Atendiendo a los últimos barómetros del CIS y al sentir generalizado del que la ciudadanía da muestra día a día, parece bastante claro que el percibido como mayor problema en nuestro país sea el desempleo. En segunda instancia, la corrupción, y muy a menudo, los partidos políticos y la política en general también se encuentran entre los principales problemas para el conjunto de la sociedad
Dos de las principales consignas del movimiento 15-M eran (¿o siguen siendo?) “Que no nos representan” y “Democracia real ya”. Entre la neblinosa batería de propuestas del movimiento, se podía distinguir nítidamente la reforma del sistema electoral, alegando, precisamente, que no vivimos en una verdadera democracia al producirse una suerte de ‘turnismo’ en el poder entre el Partido Socialista y el Partido Popular
Gracias al sistema electoral (y según apuntaban algunos; al apoyo del sistema financiero), los dos principales partidos veían cumplido su propósito de alternarse en el gobierno. Ésta no es una consideración exclusiva de buena parte de los activistas del 15-M, sino que se ha extendido por el conjunto de tejidos sociales convirtiéndose en una percepción casi mayoritaria en nuestro país.
Que el Partido Socialista y el Partido Popular sean los más votados como consecuencia de su posición en el espectro ideológico (según el Teorema del Votante Mediano; centro izquierda, centro y centro-derecha son más proclives a la victoria electoral que posiciones extremas) parece poco discutible. También que el sistema electoral no está diseñado para beneficiarles a ellos nominativamente hablando (algo que conviene recordar). Por el contrario, si otros dos partidos pasaran a ser los más votados en las próximas elecciones verían recompensado su grueso de votos mediante la obtención de escaños con mayor facilidad.
Quedando claro todo esto, pasamos a la cuestión verdaderamente interesante:
¿Es un sistema electoral ‘mayoritario’ menos democrático que un sistema electoral ‘proporcional’?
El sistema de representación proporcional es el más usual en democracia, y se corresponde con el objetivo de que haya una estricta fidelidad entre el número de votos cosechados y la proporción de escaños que obtiene el partido político en cuestión. La consecuencia directa es un sistema multipartidista, que los defensores de este sistema utilizan como argumento a favor al propiciarse una mayor libertad de elección para el votante.
El sistema de representación mayoritaria no persigue el principio de equidad, ya que incrementa el número de escaños del partido (o partidos) que obtiene más votos. El objetivo es claro, lograr un gobierno eficaz que no se vea ‘torpedeado’ por un partido minoritario que imposibilite el cumplimiento de su programa (el elegido por la mayoría).
Salvandoel escandaloso desfase entre número de votos y escaños obtenidos que puede llegar a producirse a través del escrutinio mayoritario uninominal (Gran Bretaña, Estados Unidos), los sistemas mayoritarios son perfectamente democráticos. Sencillamente, valoran como más importante el principio de eficacia gubernamental.
Durante la Transición, nuestro sistema electoral se diseñó como formalmente proporcional, pero haciéndolo optar por el principio de representación mayoritaria, dando un mayor peso parlamentario a los partidos con más votos. Se trata de un modelo híbrido en el que, cuanto más pequeños sean los distritos, más beneficiados se verán los partidos mayoritarios. En los grandes distritos la proporcionalidad aumenta, aunque estos son minoría.
Los objetivos generales eran lograr partidos y mayorías parlamentarias fuertes, limitar la fragmentación de las Cámaras y favorecer la gobernabilidad
Si las preferencias de la sociedad y las necesidades del sistema político han cambiado es otro asunto digno de analizar pormenorizadamente. En cualquier caso, si se alcanzara un amplio consenso sobre el diagnóstico y los nuevos fines, habrá que desplegar el suculento menú de sistemas electorales.
Para todos los gustos, oiga.