Cynthia desde que llegó a España siempre había deseado tener un perro, no demasiado grande pues era consciente que en nuestro piso no podíamos tener un perro grande; pero sí uno pequeño tipo Yorkshire.
Por mi parte yo era el que no era partidario de los perros ya que suponen muchas molestias como tenerlos que sacarlos a pasear todos los días, llevarlos al veterinario (con el consiguiente gasto), te dejan la casa y el coche todo lleno de pelos….. Lo cierto fue que por mi parte no estaba dispuesto que hubiera un perro en casa, ni grande, ni pequeño.
El caso era que ahora lo pienso y suponía un egoísmo por mi parte; pero lo que Cynthia no sabía era que yo ya había tenido perro anteriormente, un mastín cruzado de podenco y era inmenso pesaba por lo menos treinta kilos y se llamaba Sultán, nos lo regaló un pastor de la sierra con el consentimiento de mi padre, a mi hermano y a mí.
Sari expectante
Y es que de cachorro un perro lo había maltratado y desde entonces cogió manía a cualquier perro que se le acercara.
A “Sultán” le habíamos cogido todos mucho cariño, incluso mi madre que no se llevaba bien con los perros y “puso el grito en el cielo” cuando se enteró que habíamos adoptado un perro. Sultán todo lo arisco que era con los perros, en cambio era un “pedazo de pan” con los niños que a veces le hacían mil perrerías y ni se inmutaba. Sultán no podía estar en casa ya que era demasiado grande así que lo teníamos en una casa de campo cerca del pueblo, donde íbamos todos los días a soltarlo y a darle de comer. Ya tenía cuatro años con nosotros y era un perro adulto y unos cazadores se fijaron en él y nos ofrecieron 600 Euros y otro cachorro por Sultán, pero le habíamos cogido tal cariño al perro que no deseábamos venderlo.
Un día fuimos a la casa de campo como otro cualquiera a dar de comer al perro y Sultán no estaba, nos dimos cuenta que él no se había soltado, sino que lo habían desatado y nos lo habían robado. Fuimos a denunciarlo al cuartel de la Guardia Civil, pero no sirvió de nada ya mas nunca volvimos a ver a nuestro perro Sultán.
Desde entonces siempre que me ha surgido la ocasión de tener un perro he dicho “No Gracias” arrastrando la pena que tenía por mi perro.
Esa era una de las razones por las que no deseaba volver a tener otro perro con Cynthia, pero una temporada nuestro matrimonio estaba en crisis y mi padre lo había notado y no se le ocurrió mejor cosa que hacer que adoptar un cachorro de perrita. Un día se presentó en casa diciendo que venía del veterinario y que había adoptado una perrita que era de la raza “Ratonera Valenciana” y que había quedado con la señora que la tenía para recogerla al día siguiente. Total que al siguiente día acompaño a mi padre para recogerla de manos de una señora muy amable que dijo que la hubiera tenido en su casa pero que tenía otro perro y no se llevaban bien. Nos dio una bolsa con los enseres de la perrita que apenas contaba 6 meses e una con su correa y collar y nos despedimos mutuamente.
Cuando llegó Cynthia del trabajo y vio la perrita se enamoró enseguida de ella, todo eran mimos y atenciones. Le pusimos “Sari” y se convirtió en la alegría de la casa.
Sari al acecho
Cuando mi padre falleció pasamos su capazo a nuestra habitación y “Sari” se acostumbró a dormir con nosotros, a veces se subía en la cama nuestra y en parte se lo consentíamos pero decidimos que el perro debía estar en su propio lecho. Ahora como me encuentro desempleado el que me encargo de sacarla a pasear y llevarla al veterinario soy yo, aunque no tanto como lo hacía mi padre; pero lo suficiente para que la perra haga sus necesidades.
Sari en el estanque
Lo cierto es que “Sari se ha convertido en la alegría de la casa y por lo menos a mí que me encuentro todo el día solo me supone un gran estímulo sobre todo para mi enfermedad porque cuando estás deprimido el estar con otro ser, supone una gran ventaja ya que no te encierras en ti mismo y al hacerte salir a la calle para pasearla ocurre un tanto de lo mismo, te hace levantarte de la cama y tener tus obligaciones para con ella.
En cuanto a Cynthia le ocurre un tanto de lo mismo, ya que al legar toda cansada y deshecha del trabajo y ser recibida por la perrita y jugar con ella, le produce una felicidad inmensa que hace que si viene aburrida le cambie el semblante.
Es por todo ello y muchas alegrías más que “Sari” se ha convertido en el tercer miembro de la familia.