El realismo literario surge en el siglo XIX bajo la influencia del positivismo, pensamiento que busca una comprensión objetiva y científica de la realidad. En la literatura, el escritor se convierte en un observador de la sociedad, alguien que describe sus diferentes estratos, costumbres y vicios. Incluso, en los extremos del naturalismo, la novela puede concebirse como una especie de laboratorio en el que se colocan personajes para observar sus reacciones, de forma no demasiado diferente al de un laborario químico con sus elementos y reactivos. Roland Barthes ha observado, además, que el efecto de realidad en buena parte se desprende de la inclusión de detalles aparentemente irrelevantes o que no son funcionales al desarrollo de la trama, como la descripción de mobiliario, indumentaria o nombres de calles que el lector es capaz de identificar. Los objetos garantizan la equivalencia entre la realidad ficcional y la del lector. Pero los objetos tienen un medio universal de intercambio y valor: el dinero. En realidad, sería imposible explicar una sociedad capitalista y burguesa como la que habitaban y describían los escritores europeos del XIX sin aludir a las relaciones económicas que existen entre los individuos. Por eso, en las novelas de Balzac, por ejemplo, las transacciones económicas, las deudas y las cuentas cumplen un papel importante y pueden incluso abarcar varias páginas en algunas novelas. En Flaubert, podemos recordar al personaje del prestamista Lehreux en Madame Bovary, quien hábilmente pone a disposición de Emma las telas, joyas y objetos que ella necesita para avivar su pasión, así como dinero en efectivo, todo lo cual terminará por llevarla a la ruina económica, uno de los acicates de su suicidio al final de la obra.
En Rusia, el realismo también prosperará aunque con particularidades propias. Uno de sus grandes autores es Fiodor Dostoievski, quien incorpora una profunda introspección psicológica de sus personajes, que el crítico Mijaíl Bajtín ha calificado como novela polifónica. Con ello, complementa el materialismo propio del realismo con un espiritualismo que expresa las preocupaciones trascendentales del autor, preocupado en las cuestiones fundamentales de la fe y la moral. Esta contraposición entre la descripción del ambiente material, y el trascendentalismo propio del novelista ruso, genera un rol paradójico del dinero en sus novelas, al que queremos aproximarnos en este post.
Como en el realismo en general, el dinero -y sobre todo su escasez y falta- sirve para caracterizar a los personajes como pertenecientes a determinada clase social. Si bien Dostoievski, como buen escritor realista, describe a todas las clases sociales, tiene particular afección por las clases media-bajas y bajas. La pobreza no es otra cosa que privaciones y economías, la falta de dinero corta las posibilidades de los personajes. En ese contexto se enmarca una frase suya sobre el tema, proveniente de La casa de los muertos:
"El dinero es libertad acuñada, y por ello diez veces más querido al hombre que está privado de libertad. Si el dinero está sonando en su bosillo, ya queda medio consolado, aunque no pueda gastarlo. Pero el dinero siempre y en todo lugar se puede gastar, y, más aún, la fruta prohibida es la más dulce de todas".
"Aunque no pueda gastarlo", dice Dostoievskyi y luego recuerda que "el dinero siempre y en todo lugar se puede gastar". ¿Quién podría tener dinero y no gastarlo? ¿Quién cometería este absurdo en el mundo capitalista? Pues, muchos de los personajes de las novelas de Dostoievsky. Y la paradoja es esta: Aunque el dinero tiene para ellos un atractivo irresistible y es móvil suficiente para cometer actos abyectos, su atractivo se consume con la obtención del dinero, pues raramente se gasta, raramente se patentiza esa libertad acuñada en las monedas. Citaremos de ello dos ejemplos.
En Crimen y castigo, el protagonista Raskolnikov mata a una vieja usurera para probar sus teorías sobre el superhombre (homicidio moral y filosófico), pero el móvil inmediato, y que cualquier penalista reconocería en la novela, es el robo. Raskolnikov no solamente ha tenido que interrumpir sus estudios de derecho por su falta de recursos, sino que está agobiado por deudas de todo tipo, viste ropas raídas y pasa hambre. A pesar de ello, una vez cometido el crimen, ocultará el botín (que incluía joyas y dinero en efectivo) bajo una tabla de su habitación y allí permanecerá hasta el final de la novela. Nunca saca un billete para pagar su alquiler, buscar otro cuarto o comprarse un abrigo cálido para el invierno moscovita, tampoco para auxiliar a su familia que también habita en la precariedad.
En El idiota, Nastassia Filipovna, suerte de mujer fatal, recibe una oferta de 100,000 rublos de parte de Rogojin, un rico comerciante, para casarse con él. A esto cabría agregar que se trata de una cantidad inaudita y casi inimaginable de dinero, pues 3,000 rublos constituyen la fortuna, comentada y envidiada por todos, de uno de los hermanos Karamazov, estimada por un usuario de en $500 000 dólares actuales. Para conseguir esta cifra astronómica, Rogojin recauda sus recursos y se endeuda con cuanto prestamista existe, consigue el dinero en efectivo, lo envuelve en un enorme paquete con tapas de cuero y se lo entrega a Nastassia Filipovna. Esta, curiosamente por decir lo menos, acepta escapar con él pero rechaza el dinero, y lo arroja al fuego, pronunciando luego la sentencia de que solo Gania, uno de sus pretendientes, tiene derecho a chamuscarse las manos para tratar de rescatar el paquete. Este, en un arranque de dignidad, aunque antes ha mostrado ser la codicia el principal móvil de sus acciones, intenta retirarse pero cae desvanecido por la impresión. La dama ordena entonces apagar el fuego, y para alivio de todos, los billetes en su mayor parte no se han estropeado, protegidos por el cuero y el envoltorio. Nastassia nuevamente rehúsa cargar con el paquete y ordena que se le entregue a Gania la suma al día siguiente, por haber resistido la tentación de humillarse por ella.
Como vemos, hay un rechazo implícito o explícito al dinero, al mismo tiempo que se le busca. Es un dinero que no genera economía, que no circula, que no teje intercambios y relaciones. Es un dinero reducido a su papel de identificativo de clase social y, sobre todo, simbólico. Por eso, en Dostoievski el dinero se transmite principalmente a través de la herencia: un golpe de fortuna que súbitamente vuelve ricos a los precarios, como le ocurre al príncipe Mishkin también en El idiota. O por supuesto, el golpe de fortuna literal, el del juego, que aquejó gravemente al autor ruso, como lo demuestra su novela El jugador, escrita además bajo presión de las deudas de juego. Porque en el juego, el dinero se tiene o no se tiene, se acumula y se pierde, pero nunca se gasta. El dinero que gana el jugador es más simbólico que real: por eso se acumulan fichas en la mayoría de casinos, y no directamente billetes o monedas.
El dinero en Dostoievski es, como todo lo demás, un absoluto. Algo que sirve para poner en evidencia el bien y el mal, para salvarse o envilecerse. Y en eso se distingue de sus pares europeos.
Arequipeño. Sanmarquino. Doctor en Literatura en Harvard University. Especialista en cine latinoamericano. Profesor en UPC e Investigador en Casa de la Literatura Peruana. Miembro fundador de AIBAL. Email: jdetaboada@yahoo.com.ar Ver todas las entradas de jdetaboada