En los confines de la mente humana, se refugian todos aquellos accidentes que nos moldean la personalidad y nos golpean hacia una realidad, la exterior, esa que se desarrolla precisamente fuera de nuestra mente. El Discurso del Rey es una historia de tenacidad y superación personal, pero también es la intrahistoria de los gritos del silencio de una mente ahogada por los temores y maltratos de la infancia, algo de lo que ni tan siquiera se libran las familias reales, que sólo se igualan con el pueblo que les sustenta en el momento de su muerte.
Colin Firth (Jorge VI) refleja a la perfección esa dicotomía que existe entre la poderosa fuerza interior que exterioriza y la fragmentación interna de su mente atenazada por sus miedos. Una interpretación del Rey tartamudo que sin duda le van a poner en la lista de los oscarizados de este año, pues a veces, las películas giran entorno a la interpretación de su protagonista y este es uno de esos casos. Colin Firth es capaz de reflejar como nadie la dificultad a la hora de expresar sus palabras ahogadas de un monarca por accidente, pero también nos muestra sus brotes de genio y fuerte carácter al unísono con las dobleces de humanidad ante su logopeda Lionel Logue, un magnífico Geoffrey Rush, que igualmente vemos en la próspera carrera de los oscar, materializando un combate interpretativo de primer nivel, al que hay que añadir a la siempre solvente Helena Bonham Carter como Reina Isabel.
Pero El Discurso del Rey, también es el retrato de una época oscura y convulsa en la historia de Europa y del mundo, a la que su director Tom Hopper ha sabido filmar con sumo gusto en el detalle, intercalando a la perfección lo más majestuoso con lo más humano y sencillo, a lo que sin duda ha contribuido la excelente fotografía de Danny Cohen, que ha sabido plasmar magníficamente la luz de Londres e Inglaterra, convirtiendo la decadencia de la época en una gran postal estética. En definitiva, El Discurso del Rey es una buena muestra del cine histórico que tan bien sabe plasmar la industria cinematográfica inglesa, sobre la que en este caso subyace la historia de un hombre y de un rey sin palabras, como paradigma de una época donde el diálogo entre los mandatarios políticos también cayó en los confines del olvido.