Maryclen Stelling
En ocasiones anteriores hemos abordado el tema de las emociones con especial énfasis en el odio. Hoy retomaremos esa línea de análisis, dado que ese sentimiento nuevamente se hace presente en la sociedad venezolana.
El reciente fallecimiento de Aristóbulo Istúriz, generó sentimientos encontrados derivados de la afiliación política. El dolor y el odio definían y separaban políticamente. En sectores de oposición se impuso el discurso político de contenido racista y xenófobo que promueve e incita al odio y que, curiosamente, coincidió con la beatificación de José Gregorio Hernández, proceso religioso que convocaba paralelamente sentimientos opuestos.
Las RRSS han devenido en el medio comunicacional que alberga y promueve abiertamente las expresiones de odio. Allí hace vida ese sentimiento, se oculta, desaparece y resurge libre e impunemente en coyunturas específicas y hasta se nos hace familiar.
El odio, emoción humana que consiste en desear mal y tiende a ser permanente y frio. Como ha sucedido con el comportamiento de un polo político, ante el reciente fallecimiento de una figura prominente del chavismo. Politización de una muerte que promovió libremente el odio hacia el “otro político”. El odio puede tener como causa la ira aun cuando también se relaciona con el resentimiento o el asco, que se refuerzan entre sí. El odio desea el mal y la desgracia para aquello que lo suscita, aun cuando en ocasiones podría ser ambivalente en cuanto a desear que lo odiado desaparezca. Por su parte el asco sólo quiere que se esfume el motivo o causa del odio y, cuanto antes, mejor. Ello explica la reacción ante la muerte de un “otro político”. Actitud reactiva, que nace de una cierta pasividad respecto a un estado de cosas, en este caso producto de la polarización política imperante. No surge de una propuesta propia sino de una defensa, constituyéndose en una forma de existencia o, peor aún, en una estrategia de sobrevivencia política.
Lo sucedido ente el fallecimiento de un ser humano, trasciende lo afectivo deviniendo en asunto netamente político. Se torna en un problema nacional que impide y dificulta el reencuentro, el reconocimiento del otro, el dialogo y cualquier intento de negociación.
Los odios han acabado por definirnos.
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