No especifica Geoffrey of Burton el número de quienes constituían aquella partida; tampoco su condición social o sus nombres. Se encaminaron hacia el cementerio de la iglesia de San Peter, en Stapenhill. Tras cavar por un tiempo, las palas arañaron la madera de las cajas, y al abrirlas, pudieron comprobar lo que quizás ya sospechaban de antemano: ninguno de los cadáveres mostraba signos de descomposición. Otro detalle, sin embargo, les hizo mirar instintivamente al cielo y calcular el tiempo que restaba hasta la puesta del sol. Los sudarios que cubrían las cabezas estaban manchados de sangre. Alguno debió pensar en los sanguisugae (vampiros), de los que se hablaba más al norte.
Era ya noche cerrada cuando los hombres volvieron a Drakelow, pero ningún cadáver les salió al encuentro; no hubo tampoco golpes en las puertas de las casa, pues los revinientes no volvieron a merodear por el pueblo, ni sus alrededores. Y aunque no hubo que lamentar más muertes, los pocos habitantes que aún seguían vivos en Drakelow, cogieron todo lo que sus carros podían transportar y abandonaron el pueblo; también lo hizo el conde Roger con su familia. Todos se refugiaron en la villa de Gresley, donde se quedaron a vivir (no sin la oposición de algunos de sus nuevos vecinos). Y cuenta el Abad Geoffrey que Drakelow quedó desierta. Los supervivientes dieron gracias a Dios y a Santa Modwenna por haber escapado con vida, pero ninguno de ellos osó volver a su pueblo, temiendo una nueva venganza del cielo. FINIS