Algo más extraña es la ausencia del demonio en Jesús de Nazaret (1977), pero el director entendió que esa escena difícilmente funcionaría en la pantalla: “En aquel episodio uno se topa con el misterio puro; y el misterio en sí es irrepresentable”. Es más, Zeffirelli ha contado que filmó la secuencia de modo semejante a como rodó los sueños de José: registrando sólo la voz, sin mostrar la presencia del ser espiritual: “Aquel desierto era impresionante, y la voz que resonaba en aquel espacio resultaba arcana e inquietante, puesto que había dilatado la propia voz de Jesús. El monólogo era áspero y terrible, pero corría el riesgo de inducir a una confusión peligrosa entre Jesús y el demonio, y tras largas deliberaciones decidí suprimirla”.
Finalmente, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, ofrece una curiosa y original representación de Satanás, no exenta de simbolismo. Así, aunque Satanás es interpretado por una actriz, sus características femeninas se reducen al mínimo, y la imagen que transmite es bastante masculina: con el cabello cortado y las cejas afeitadas, con una túnica oscura y pesada, y, sobre todo, con una voz claramente andrógina. Al reflejar sólo las últimas 24 horas la vida de Jesús, la escena de las tentaciones queda fuera de la narración. Pero Gibson, como Stevens, Scorsese y Young antes que él, recoge de forma clara –mucho más que en ningún otro filme- la presencia de Satanás en Getsemaní, haciéndose eco de aquella exclamación de Jesús: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”.
Aunque la cita es de Lucas, la visión del diablo que vemos en toda la película parece inspirada en el cuarto Evangelio, pues San Juan muestra en su relato -con total claridad- que la Pasión es el momento donde culmina el odio de sus adversarios. Así, que ha llegado la hora de las tinieblas lo vemos representado en la omnipresente figura del demonio, que no deja de acecharle en ningún momento. Le vemos, insidioso, durante la agonía en el Huerto, sugiriendo a Jesús que no podrá soportar esa carga (pero Jesús vence la tentación y, para significarlo, aplasta la cabeza de un áspid, en clara alusión al diálogo de dios Padre con la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; tú le acecharás el talón y ella te aplastará la cabeza”).
Aún queda mucho por explotar en la representación del diablo. Pero, ciertamente, la película de Gibson alcanza en esta cinta una altura difícil de superar. Es imposible permanecer indiferente ante estas imágenes, porque la fuerza visual de la narración encierra un fuerte contenido teológico que interpela decididamente nuestra conciencia.