Soy consciente de que llego tarde con esto. Ya le han dado el Oscar, está saliendo de cartelera y, a estas alturas, la habrá visto casi todo el mundo. Pero, además de reseñar una buena cinta, voy a intentar resaltar las figuras de aquél tiempo, luminosas, a pesar de que sus almas políticas eran más de chiaroscuro. Y es una de las cosas a resaltar, creo yo, en "El Discurso del Rey" es su incorrección histórica. O mejor dicho política, en el sentido lato y puro de la palabra.La acción, la tartamudez del Duque de York y el escenario, los conturbados años 30 europeos. Ese fondo gris del auge del fascismo, la consolidación del comunismo y el raquitismo democrático que se encontraba representado por países débiles, neutrales y por la más sólida y antigua democracia de Europa, el Reino Unido.Sin embargo, las dificultades hicieron que, durante mucho tiempo, Inglaterra navegase en aguas turbias. Tras la muerte de Jorge V, se produce la natural sucesión británica y el Príncipe de Gales, el irresponsable mujeriego, juerguista, procaz, desbocado, racista y filofascista Eduardo, asciende al trono de soberano del Imperio Británico, el Imperio Indio y el Estado Libre de Irlanda como Eduardo VIII. Como si fuese poco con su pereza y polémica visión del mundo (famosas son sus declaraciones sobre Hitler o los aborígenes), así como su relación con el nazismo alemán, decide continuar su romance con la dudosa divorcée americana Wallis Simpson, supuesta amante de muchos otros capitostes europeos, como el Conde Ciano o Ribbentrop. El escándalo estaba servido. Pero fue sin duda el peso de las ideas políticas antidemocráticas y progermánicas del Rey las que le llevarían a abdicar en su tartamudo hermano Alberto Federico, que sería coronado con el nombre menos germánico de Jorge VI. Sería el Rey destinado a afrontar al fascismo y al comunismo, a la II Guerra Mundial con sus bombardeos e invasiones de su territorio.
Pero era terrible y llamativamente tartamudo. En una ironía sin precedentes, frente a los más vacíos y malvados pensadores y grandes oradores, tenía el Reino Unido un hombre responsable, tenaz y demócrata, pero incapaz de hablar correctamente y transmitir así su integridad.Decir que esa integridad no siempre estuvo clara. Durante mucho tiempo bailó el agua a los fascistas y comunistas, poniéndose de lado hasta que fue inevitable, tras la invasión del aliado polaco. Momento en el cual, consiguió transmitir uno de los más bellos y famosos discursos de la historia de la humanidad. Durante años, Alberto había estado buscando ayuda en psicólogos, logopedas y foniatras sin éxito. Por una casualidad, su mujer Mary descubre a un australiano de mucha reputación y dudoso origen que tiene una pequeña consulta y fama de éxito. Y es así como se consigue hacer hablar a un rey y fraguar una amistad que duraría años. Colin Firth consigue, como siempre, transmitir frases larguísimas con una mirada. Helena Bonham-Carter, aritocratiquísima ella, es perfecta para el papel de la Reina Mary, creando un personaje fuerte y cálido a la vez, cariñoso y elevado. Igualmente destacable es el de Geoffrey Rush, que no parece fallar nunca, aunque quizá se repita algo a sí mismo. La ambientación es loable y la audiovisión igual.Pero algún fallo hay en la película. En el planteamiento histórico. El obviar la ideología de Eduardo VIII, así como hacer creer que Sir Winston Churchill participó en su abdicación, cuando idolatraba a Eduardo y llegó a despreciar a Jorge VI, es lamentable. Hacernos creer la firmeza de Inglaterra frente el fascismo, es ser manipulador.Y el fallo más garrafal es ser una película fabricada para los Oscar. Apuntada, dirigida y acertada. Como si la hubiese protagonizado Anthony Hopkins y Meryl Streep. Una menor ambición podía haber resultado. A veces, menos es más. Sin embargo, una recomendación sin dudas para los pocos reticentes aún a verla.