El día que murió la inteligencia

Publicado el 30 diciembre 2013 por Desequilibros
Pocas defunciones tienen fechas tan unánimemente aceptadas. No nos referimos a personas, lógicamente, sino a valores intangibles; por ejemplo, la música murió un martes 3 de febrero de 1959; la inocencia en el deporte, un 26 de septiembre de 1988; Las novelas de Caballerías murieron en enero de 1605, cuando un complutense escribió la mejor y definitiva; …
¿Y la inteligencia? La inteligencia murió un 31 de diciembre… de 1936.

El día en que Miguel de Unamuno cumplió los deseos de Millán Astray, expresados en su "mejor" aportación a la posteridad:
- ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!
El episodio, acaecido el 12 de octubre de 1936 en la Univesidad de Salamanca, de la que Unamuno era Rector, es sobradamente conocido, como también lo es la poliédrica personalidad de D. Miguel.
Pero su respuesta ha quedado para la historia como el reflejo de la España que surgió del golpe de estado de Franco y que todavía, pese a quien pese, no hemos conseguido superar definitivamente:
 «¡Este es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país.
Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».

De aquél acto intitucional tuvo que salir escoltado por nada menos que Carmen Polo de Franco, en la que seguramente fue también su mejor aportación a la posteridad.
Unamuno fue destituido de su cargo de Rector de la Universidad de Salamanca por el propio Franco solo unos días más tarde, y recluido a arresto domiciliario.
El 31 de diciembre murió en su casa, humillado intelectualmente aunque liberado de llegar a ver hasta qué punto sus palabras se hicieron realidad.
"Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario".

Uno de los asistentes al acto, José María Pemán (conocido, entre otras cosas, por ser el autor de la letra del himno español, vigente hasta la muerte del dictador), publicó el 26 de noviembre de… ¡1964! su versión de los hechos, bajo el título "La verdad de aquel día" (disponible también en digital).
Y esta era su conclusión:
Ni Unamuno ni Millán Astray eran hombres a los que les gustara pasar inadvertidos en una sesión en la que hubo, con tanta abundancia, ovaciones y entusiasmos. Los dos estaban acostumbrados a exponer el pecho a cuerpo limpio, el uno a las ideas contrarias y el otro a las balas enemigas...
Eran dos españoles. Dios los tenga en su gloria, en el lugar que reserva a los santos y mártires de la vehemencia española.
Les dejo con unos versos de Pemán, que todavía es posible reconocer en muchos periodistas y políticos de este país:
«¿Para qué esas libertades
que nunca el pueblo ha buscado?
Libertad siempre la hubo
Para lo bueno y lo cristiano:
Si quieren otra...es que quieren
Libertad para lo malo».
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Pero no se me despisten: este apunte es un modesto homenaje a Miguel de Unamuno, cuya obra encarecidamente #RecomiendoLeer.
La ciudad de Salamanca y su Alma Mater le devolvieron los honores años después, cuando ya era tarde.