El diario del título hace referencia al que Rae empieza a escribir por consejo de Kester justo después de su regreso a casa. La serie usa este recurso para mostrarnos las constantes batallas a las que se enfrenta la protagonista. La historia, siempre contada desde el punto de vista y la experiencia de Rae, es una oda a esa etapa tan angustiosa como electrizante que es la adolescencia. Una adolescencia que, en este caso, se desarrolla en 1996 en Inglaterra, así que la banda sonora vital de Rae y su gang está sazonada con canciones de Radiohead, Oasis, Blur, britpop.
Quiero detenerme un momento par alabar a Sharon Rooney, actriz escocesa de físico rotundo, que compone de manera realista y muy divertida a una joven al borde de la quiebra emocional que solo quiere encajar, ser feliz, enamorarse y beber cervezas con sus amigos. Rooney se mueve, respira y habla con naturalidad dentro de las costuras del personaje. Además, tiene la suerte de estar arropada por un reparto fantástico donde casi todos los jóvenes resultan creíbles, es decir, parecen auténticos adolescentes con problemas y vidas reales, mientras que los adultos, capitaneados por los fantásticos Ian Hart y Claire Rushbrook, la madre de Rae, cumplen con sus respectivos personajes y aportan miradas y realidades diferentes al contexto de My Mad Fat Diary.
Rae es una persona con una enfermedad que no solo la afecta a ella. Sus amigos, su madre, su pareja... todos se ven afectados por sus problemas mentales y todos quieren, a su manera, ayudarla. Sin embargo, la lucha de Rae es un camino solitario que recorrerá -sola o acompañada- durante toda su vida. Al final es consciente de que siempre tendrá que mantener a raya la locura, de que siempre tendrá que luchar para no dejarse llevar por el peor de los pensamientos pero ella es mucho más que su enfermedad y tiene toda una vida para ser más que la chica loca, la chica que sufre ataques de pánico, la chica que se atiborra de comida basura. Rae puede ser lo que ella quiere porque gracias a las experiencias acumuladas, al cariño recibido y a la ayuda de Kester, de sus amigos y de su madre ha sido capaz de entender que puede, que debe, seguir hacia adelante.