A Grándola que me ha recordado qué día es hoy.
Recién acabada la contienda, que hizo volver la caspa y la miseria a este país, Miguel Hernández se empeño en volver a su tierra. Su Orihuela del alma. Allí vio que le acechaba el peligro y decidió irse a Portugal. En la misma frontera le apresaron, era rojo, era uno de los vencidos, y además de los que se
Pasó por la cárcel de Sevilla y por la de Torrijos en Madrid. Más tarde, gracias a su amigo Pablo Neruda pudo salir libre, y volvió donde siempre había querido, a su tierra: Orihuela. Y ahí empezó su aventura final. Le delataron y apresaron, le condenaron a muerte. Luego gracias a amigos le cambiaron la pena de muerte por una de treinta años. Pero enfermó. Las condiciones de salubridad de la cárcel era lamentable. Bronquitis, tifus y tuberculosis. Y el 28 de marzo de 1942 vivió su propio crepusculo:
Tosía, apenas nadie le hacía caso, era un simple preso. Él ya se había dado cuenta. Eran los últimos estertores, se le acababa el hilo de la madeja de la vida. No quería morir, tenía que vivir para su mujer, para su hijo. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que no era él el dueño de su destino. Era su última noche. Y empezó a soñar, veía a sus hijos, el que se fue y el que quedaba, a su amada Josefina, y se dejó ir. Recordó a sus amigos, a su querida Maruja Mallo, a Pablo Neruda, a Vicente Aleixandre, a Ramón Sijé, y recordando, se fue yendo, sin decir nada. Sin alzar la voz, quedando para siempre su huella y sus ojos abiertos, los que nunca pudieron cerrar, y se dejó ir, con sus recuerdos, con sus treinta y un años de vida. Y a eso de las 5:32 dejó de respirar.
Hoy hace de eso, sesenta y ocho años. Y sin embargo, está más vivo que nunca. Este año hace cien que nació y el mundo celebra su mensaje poético. Porque cuando murió se hizo la noche, eran tiempos de bocas cerradas y llantos silenciosos, eran días de angustia y de miedo cerrado, de terror y de miserias. Y lo ocultaron con un infame olvido oficial por generaciones, para renacer a partir de los años setenta. Y cubrió su paréntesis con gloria. Pues un poeta del pueblo, antes o después, vuelve al pueblo. Porque Miguel es de los que nunca mueren, porque Miguel es de los nuestros, su poesía y su vida nos acompañan, hoy más que nunca.
Porque nunca pudieron callar a los poeta:
LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante…
(Fragmento del poema “A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España” de Pablo Neruda)
Salud y República
P.D. También ha hablado de Miguel Hernández,que haya visto: Àngels