El día que el pueblo perdió un líder

Publicado el 12 diciembre 2010 por Marpa411

La muerte del ex presidente Néstor Kirchner, marcó tres días de duelo oficial e incontables días de desolación. Un político que mantuvo y pagó con su cuerpo las más altas convicciones y deseos de mejorar la Argentina. Cómo obtuvo reconocimiento mundial, y por qué un país entero lo lloró.

Por Marina Pagnutti

“Queremos justicia, queremos dignidad, estamos dispuestos a luchar por ello, estamos dispuestos a trabajar por una Argentina distinta”, gritaba desde las entrañas Néstor Kirchner en unos de sus tantos discursos como gobernador en Santa Cruz por el 2001. Año crítico y de gran quiebre argentino. Hombre de sólidas convicciones, apasionado como pocos, con errores y virtudes, supo alcanzar el máximo lugar al que un político aspira y mucho más.
Fue así, que al poco tiempo de la tenaz proclama lanzada al fresco aire patagónico, Kirchner “el pingüino”, tomó las riendas de un país asolado, colapsado social y económicamente por pésimas gestiones políticas heredadas.
Por esos días, el país estuvo al borde de la disolución. Más de la mitad de la población quedó debajo de la línea de pobreza, el 25% de los trabajadores estaba excluido del sistema, sólo 1 de cada 4 argentinos tenía trabajo en blanco y los represores de las crudas dictaduras se paseaban por las calles sin conciencia de las atrocidades cometidas. Miles de mujeres, hombres y niños, como ejército indefenso de las sombras, cada noche revolvía la basura buscando algo para comer, algo para sobrevivir de la pobreza. El pueblo gritaba: ¡Que se vayan todos!
Y lo que son las paradojas, un 25 de mayo de 2003, asume Kirchner la presidencia de la República Argentina, a 193 años de la Revolución de Mayo, con un exiguo 22 por ciento de los votos, pero con un As en la manga y la ilusión del Quijote por salvar al país de la debacle.
En esa época nadie se animaba a tomar un gobierno arruinado, a liberarse de las relaciones carnales con los organismos financieros internacionales bajo el domino de los países del “primer” mundo.
Sin llegar a las alabanzas, por aquellos días, se estaba gestando otra movida revolucionaria. Una rebeldía necesaria para resurgir de las cenizas y la desconfianza, que permitiera recuperar la identidad nacional, la memoria, la equidad, y la autoestima social. Por esa fortaleza que entregó con su cuerpo, Néstor Kirchner es recordado como uno de los líderes más destacados en la historia política de nuestros tiempos, luego de la muerte de Juan Domingo Perón.

El dolor menos esperado

El miércoles 27 de octubre, a las 9.30 sucedió lo inesperado. Un día que estaba destinado a un nuevo censo poblacional, tras una década sin registros, se tiñó de agonía. Luego de chequeos de información, los medios oficiales anunciaron que el Secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, de 60 años, había fallecido. Una cachetada en seco. En un momento, muchos pensaron que se trataba de una broma de mal gusto proveniente de sectores de la oposición, mientras otros comenzaban con las primeras lágrimas en sus rostros.
Con el correr de las horas la idea de la muerte de Néstor se hacía carne y caía como una herida incurable. Pero era real. Había fallecido de un paro cardiorespiratorio, tras haber sido internado de urgencia durante la madrugada del miércoles en el Hospital Formenti, en Calafate, Santa Cruz. Estaba acompañado por su esposa, la presidenta Cristina Fernández, cuando se descompensó.
Días atrás, el 12 de septiembre, su salud también le había jugado una mala pasada. Cuando le realizaron una angioplastía por una obstrucción en una arteria coronaria en el Sanatorio Los Arcos, de la Ciudad de Buenos Aires, donde también había sido internado en febrero pasado. En esa última oportunidad, Kirchner recibió el alta médica luego de permanecer un fin de semana internado y de haber sido operado en forma exitosa.
Pero el 27, su humanidad no acompañó esa sed de lucha inagotable de justicia, y en medio de una organizada tarea censal, la que él mismo junto a la presidenta pregonó para realizarse en buenos términos, dio su último aliento de vida. Fue allí, que el hombre se despidió de la mujer que permaneció junto a él 35 años de vida política y sentimental, dejándola al frente de la Nación, y en compañía de sus dos hijos: Máximo y Florencia.

Censados, sin panchos, ni Coca Cola

El impacto de la peor noticia se plasmó en la Plaza de Mayo, un espacio recuperado por el pueblo autoconvocado, que tras cumplir con la jornada cívica y seguir con las directivas del INDEC, se unió para despedir al líder con el correr de las horas. A las 20, hora que las autoridades censales aconsejaron como límite de tiempo para que los censistas realicen su trabajo, comenzó a llegar masivamente a la Plaza y de manera espontánea una multitud de personas acongojadas, expectantes, haciéndole el aguante a Cristina, a sus hijos, y dándole el último adiós al impulsor de un regenerado modelo popular y nacional. A los presentes no les pagaron, como se quiso establecer, peregrinaron por su propia voluntad.
Fueron tres largos días que por allí transitaron, curiosos, militantes de distintas corrientes partidarias, gremios, ciudadanos afines a la política oficial, opositores del modelo, y una llamativa juventud. Jóvenes con esperanza, dispuestos a creer en la política, en las oportunidades, en la lucha de los derechos, en la posibilidad de acortar las desigualdades presentes y futuras. Todos ellos, llorando sin consuelo, hicieron una fila de largas cuadras para ingresar a la Casa Rosada y ver aunque sea unos minutos los restos del hombre que les mostró una Argentina diferente, sin miedo, y con posibilidades de crecer.

Autoridades presentes

Los distintos mandatarios de América Latina, ministros del gabinete nacional, gobernadores, legisladores y dirigentes sociales y sindicales se acercaron desde las primeras horas a la Capilla Ardiente de la Casa de Gobierno a despedir al ex presidente.
Acompañó a Cristina Fernández, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien le entregó un pañuelo blanco, símbolo de la lucha de las Abuelas, que la jefa de Estado colocó sobre el féretro de su marido, junto a la bandera Argentina. También se hicieron presentes la titular de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe Bonafini y el titular de la CGT, Hugo Moyano, quien conversó unos instantes con Cristina.
Luego llegaron los presidentes de Bolivia, Evo Morales; de Ecuador, Rafael Correa; de Uruguay, José Mujica; de Chile, Sebastián Piñera; y por la tarde y la noche lo hicieron el de Colombia, Juan Manuel Santos; el de Venezuela, Hugo Chávez; el de Paraguay, Fernando Lugo; y el de Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva, para acompañar a Cristina.
Del arco opositor, asistieron el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri; el titular del bloque de diputados nacionales del radicalismo, Oscar Aguad; los diputados Francisco De Narváez, del Peronismo Federal; Ricardo Alfonsín, de la UCR; Adrián Pérez, de la Coalición Cívica; y el presidente del Partido Socialista, Rubén Giustiniani.
Los artistas también lo despidieron: Teresa Parodi, Andrea del Boca, Osvaldo Santoro, Florencia Peña, Leonardo Sbaraglia, Daniel Fanego, Pablo Echarri y Nancy Duplaá, entre otros.

Kirchner lo hizo (bien)

¿Por qué un hombre patagónico caló hondo en el país? ¿A qué se atrevió y qué lo diferenció de otros dirigentes? Las obras, dicen, valen más que las palabras, y con un más reducido poder de oratoria que su mujer, Kirchner hizo.
Desarrolló una fuerte política de Derechos Humanos, punto que no estaba ni contemplado en gestiones anteriores. Derogó las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, descolgó el cuadro del ex dictador Rafael Videla del Colegio Militar, inauguró un Museo de la Memoria en la ESMA; promovió justicia contra los crímenes de lesa humanidad y encarceló a los genocidas -una decisión jugada e inédita, que le costó el odio y la división de ciertos sectores sociales-, avaló las paritarias para la clase obrera, permitió en un marco laboral la inclusión y la posibilidad de recuperar las fábricas a través de sus empleados, las cooperativas, aumentó dos veces por año las pensiones y jubilaciones, reforzó y defendió la soberanía nacional en la causa Malvinas, canceló gran parte de la deuda externa y rompió relaciones carnales con el Fondo Monetario Internacional, el Club de París, y Estados Unidos. Le dijo No al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y Sí a la unión del Mercosur y los intereses de los países del sur. Sostuvo la democracia en Ecuador, Bolivia y Colombia, se alió y fortaleció vínculos con los presidentes Evo Morales, Lula Da Silva, Hugo Chávez y Rafael Correa. A través de la gestión de Cristina Fernández, apoyó y dignificó a los caídos del sistema con la Asignación Universal por Hijo -que ya cumplió un año de reincorporación de miles de niños en las escuelas y registró un aumento de 180 a 220 pesos por hijo-, se enfrentó a poderosas corporaciones, luchó contra grandes evasores, desafió a las patronales del campo, a la Iglesia, a los multimedios, y como diputado votó a favor de la ley que permitió el matrimonio igualitario. Y como si esto fuera poco, a comienzo de su gobierno modificó la Corte Suprema de Justicia,  estancada desde 1983. Apoyó constantemente la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que día a día recuperan a niños apropiados por la dictadura, legitimando la importancia de la política de derechos humanos.
Fieles seguidores, jóvenes, y hasta sus detractores comparten la misma idea de él: sostuvo intacta las convicciones y no se doblegó ante ninguna presión.
Sin duda un hombre que generó polémicas por hacer más que por decir, que transformó la actual historia del país, que unificó y consensuó políticas de gestión, restaurando un camino de identidad nacional. Logró su sueño: ver una Argentina distinta.

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Opinión I
De los ideales a las convicciones
Por Carlos Tomada (*)
(*) Ministro de Trabajo de la Nación

Para Kirchner, gobernar era un acto militante. Un presidente que entendió que el Estado debía priorizar siempre a los que más necesitan. Ése era su espíritu. Ése es. Y el motor de un proyecto que comenzó a cambiar la historia de los argentinos.
Cuando puso en marcha este proyecto, lo hizo contradiciendo recetas tradicionales. Recetas que sólo habían construido una historia de postergaciones para nuestro país, para nuestro futuro y para el porvenir de Latinoamérica. Desde la sensatez, puso al trabajo en el centro de las políticas públicas. Trabajo, empleo, esfuerzo compartido para salir de la postración y encarar el camino del crecimiento con equidad. Y vaya si lo logró. La economía ingresó en un círculo virtuoso que comenzó a dejar atrás todos los vicios de prácticas que nada tenía que ver con la naturaleza de nuestra esencia nacional: una Argentina sólida a partir de la producción, las obras de infraestructuras federales, el trabajo como factor de desarrollo y dignidad.
Marcó un camino de lucha por la inclusión y la justicia social. En este camino, en su presidencia, alcanzó resultados inéditos que llevaron a los argentinos a recobrar su autoestima: cifras récord de empleo, negociaciones colectivas con salarios en recuperación, aumentos jubilatorios, consumo en alza permanente, recaudaciones sostenidas, desendeudamiento para la independencia, reservas como nunca antes. Recreó la política en el país. Nunca con medias tintas. Siempre a fondo y con el apoyo del pueblo, tal como se necesita en las grandes transformaciones. Era su compromiso y es el nuestro. Ahora más que nunca. Una entrega a puro corazón no puede admitir claudicaciones.

Opinión II
Los Jóvenes
Por Gustavo López (*)
(*) Sub Secretario General de la Presidencia

En el medio del dolor que provocó la muerte del ex Presidente, los miles de jóvenes que se volcaron a las calles para acompañarlo, y respaldar a la Presidenta, echaron luz sobre lo que está pasando en el país.
¿Por qué salieron? ¿Dónde estaban? Y es que Kirchner les (nos) devolvió la fe en la política, la creencia que a través de un gobierno, se podía transformar la realidad.
Hacía años que no se veía tanta militancia espontánea. Algo se había insinuado en los días de la celebración del Bicentenario, pero ahora, esa espontaneidad salió a gritar esperanza.
Quizás, podemos encontrar algunos puntos en común con la primavera democrática de 1983. En ese momento salíamos del horror. Desde la guerra de Malvinas, miles de jóvenes se fueron sumando a los partidos políticos, no sólo buscando una salida electoral sino para terminar con los golpes y apostar a otro modelo de país.
Lo que estaba en juego era la vida misma y la democracia necesitaba de la movilización para poder instalarse y no volver a fracasar. El enemigo era claro: la dictadura, y la democracia aparecía como el paradigma a consolidar. Hoy ya nadie piensa en golpes de Estado, pero perdió la del cambio, la de las utopías. Se desmovilizó a la sociedad, se mandó a los más jóvenes a su casa y perdimos en los ’90 la batalla cultural.
Pero luego, algo cambió. ¿Quién podía imaginar que 7 años más tarde los genocidas serían otra vez juzgados, y que el Congreso esté discutiendo la participación obrera en las ganancias de las empresas? ¿Qué pasó en el medio?
Volvió la política. Y es ahí, en la respuesta a estos interrogantes donde los jóvenes descubrieron sus fuerzas. Encontraron la dignidad.

Opinión III
La política en su lugar
Por Gonzalo Ruanova (*)
(*) Legislador de la Ciudad de Buenos Aires por Nuevo Encuentro

La muerte de Kirchner pone nuevamente en la mesa de debate la cuestión del consenso, como el fundamento de la legitimidad política democrática.
Sin embargo uno de los legados más importantes del ex presidente fue haber desnudado la farsa del consenso. Herramienta central para mantener el status quo, sirve para esconder el desacuerdo y la lucha de intereses contrapuestos.
La etapa que inaugura Kirchner es la lucha por la redistribución. Del poder, de los recursos, de los ingresos y de la palabra. Llevado a la política práctica implicó devolverle su lugar a la soberanía popular, reconstruir el lugar central de la política, redistribuir los ingresos mediante políticas activas y democratizar la difusión mediática de las voces.
Esa lucha por la redistribución es centralmente política. Implica tocar intereses, recortar beneficios, modificar la estructura fáctica del poder que hizo de la Argentina un país de pocos y para pocos. Y este desafío volvió a mostrar el eje constitutivo de la política: el conflicto. Porque la política es valorar. Elegir defender intereses de un grupo contra los intereses de otro. Es así que los sectores afectados por este proyecto se crisparon.
La caracterización negativa del conflicto, ligado a la rebeldía, la transgresión y la crispación, es negar la política. Néstor fue el actor político que, después de algunos intentos de Raúl Alfonsín, pudo mostrarle a la sociedad las estructuras de poder que limitan la democracia. Pero, en diferentes circunstancias, pudo poner en marcha un proceso político inédito: limitar su poder, desmantelar sus estructuras y reconstruir así los espacios institucionales para la democracia.

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Autor: Marina Pagnutti
Fuente: Revista Zona 25 Nov/Dic 2010

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