supuesto por una farmacia cercana a casa, en la que compré un test de embarazo ( venían dos, así que me volví para casa como si hubiera conseguido la mejor ganga el primer día de rebajas!!) . El paseo no fue muy largo, llegué a casa y aún tenía que mantenerme firme en mi propósito de no orinar dos horas más…por lo que me dediqué a dar rienda suelta a mis otras dos compulsiones y conté días hasta en el calendario maya, los desconté y los volví a sumar…me quedó meridianamente claro que estaba a seis días de mi falta, la app me miraba desde la pantalla del móvil condescendiente: ¡Pobrecita, no te queda ná!!
La presión en el pecho tras cuatro horas sin ir al baño era dolorosamente insoportable, el nerviosismo desquiciante y el próximo batacazo casi predecible, un test de no se sabe qué sensibilidad, sin primera orina de la mañana y a casi una semana de la falta es un suicidio anímico…pero aún así me armé de valor, de templanza y de un párkinson que yo no había sufrido antes y entré al baño, hice pipí en el palito, lo dejé sobre la encimera del lavabo y salí como alma que lleva el diablo cerrando la puerta igual que si dentro dejara a un gato furioso haciendo jirones mi alegre cortina…quéeee susto!!.
El gato en que estaba convertida seguía campando a sus anchas por la casa, dando vueltas, enloquecida, agradeciendo a Dios por el deseo más grande de mi vida y tomando consciencia de que ese rotulador mágico que pinta solito había cambiado mi vida para siempre. Ni que decir tiene que mi compulsión cambió de objetivo y en las horas sucesivas (hasta que llegó el ignorante papá) no me dediqué a otra función vital que no fuera mirar el test…¿ Acaso había algo más inmediato e importante que eso?? ¡NOOOOOO!!. La felicidad se convirtió en un propulsor que me ayudaba a seguir dando vueltas por la casa a medio metro del suelo.
Autor Lina Martinez
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