Superior Provincial de América Central
En el discernimiento espiritual goza de particular importancia “las consolaciones” espirituales. La Sagrada Escritura nos aporta innumerables textos en donde queda demostrado el deseo divino de consolar, por ejemplo: “consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-“ (Is 40,1). En toda la Escritura Veterotestamentaria encontraremos abundantes pasajes en donde Yahvé asume la tarea de un Dios consolador. Si vamos al Nuevo Testamento, nos topamos con la alegre constatación de la tarea consoladora de Jesús: la mujer pecadora (Lc 7,38), Jesús a la mesa con los pecadores (Lc 5,29), el consuelo de María Magdalena (Jn 20,11-18), etc.
Será San Pablo que nos ofrecerá una sustanciosa comprensión de lo que es el consuelo cristiano aún en medio de las tribulaciones:
“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación! Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que se sienten tribulados, ofreciéndoles el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimiento de Cristo, igualmente abunda nuestro consuelo por medio de Cristo” (2 Cor 1,3-5).
Aunque la temática a desarrollar es sobre el consuelo, no haremos un estudio detallado sobre este don, sino sobre el “don de lágrimas” que es una de las expresiones del don de la consolación. El llanto, como don, forma parte de una larga tradición en los escritos espirituales. Será el biógrafo de San Antonio, es decir, San Atanasio, el primero en escribir sobre ello, en un libro que se le atribuye llamado De virginitate. Dicho don, encuentra su fundamento en muchos textos evangélicos por ejemplo: la mujer pecadora en la casa de Simeón el fariseo (Lc 7,38), Pedro arrepentido de haber negado al Señor (Lc 22,61-62) y otros muchos más.
El “don de lágrimas”, en el discernimiento espiritual goza de una importancia singular. Santa Teresa no será ajena a este tema y en sus escritos encontraremos habitualmente a borbotones tal experiencia. Por ejemplo: al contacto con el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna: “holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Y, como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino teniendo aquel libro por maestro” (V 4,7). Teresa, en comunión con la tradición espiritual ve en las lágrimas un verdadero don, pues hablando de las lágrimas verdaderas dice:”vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por la fuerza; otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece nos paga su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y no me espanto, que le sobra razón de consolarse. Regálase allí; huélgase allí”(V 10,2). De estas lágrimas consoladoras, identificará tanto sus causas como también sus efectos con verdadero minuciosidad, pues está convencida que si bien existe el don de lágrimas, no todas las que se derraman son perfectas (Cfr. CV 17,4), es así que las lágrimas correrán por sus escritos con la misma profusión que eran derramadas en su vida. Las habrá desde distintas situaciones y prestaremos la importancia debida en cada una de las por ella abordadas.
Contenido del artículo:
Introducción
- Lágrimas en la vida de Teresa
- Lágrimas adquiridas
- Lágrimas engañosas
- Llanto como consuelo
- 4.1. Lágrimas consoladoras de compunción
- 4.2. Lágrimas de verdadera consolación (lágrimas dadas por Dios)
Conclusiones
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