Aún conservo el libro de Ortografía que utilicé en séptimo y octavo de EGB. Sí, ha pasado del calificativo vintage al de museístico, pero ahí sigue, en activo. Y en muy buen estado, gracias al forro de plástico que tanto coraje me costó y cuesta colocar. Cuadrado y pequeño, azulonas las pastas, con una A amarilla en el centro de un cuadrado, editorial Everest. Ahora lo utilizan mis hijos, porque aunque hayamos introducido amigovio o papichulo como nuevas palabras de nuestro idioma, la ortografía sigue siendo la misma, al igual que sus faltas. Durante todos los años que he convivido con ese libro, siempre he recordado, lo he tenido muy presente, casi a mi lado, al profesor que se ocupó de que a día de hoy no cometa faltas de ortografía, Francisco Marín, y al que todos los alumnos del colegio de los salesianos conocíamos como Dire. En realidad, lo llamábamos El Dire. En esta misma columna, he contado en más de una ocasión que mucho le debo a mi época escolar, donde los salesianos desempeñaron un papel esencial. El hombre que soy hoy, con sus carencias, virtudes y defectos, se lo debo en gran medida a los años que pasé en el colegio de María Auxiliadora. Aunque hablemos de ellas de un modo generalista, las instituciones, ya sean de la condición que sean, calan en nosotros, las adoramos o rechazamos según las personas que se ocupan de ellas o, mejor dicho, según las personas que nos rocen en nuestro contacto con esas instituciones. En mi época colegial, he de reconocerlo, fui muy afortunado, ya que tuve la suerte de contar con un estupendo elenco de maestros, sacerdotes, diáconos y laicos. En demasiadas ocasiones, se relacionan a los colegios religiosos con determinadas opciones políticas, y puede que se dé en algunos casos, lo desconozco, pero le puedo asegurar que en los salesianos, en los de Córdoba al menos, ni por asomo, en aquel tiempo. Hablamos de los 80. Con una Democracia aún en pañales, con su golpe de estado y todo, en el colegio tuvimos clase de Constitución, que no dejaban de ser auténticos debates políticos, estudiamos el primigenio Estatuto de Autonomía de Andalucía y teníamos también clases de sexualidad –y tan sinceras que le tuve que ocultar a mis padres el contenido-. Responsable en gran medida de esto esto, ya que era director de la EGB, Francisco Marín, El Dire,su tarea no concluía con la ortografía. Aunque nunca se lo dije, yo siempre le vi porte de galán americano de película de intriga, espigado y elegante a su manera, permanentemente cincelado el peinado. Por la tarde, su aliento anticipaba su llegaba, esa mezcla entre tabaco y café que se gastaba, y que a mí me encantaba, tal vez porque me trasladaba a los olores de mi familia. Lucía siempre una de aquellas gafas de tonalidad gradual, que nunca eran de sol como tampoco nunca eran transparentes del todo. Recuerdo su pequeño despacho, siempre atestado de trofeos, balones de todos los tipos y manojos de llaves anclados a tacos de madera. Recuerdo sus palabras, su forma de hablar, la característica manera de meterse las manos en los bolsillos. Y recuerdos sus preguntas, siempre encaminadas a solucionar posibles y peligrosos conflictos de la adolescencia. De eso me he dado cuenta años después. El Dire no solo nos enseñó a escribir sin faltas de ortografías, que ya es mucho, nos enseñó la importancia del deporte, a amar y saborear el cine, a tener en buen estado nuestra mesa y demás útiles escolares, por medio de un sugerente concurso con nombre de montañas, Mulhacén o Teide, durante el mes de María Auxiliadora, mayo, y nos enseñó, sobre todo, a ser buenas personas, a respetar al compañero, a valorar lo que teníamos y disfrutarlo, mandamientos de una religión universal. También se ocupó, dedicación a tiempo completo, de nuestras actividades extraescolares, reservando las pistas deportivas o la sala de tenis de mesa, junto a la carpintería de Enrique. Veinte duros por una hora, vestuarios incluidos, con agua caliente y todo, que era el sueldo del encargado de turno. Han pasado los años y no he dejado de recordar al Dire, cierro los ojos y aparece de nuevo, megáfono en mano, indicándonos hacia dónde nos debíamos dirigir o que nueva actividad iniciar, con sus pantalones azules de pinzas y su jersey granate. Se nos ha ido esta semana El Dire, y alguna ho b se me han extraviado, y es que la ortografía de la memoria ha tenido una falta de las gordas. DEP.
Aún conservo el libro de Ortografía que utilicé en séptimo y octavo de EGB. Sí, ha pasado del calificativo vintage al de museístico, pero ahí sigue, en activo. Y en muy buen estado, gracias al forro de plástico que tanto coraje me costó y cuesta colocar. Cuadrado y pequeño, azulonas las pastas, con una A amarilla en el centro de un cuadrado, editorial Everest. Ahora lo utilizan mis hijos, porque aunque hayamos introducido amigovio o papichulo como nuevas palabras de nuestro idioma, la ortografía sigue siendo la misma, al igual que sus faltas. Durante todos los años que he convivido con ese libro, siempre he recordado, lo he tenido muy presente, casi a mi lado, al profesor que se ocupó de que a día de hoy no cometa faltas de ortografía, Francisco Marín, y al que todos los alumnos del colegio de los salesianos conocíamos como Dire. En realidad, lo llamábamos El Dire. En esta misma columna, he contado en más de una ocasión que mucho le debo a mi época escolar, donde los salesianos desempeñaron un papel esencial. El hombre que soy hoy, con sus carencias, virtudes y defectos, se lo debo en gran medida a los años que pasé en el colegio de María Auxiliadora. Aunque hablemos de ellas de un modo generalista, las instituciones, ya sean de la condición que sean, calan en nosotros, las adoramos o rechazamos según las personas que se ocupan de ellas o, mejor dicho, según las personas que nos rocen en nuestro contacto con esas instituciones. En mi época colegial, he de reconocerlo, fui muy afortunado, ya que tuve la suerte de contar con un estupendo elenco de maestros, sacerdotes, diáconos y laicos. En demasiadas ocasiones, se relacionan a los colegios religiosos con determinadas opciones políticas, y puede que se dé en algunos casos, lo desconozco, pero le puedo asegurar que en los salesianos, en los de Córdoba al menos, ni por asomo, en aquel tiempo. Hablamos de los 80. Con una Democracia aún en pañales, con su golpe de estado y todo, en el colegio tuvimos clase de Constitución, que no dejaban de ser auténticos debates políticos, estudiamos el primigenio Estatuto de Autonomía de Andalucía y teníamos también clases de sexualidad –y tan sinceras que le tuve que ocultar a mis padres el contenido-. Responsable en gran medida de esto esto, ya que era director de la EGB, Francisco Marín, El Dire,su tarea no concluía con la ortografía. Aunque nunca se lo dije, yo siempre le vi porte de galán americano de película de intriga, espigado y elegante a su manera, permanentemente cincelado el peinado. Por la tarde, su aliento anticipaba su llegaba, esa mezcla entre tabaco y café que se gastaba, y que a mí me encantaba, tal vez porque me trasladaba a los olores de mi familia. Lucía siempre una de aquellas gafas de tonalidad gradual, que nunca eran de sol como tampoco nunca eran transparentes del todo. Recuerdo su pequeño despacho, siempre atestado de trofeos, balones de todos los tipos y manojos de llaves anclados a tacos de madera. Recuerdo sus palabras, su forma de hablar, la característica manera de meterse las manos en los bolsillos. Y recuerdos sus preguntas, siempre encaminadas a solucionar posibles y peligrosos conflictos de la adolescencia. De eso me he dado cuenta años después. El Dire no solo nos enseñó a escribir sin faltas de ortografías, que ya es mucho, nos enseñó la importancia del deporte, a amar y saborear el cine, a tener en buen estado nuestra mesa y demás útiles escolares, por medio de un sugerente concurso con nombre de montañas, Mulhacén o Teide, durante el mes de María Auxiliadora, mayo, y nos enseñó, sobre todo, a ser buenas personas, a respetar al compañero, a valorar lo que teníamos y disfrutarlo, mandamientos de una religión universal. También se ocupó, dedicación a tiempo completo, de nuestras actividades extraescolares, reservando las pistas deportivas o la sala de tenis de mesa, junto a la carpintería de Enrique. Veinte duros por una hora, vestuarios incluidos, con agua caliente y todo, que era el sueldo del encargado de turno. Han pasado los años y no he dejado de recordar al Dire, cierro los ojos y aparece de nuevo, megáfono en mano, indicándonos hacia dónde nos debíamos dirigir o que nueva actividad iniciar, con sus pantalones azules de pinzas y su jersey granate. Se nos ha ido esta semana El Dire, y alguna ho b se me han extraviado, y es que la ortografía de la memoria ha tenido una falta de las gordas. DEP.