El día que te conocí tu padre y yo acabábamos de aterrizar de un vuelo nocturno, ocho horas sentados, agarrados de la mano, incapaces de conciliar el sueño, preguntándonos secretamente, si por fin, después de varios años de espera y tras tener tu foto grabada en nuestro corazón durante ocho duros meses, era verdad que íbamos a verte, a tocarte, a besarte, a ser una familia.
El día que te conocí me empape de tu país, de su tráfico caótico, de los coloridos puestos de frutas, del olor a injera, especias y café que desprendían los pequeños puestos callejeros. Me empape de su música, de su idioma, de sus mujeres caminado bajo paraguas para atenuar los efectos del sol, de los niños que corrían detrás de nosotros vendiéndonos chicles o que se acercaban por curiosidad.
El día que te conocí atravesé una puerta de metal pintada de verde, con mi corazón latiendo a mil por hora, con tal estruendo que casi no podía escuchar a los pequeños que se encontraban en clase recitando el alfabeto.
El día que te conocí subí volando un tramo de escaleras, y me planté delante de una puerta abierta. Había llegado a la sala de los bebés... y allí, estabas tú.
El día que te conocí escuché a tu cuidadora decirte que mamá y papá habían llegado, y entonces levantaste tu carita y nos miraste, extrañado, sin saber muy bien que estaba pasando, te dedicabas a estrujar un cochecito de juguete entre tus manitas.
El día que te conocí fui testigo de como tu padre se arrodillaba a tu lado y con lágrimas contenidas simulaba el ruido del motor del coche mientras tú lo observabas con tus grandes ojos marrones.
El día que te conocí me enseñaste que debía darte tu tiempo y espacio, que por mucho que me muriese por tomarte entre mis brazos, en ese instante solo conseguiría asustarte más.
El día que te conocí me sentí inmensamente feliz, pero también inmensamente triste, porque era consciente de que nuestro comienzo como familia suponía separarte del único modo de vida que conocías, separarte de las personas que te habían cuidado hasta ahora, tus únicos referentes.
El día que te conocí deje de soñar, porque mi sueño se encontraba entre mis brazos.
Este es solo un pedacito de mi historia, pero estoy segura que muchas de vosotras tenéis historias preciosas que compartir. Mi amiga Marta (@martigim) está recopilándolas bajo el hastag #cuentamemama tanto a ella como a mi nos encantaría leerlas.
Gracias por acompañarme un viernes más, os espero en el próximo. Disfrutad del fin de semana.