A la espera del juicio, el pueblo, que antes saludaba con entusiasmo a los duques de Palma, Iñaki Urdangarín y la infanta, Cristina de Borbón, ya no los aprecia sino que grita contra ellos e incluso el Ayuntamiento, que no tienen nada de progre, ha retirado de una vía pública una placa que homenajeaba a ambos, caídos en desgracia ante la ciudadanía. Nadie quiere al decadente duque, que ha pasado de apuesto deportista a la más absoluta vulgaridad. La Casa Real eliminó las referencias biográficas de Urdangarin de la web de la corona española pocos días antes de que el magistrado le impusiera el millonario depósito. Incluso su figura, presentada y exhibida en la escenografía del Museo de Cera de Madrid, fue desplazada y apartada, marchitándose en una sala alejada de la corona. Los responsables de la muestra le situaron cerca de los héroes deportivos españoles, pero alejado del laurel de éstos.
Urdangarin tuvo cuatro hijos, pisó las mullidas alfombras de la aristocracia, formó parte del Comité Olímpico Español (COE), institución que pretendió presidir, pero no obtuvo el respaldo suficiente a pesar de que empleó la esgrima de la monarquía en su florete. En 2001, se comentaba su enorme ambición y su entusiasmado uso del sello ducal para obtener sus propósitos. En 2004, se asentó como vicepresidente del Comité Olímpico Español y, un año después, abandonaba este organismo para seguir creciendo al amparo de la realeza. Adquirió un palacete valorado en 6 millones de euros en Pedralbes, una de las zonas más exclusivas de Barcelona, y se lanzó a los negocios bajo el amparo del ducado de Palma. Algo que está prohibido en Zarzuela. Hasta que el rey envió a José Manuel Romero a revisar la Fundación Areté que presidía el duque, con el objetivo de disolver la entidad.
Oficialmente, Urdangarin y su principal socio en la trama, Diego Torres, su profesor en la escuela de negocios donde estudió, hicieron caso omiso de las indicaciones que llegaron con el membrete de Zarzuela. El emisario del monarca cerró esa puerta, pero Torres y Urdangarin abrieron las ventanas y ampliaron el tráfico de sus negocios. El relato de la acusación dice que ambos desobedecieron a la Casa Real y continuaron con su entramado empresarial, con su afán de hacer negocios, parapetados en fundaciones y sociedades varias. Y, durante tres años más, continuó beneficiándose de los negocios del Instituto Nóos, epicentro de su imputación, con organismos públicos y grandes empresas privadas. El resto está ampliamente especificado en un amplio sumario que sigue adelante. En paralelo a sus oscuras actividades, Urdangarin ocupó un sillón como consejero de Telefónica Internacional desde 2006. Tres años más tarde, la compañía recompensó al yerno del rey con un ascenso. Hasta que, a finales de 2011, fue imputado por la justicia.