Sábato se convirtió en figura emblemática de nuestras Letras y en encarnación mediática del intelectual comprometido después de que, a fines de 1983, fuera designado titular de la CONADEP. El Presidente de la Nación Raúl Alfonsín había creado esta Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas con el objetivo de investigar el plan sistemático de aniquilación ciudadana perpetrado por la dictadura militar de 1976. El trabajo realizado desembocó en la publicación del informe Nunca más y en el juicio a las Juntas responsables del eufemístico Proceso de Reorganización Nacional.
Algunos compatriotas le achacan a Don Ernesto la elaboración de la teoría de los dos demonios, presente en el prólogo del mencionado libro. Este análisis de una Argentina víctima de la guerra sucia entre dos facciones igual de criminales (la guerrilla subversiva por un lado y las fuerzas armadas por el otro) liberó de culpa y cargo a actores civiles (empresariado, dirigencia política, medios de comunicación) cómplices y/o directamente responsables de un mucho más complejo y perverso terrorismo de Estado.
Años y décadas antes de este desacierto, Sábato fue objeto de otros reproches: los antiperonistas le recriminaron el rescate de la figura de Evita como verdadera revolucionaria del movimiento fundado por Juan Perón; los peronistas aún hoy no le perdonan el apoyo a la Revolución Libertadora. Fuera de este esquema, intelectuales como Osvaldo Bayer, Jorge Luis Bernetti, el fallecido David Viñas acusaron el respaldo al golpe encabezado por Juan Carlos Onganía y la asistencia al famoso almuerzo con el entonces Presidente de facto Jorge Rafael Videla que también había invitado a Jorge Luis Borges, Horacio Ratti y Leonardo Castellani (aquí, la crónica de estos y otros traspiés).
A título estrictamente personal me permito escribir que nunca adherí a la sacralización mediática de Sábato como hombre de Letras, y sobre todo como intelectual de fuste. Sin embargo (y tal vez he aquí una ingenua contradicción), tampoco dejé de creer en su honestidad intelectual, es decir, en la posibilidad de que el autor de Sobre héroes y tumbas se pronunciara e interviniera con total convicción, equivocado, sí, pero sin oscuras intenciones.
A Don Ernesto se le atribuye el invento de la expresión “el duro oficio de ser argentinos“, siempre útil a la hora de resumir los dolores, dificultades, desilusiones, errores que solemos experimentar quienes habitamos este rincón sudamericano. Como muchos compatriotas, él también creyó, apostó, se equivocó pero además debió cumplir con el duro oficio de ser Sábato.
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PD. Gracias, Jorge, por el aviso.