A una década de que se realizara la primera denuncia por abuso contra Eduardo Lorenzo, el excapellán del Servicio Penitenciario bonaerense y confesor del padre Julio César Grassi, el caso vuelve a tomar notoriedad. Ahora, uno de sus denunciantes se animó a relatar en TV cómo sufrió en primera persona el abuso por parte del religioso. “Quería que le diera besos, que nos abrazáramos”, contó en TN.
Descrito por quienes dicen haber sido víctimas suyas como un “manipulador absoluto”, el primer proceso en contra del actual párroco de la iglesia inmaculada Madre de Dios, en Gonnet, comenzó el 11 de mayo de 2008. Entonces, la familia de Julio, un chico que dijo haber sido abusado por Lorenzo, llevó el caso a sede penal.
Sin embargo, el expediente fue archivado en enero 2009 -sólo un año después de que su apertura- y permaneció paralizado durante una década, hasta que hoy, a raíz de tres nuevas denuncias en contra del excapellán, se reactivó la investigación.
En una entrevista para el programa Cámara del crimen, Julián Bártoli, uno de los denunciantes del confesor de Grassi, dio detalles acerca de los abusos que sufrió por parte de López entre los trece y los quince años, y sobre los daños psicológicos que experimentó producto de esta vivencia.
“Es muy difícil poder hablar de esto, poder sacarse los miedos y la vergüenza, sobre todo con la impunidad que veo que hay del otro lado. Pero son más fuertes las ganas de querer sanar y de poder ayudar a otros chicos que sé que están muy mal para que puedan salir de esta situación”, comenzó el hombre de 32 años y padre de dos hijos.
De acuerdo con Julián, la primera persona con la que se atrevió a hablar al respecto fue con su actual esposa. “Fue hace 10 años, cuando empezábamos a ser novios. Me sentí en un espacio de respeto, de amor genuino y sin prejuicios, porque es difícil para un varón reconocer que estuvo en la cama con otro hombre”, manifestó.
“Sufrí abusos desde los trece años hasta los quince”, contó el joven, que también se refirió al modus operandi de Lorenzo. “Él tiene una fachada. Se pone en una posición en la que es visto como una eminencia y es respetado por gran parte de la comunidad religiosa. Entonces busca ciertas vulnerabilidades y trata de generar espacios que parecen ser de reunión en los que el resto de los adultos se va y uno queda sólo con él”, aseguró.
Con respecto a las agresiones concretas del excapellán en su contra, contó: “Una vez que me quedaba sólo con él, hacía lo que el siempre quiere. Podía ponerse violento física y verbalmente. Podía sacar lo peor de él sin que nadie lo viera”.
Julián, que tuvo pesadillas y ataques de pánico durante 20 años como consecuencia de lo que le tocó vivir, dijo que se quedó a dormir en el departamento de Lorenzo durante dos años. Allí, el cura lo alojaba luego de las reuniones semanales que se realizaban todos los viernes con motivo de la preparación de las actividades del día siguiente.
Sin embargo, el confesor de Grassi alegó su inocencia ante las múltiples denuncias radicadas en su contra, y argumentó: “Se va a probar que mienten. ¡No soy un delincuente, no soy un mafioso, soy un cura!
Pero las palabras del religioso no se condicen con el relato de Julián, que describió en detalle cómo el hombre se bañaba, afeitaba y ponía perfume antes de meterse a la cama con él. “Ayudalo a Edu a dormirse, me decía. Quería que le diera besos, que nos abrazáramos. El recuerdo del contacto con él es horrible. Lo bloqueé durante mucho tiempo. Olvidé hasta su nombre”, contó.
Por último, el joven afirmó que, años más tarde, las memorias de los abusos que sufrió cuando era adolescente repercutieron en él a la hora de convertirse en padre. “Que mi hijo venga a darme un beso en el cuello y yo acordarme de Lorenzo es horrible”, manifestó con la voz quebrada, y agregó: “Con el nacimiento de Ignacio, no pude más que dejar de dudar. Supe que lo que me pasó había sido real. Fue un abuso”.