Revista Cultura y Ocio

El día en que Ray Bradbury murió por segunda vez

Por Calvodemora
El día en que Ray Bradbury murió por segunda vezEn el día en que Ray Bradbury murió por segunda vez atendí el teléfono en el trabajo, compré leche en el supermercado, fui al peluquero para que me pelase al dos y me recortase muchísimo la barba, escuché a Björk en casa y a Shostakovich en la calle, hablé con un amigo sobre la bondad del género humano, invité a café a un par de compañeros del trabajo, pensé en lo que estoy tardando en terminar de leer la novela que tengo entre manos, cené berberechos y mejillones, corregí unos ejercicios de inglés en mi clase, hablé con mi madre por teléfono, vi un capítulo - el cuarto - de la tórrida The Affair y les conté a mis alumnos que la memoria debe lustrarse, amarse, sentirla como un bien y no dejar que el olvido la derrote. Por la noche, hace un par de minutos, acabé el día leyendo la noticia de que Bradbury, mi adorado Ray, el viejito dulce, el inventor de tanta distopía, el dios de su pequeño caos, moría a una edad estupenda. Pero igual no ha muerto, yo creo que hay personas que no mueren del todo. No se muere del todo: se muere para algunas personas; otras llevan la vida de los que ya no están en la memoria y en el alma y en las frases que dicen y en las cosas que hacen. El otro día me contaron la noticia de que Bradbury había muerto otra vez. Parece que las redes sociales difundieron el fallecimiento, lo dieron como si acabara de producirse, y no hace tres años, creo. La duda me atrapó y me hizo pensar si de verdad dejó este mundo entonces, cuando yo creía, o fue solo la trama de uno de sus cuentos, si la ficción es capaz de condenar a la realidad y hacer que flaquee y se desdiga y acabe por contradecirse. Me produjo una felicidad especial pensar en todo lo que he leído de Bradbury, saber que no ha muerto en absoluto. De una forma que no sabría explicar, hay muertos que ganan en vitalidad a los propios vivos. 

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