Abría de repente los ojos. Despertaba en mi asiento con esa sensación de sopor tras un largo viaje en avión. Miraba a mi alrededor, sentía que descendíamos. Echaba una ojeada por la ventanilla y mi vista alcanzaba un mar de casitas extendiéndose hasta el horizonte. Arriba el cielo era claro y soleado pero abajo una densa nube de polución envolvía la ciudad.
El avión seguía descendiendo y se aproximaba a tierra hasta posarse con suavidad. Desabrochaba mi cinturón y desembarcaba en la terminal.
Recorría los pasillos del aeropuerto hasta llegar a inmigración. Entregaba mi pasaporte al oficial de policía y este comprobaba mi visado. Después me miraba a la cara, miraba la foto del pasaporte y me volvía a mirar una vez más antes de estampar un sello rectangular en el documento. Ya estaba dentro.
Bajaba por las escaleras y recogía raudo mi maleta de la cinta. Me dirigía hacia la salida. Desde el interior de la terminal divisaba la masa de gente esperando fuera, agitándose de forma impaciente contra la barandilla. Las puertas automáticas se abrían a mi paso y salía por fin al exterior.
En ese momento una intensa sensación de calor y humedad tropical me golpeaba de forma inesperada. Y me desvanecía...
O más bien me despertaba. Sudando y sofocado, nervioso y desorientado en mitad de la noche. Desde la cama sentado miraba a ambos lados, ... estaba en mi habitación de Madrid. La ansiedad se apoderaba de mí.
El sueño se repitió durante algunas noches, no una ni dos ni tres ni cuatro, siempre de la misma forma. Pero, ¿de verdad era un sueño? ¿O un recuerdo revivido? ¿No se trataba acaso de la misma rutina que tenía lugar cada vez que volvía de viaje durante los años 2007 y 2008 que trabajé en Vietnam? El regreso a Saigón, la vuelta a casa... ¿Qué significaba todo aquello, volver a sentir una experiencia pasada ahora que ya no estaba allí? ¿Un deseo, quizás?
El 3 de Marzo de 2010 la historia se volvió a repetir.
Abrí los ojos y me desperté cuando el avión estaba aterrizando. Todavía adormilado desembarqué y pasé por inmigración. Con el pasaporte sellado en una mano y la maleta en la otra me dirigí hacia la salida. Afuera sólo veía un montón de gente esperando en la barandilla. Las puertas automáticas se abrieron y salí de la terminal. Al momento sentí que una bofetada de calor y humedad me golpeaba la cara y me quedé parado en el sitio, en mitad del pasillo de gente. Me entraron nauseas y mis ojos se nublaron, por un instante creí que iba a desmayarme por el contraste tan brusco de temperatura después de horas bajo el aire acondicionado. Unos segundos después el sonido volvió a escucharse y las formas difusas se convirtieron de nuevo en personas. Tenían los ojos rasgados y gritaban palabras ininteligibles, me sentía confuso. Mis piernas se pusieron entonces en movimiento en dirección a la parada de taxis y poco a poco empecé a recuperar la consciencia.
Sabía donde me encontraba.
Había superado la espiral. ¿De verdad estaba de vuelta en Saigón?, ¿no era un sueño?. Tuve que pellizcarme y echar mano de los sentidos para confirmar la realidad; sentía en mi piel la camisa empapada en sudor por el infernal calor, un fuerte olor a humo de escape me entraba por la nariz y los edificios de enfrente me resultaban familiares. No cabía duda, me encontraba en Tân Sơn Nhất, el aeropuerto internacional de Ho Chi Minh City.
1 año, 5 meses y 5 días después regresaba a Saigón con intención de quedarme un mes.
El hijo pródigo había vuelto a la ciudad, ¿no estaban todos enterados?