Decía que la gente ya no sabe esperar, que aquel misterio de la espera, triste o feliz, pero siempre hermoso, ha cedido paso a la urgencia de saberlo todo en tiempo real. Ya la gente no sueña con un probable encuentro, ahora concierta la cita por el chat de Facebook, y el día de verse se envía un sms cada una hora para confirmar el encuentro hasta llegar a ese sms supremo de “voy en camino” (¿¡¿¡¿¡si ya quedaste a una hora y vas efectivamente en camino, para qué carajo lo mandas?!?!?). La tecnología ha aniquilado el placer de la incertidumbre, ha matado un montón de reproches tan caros a cualquier relación; se vive actualmente en un estado tal de planificación que el día menos pensado recibiremos un sms con un mensaje como este: “cuando salgas del baño búscame que estoy debajo de la sábana, en la cama de tu cuarto”.
Yo la verdad quisiera a veces darle un descanso al dichoso móvil que ha venido a trastocarlo todo, tomarme una temporada larga de sorpresas, de decepciones, poner a prueba el azar y ver si efectivamente soy un tipo con suerte o solamente alguien que conoce a muchas personas conectadas a los mismos aparatos que yo. Quisiera lanzar un impulso electromagnético que nos dejara por un tiempo libres de cualquier dispositivo que destruye la casualidad. Me gustaría apagar ahora mismo mi celular y no prenderlo en demasiado tiempo. Les juro que si no estuviera esperando ese sms superimportante empezaba ahora mismo.