El proceso de diseño arquitectónico exige un alto nivel de compromiso profesional, se trata de una investigación y sobre todo de una práctica continua, valorar aspectos particulares innatos para cada caso y contextualizarlos en circunstancias que siempre son distintas en cada proyecto.
El desafío constante del arquitecto proyectista es hacer propuestas de máxima calidad espacial que resuelvan las necesidades de la sociedad como colectividad y como individuo, estas propuestas deben estar siempre dentro del marco factible, optimizando todos los recursos disponibles de inicio y los que puedan obtenerse en el futuro.
La exploración de alternativas distintas para cada caso debe ser también una constante de trabajo para el proyectista, una propuesta meritoria que satisfaga a un tiempo a cliente y arquitecto no puede surgir sin un largo proceso de investigación, análisis y síntesis.
Se adhieren dificultades inherentes a la profesión misma, el diseño de autor requiere total independencia, libre práxis, requiere seguir consideraciones de diseño propias pero sustentadas en un estudio constante, las cuales no siempre se apegan a las modas locales, regionales y globales, ni a los lineamientos que dictan los arquitectos gurús que son promovidos en revistas, tv, redes sociales (virtuales y reales), agrupaciones activas de profesionales del diseño y la construcción con intereses elitistas creados a priori.
El diseño arquitectónico de autor, en solitario, sin tener detrás un multitudinario equipo de colaboradores que respalden en el trabajo laborioso, sin constructoras poderosas a servicio propio que sean promotoras constantes de proyectos grandes y pequeños (más grandes que pequeños), pueda ser un reto complicado para cualquier arquitecto, pero puede ser un reto lleno de nuevas expectativas, experiencias y satisfacciones, las cuales difícilmente pueden adquirirse o experimentarse siguiendo una y mil veces los mismos caminos fáciles ya conocidos y recorridos por otros.