Primera cuestión. Supongamos que le piden que escoja para vivir entre dos mundos imaginarios:
- En el primero le pagan 50.000 dólares al año mientras los demás ganan 25.000 dólares.- En el segundo le pagan 100.000 dólares al año, mientras los demás ganan 250.000 dólares.
¿Qué elegiría? Esta pregunta se le planteó a un grupo de estudiantes de Harvard y la mayoría optó por la primera opción. Preferían ser más pobres, siempre que su posición relativa fuera mejor. Son muchos los estudios que llegan a la misma conclusión. La gente tiene muy en cuenta sus ingresos relativos, y estaría dispuesta a aceptar una reducción significativa de su nivel de vida si pudiera ascender en relación a los demás. Otro punto de comparación respecto a los ingresos es aquello a lo que se está acostumbrado. Cuando se le pregunta a alguien qué ingresos necesita, las personas ricas siempre dicen necesitar más que los pobres. Por tanto, sentirse satisfecho con los ingresos depende de la comparación con un determinado baremo, que depende a su vez de dos factores: lo que ganan los demás (la comparación social) y lo que se está acostumbrado a ganar (la costumbre).
Segunda cuestión. Ahora viene otro tema interesante. Si trabajo menos y tengo más tiempo de ocio, este ocio extra, ¿no hará también más infelices a los demás al envidiarme por ello? Los investigadores de Harvard ofrecieron a los estudiantes dos opciones a elegir:
- Tú tienes 2 semanas de vacaciones y los demás sólo 1.- Tú tienes 4 semanas de vacaciones y los demás 8.
Sólo el 20% de los estudiantes eligió la primera opción. ¿Conclusión? La mayoría de la gente no rivaliza por el ocio, lo hace por los ingresos, y esta rivalidad resulta contraproducente. Existe, pues, una tendencia a sacrificar excesivamente el ocio con el fin de aumentar los ingresos.
Las comparaciones sociales constituyen una razón importante a la hora de explicar por qué la felicidad no ha aumentado con el crecimiento económico de los últimos 50 años. En comparación con 1950 hoy día no somos más felices a pesar de que el bienestar es mayor. Como dice Richard Layard, "cuando las personas se hacen más ricas en relación con otras, también son más felices. Pero cuando son las sociedades en su conjunto las que se hacen más ricas, no se vuelven por ello más felices". Por ejemplo, el 32% de los norteamericanos se consideraba muy feliz en 1975 y el 55% bastante feliz, frente al 31% y al 58% de 1996, aunque la renta per cápita se ha incrementado notablemente desde la primera fecha. Layard indica que una vez que un país ha alcanzado un nivel de riqueza superior a los 20.000 dólares per cápita, una renta media superior no garantiza una mayor felicidad.
De todo ello hablaré en otro post. Hoy me quedo con la frase de H. L. Mencken: "Un hombre rico es aquel que gana cien dólares más año que su cuñado".
Fuente: La felicidad. Lecciones de una nueva ciencia, Richard Layard, de la London School of Economics.