Las películas de Feng Xiaogang no han tenido un especial reconocimiento en Occidente. Ni falta que les hace, ya que la taquilla china solamente es capaz de rentabilizar una película con creces. De su no demasiado extensa pero sin duda certera filmografía, por estos lares conocemos la comedia El funeral del jefe (2001), que a pesar de sus referencias no terminaba de encajar bien su pretendida mordacidad humorística.
Seamos claros. El cine de Feng Xiaogang es en ocasiones simplón y esquemático, con tendencia a las concesiones que hagan falta para su comercialidad, temas sensibleros o de acción, pero con una capacidad para manejar la cámara que sin duda le hacen destacar entre muchas otras producciones orientales. Y hasta sus incursiones en el género wuxia (películas de artes marciales específicas de la cultura china), como en The banquet (2006) no han sido recibidas por la crítica occidental con el mismo fervor que las de Zhang Yimou o Ang Lee, pero sí han conseguido el beneplácito del público chino. Pero también hay que decir que el propio Feng Xiaogang afirma que sus películas tienen como destinatario el público oriental básicamente.
Aftershock (2010) es la última película de este inquieto realizador, y con ella ha logrado convertirse en la segunda más taquillera de la historia en China, que ya es decir. Todo un melodrama de larga duración que se acerca a uno de los momentos más dolorosos de la reciente memoria histórica de su país, cuando en 1976 tuvo lugar un terremoto que dejó en la región de Tangshan una cifra de 240.000 muertos. Aftershock contiene en su primera media hora (magnífico arranque con una invasión de libélulas que no hacen presagiar nada bueno) todos los elementos que la convierten en una de las mejores producciones de su director. No se trata de una típica película de catástrofes porque, al contrario de lo que suele ocurrir en esos casos, no nos introducimos en una historia que desemboca en un festival de efectos especiales. Aftershock, por el contrario, descarga todo su arsenal de efectos visuales (espléndidos) al comienzo, y se detiene a partir de ahí en la dramática trayectoria de sus protagonistas: una madre que ha tenido que decidir entre la vida de sus dos hijos y que soporta con resignación el sufrimiento como penitencia vital, y dos jóvenes marcados por los terribles acontecimientos vividos cuando eran niños.
La historia discurre entre el mortal seísmo de 1976 y el no menos catastófrico terremoto que en 2008 dejó 80.000 muertos en Sichuan, como los dos frentes dramáticos que subrayan el carácter de esta historia que termina, a fuerza de intentarlo, empañando los ojos del espectador. A esta película le sobra algo de metraje y cierta intencionalidad por provocar los sentimientos del espectador, aunque sea de forma algo burda en ocasiones, con algunas interpretaciones un poco salidas de tono. Pero lo cierto es que consigue removernos las tripas con ese ascenso progresivo hacia un clímax que, lejos de ser un festival de fuegos de artificio visuales, se mueve por los vericuetos internos de los sentimientos. Y desde luego no puede ser más emocionante un desenlace no por esperado menos incisivo. Ni qué decir tiene que el cine de Feng Xiaogang camina por los sosegados terrenos del cine simpático a los ojos del gobierno chino, con especial énfasis hacia el amor por la patria y la familia como elemento aglutinador de la vida. Pero, si se trata de producciones bien hechas como ésta, sus virtudes terminan sepultando el cinismo de su discurso patriótico.