El ejército romano

Publicado el 31 julio 2012 por Jordiguzman

Desde el comienzo de la política expansiva de Roma, pero sobre todo desde su intervención en teatros políticos extraitálicos, la organización militar, adecuada a las necesidades de una pequeña ciudad-estado, se manifestó insuficiente. Esta insuficiencia se hizo cada vez más evidente al compás de las crecientes conquistas y consecuente administración de los territorios que fueron incluyéndose paulatinamente bajo el control de Roma. La absoluta falta de adecuación entre realidad imperial e instrumento de su materialización, con repercusiones graves incluso en el ordenamiento social romano, llevó a la célebre y en su momento efectiva reforma de Mario, que introdujo en el sistema militar el soldado profesional. Pero se trató de una profesionalización de hecho, no de derecho. Efectivamente, a partir de Mario el soldado no fue ya en gran medida un campesino arrancado por un periodo de tiempo más o menos largo a sus ocupaciones habituales para el cumplimiento de sus deberes cívicos, sino un profesional, que en el servicio de las armas esperaba encontrar un modus vivendi o la esperanza de ser recompensado al termino de sus obligaciones con una elevación de su status económico y  social tras su reintegración a la vida civil. La profesionalización del ejército elevo ciertamente la efectividad de las fuerzas militares romanas, pero la inconsecuente falta de sistematización y prolongación de las medidas hasta su lógico final – la asunción por parte del Estado de los compromisos económicos necesarios para recompensar a los veteranos – puso a la República ante nuevos y más graves problemas.

Legionario con todo su equipo

Por una parte, el carácter profesional del soldado no se vio reconocido con la correspondiente creación de un ejército permanente. Las dimensiones de los ejércitos siguieron quedando condicionadas como antes a las necesidades del momento. Pero como tampoco se soluciono la cuestión de los veteranos, en épocas de escasa presión exterior, un gran numero de soldados, sin otros medios de subsistencia que la milicia o la esperanza de una recompensa, se convertía en un grave factor de inestabilidad social. Por otra, la falta de adecuación entre una milicia profesional y mandos idóneos, puesto que la dirección de los ejércitos provinciales continuaba en las manos de los correspondientes promagistrados, en general privados de los necesarios conocimientos y experiencia militar, empujaron al cuestionable expediente de los comandos extraordinarios, de caudillos que, en situaciones de emergencia, concentraban en sus manos fuerzas militares considerables. Estos caudillos eran al mismo tiempo políticos, que se vieron así provistos de un formidable potencial para invertir en la lucha por el poder: en una gran medida, los ejércitos que mandaban habían sido reclutados por ellos, incluso mediante el recurso de lazos de clientela política o personal, pero también de su acción política dependía que el Estado reconociera a los soldados una recompensa en tierras tras el licenciamiento; en consecuencia, la fidelidad de las tropas, solo entregadas al caudillo, convirtió la milicia del Estado en ejércitos personales que, en un crispado ambiente de ambiciones políticas e inestabilidad social, si no desencadenaron la guerra civil, la hicieron al menos continuamente posible.

Se ha calculado en 230.000 el numero de soldados bajo el mando de Octaviano (Augusto) tras la victoria de Actium (31 a.C.). En el año 29 a.C. estas fuerzas habían sido reducidas prácticamente a la mitad. El botín de Egipto permitió a Octaviano recompensar con dinero o tierras a los soldados licenciados.  El proceso de desmovilización de los grandes ejércitos de la guerra civil no fue lógicamente inmediato, sino un proceso que se debió realizar en varias etapas y por espacio de algunos años. En este proceso Augusto reprendió la política de César de establecer a los veteranos en colonias creadas en suelo provincial. El resto de las tropas fue utilizado, en parte, en la defensa de las fronteras y, en parte, en la sangrienta guerra contra las tribus del norte de Hipania.

Pero entretanto estas tropas, herencia de la guerra civil y, como tales, a pesar de la devoción al caudillo vencedor, no suficientemente fiables, iban siendo sustituidas por un nuevo ejército disciplinado y escogido, bajo el mando de oficiales cuidadosamente seleccionados. El mantenimiento de un ejército permanente era condición indispensable para un jefe de Estado que apoyaba los fundamentos de poder en el ejército. La política de reclutamiento y las guerras de conquista con las que Augusto justificó la inversión permanente de un ejército, hicieron de las fuerzas del Imperio una milicia de fronteras que, en principio, sin embargo, frente a lo que generalmente se considera, fue utilizada para tareas ofensivas. Ello indica que el ejército permanente de estacionamiento del Imperio no fue tanto el resultado de un único acto de la voluntad del princeps como el producto de un largo desarrollo.

Profesionalización y permanencia significaban, en primer lugar, limitación de potencial. Las gigantescas fuerzas legionarias de la guerra civil quedaron finalmente reducidas a 28 legiones, unos 150.000 hombres, completadas con un numero prácticamente igual en efectivos de fuerzas auxiliares. Se ha llamado repetidamente la atención sobre el relativamente modesto montante de este ejército – de 350.000 a 400.000 soldados como máximo – , que apenas será modificado por los sucesores de Augusto, y se ha tratado de explicar con razones mas o menos convincentes: antimilitarismo, temor a su potencial político, apurado calculo de necesidades defensivas o simplemente posibilidades reales de financiación.

Las legiones continuaron constituyendo el nervio del aparato militar romano, con un efectivo medio por unidad de 5.000 hombres, articulados en 10 cohortes y 60 centurias, al mando de seis tribunos militares y un legado del orden senatorial (legatus legionis). Como concesión al orden republicano se mantuvo la conexión entre magistratura y ejército. Los comandantes en jefe de cada una de las unidades legionarias eran personas que habían alcanzado un orden bien definido en el cursus honorum senatorial, la magistratura pretorial. También los seis tribunos eran jóvenes del orden ecuestre o senatorial que con este servicio se preparaban para la carrera de los honores. Pero la falta de profesionalidad de los mandos superiores se compensaba con la experiencia del cuerpo de centuriones, la verdadera espina dorsal del ejército. La posibilidad de escalar dentro del cuerpo hasta el grado de primus pilus, primer centurión de la primera cohorte, y ser honrado en el momento del licenciamiento con la inclusión en el orden ecuestre, hizo del servicio legionario un importante medio de promoción social.

Guardias pretorianos.

La innovación mas importante, con todo, del principado de Augusto fue la sistematización de las tropas auxiliares. La República había hecho uso tradicionalmente de reclutamientos indígenas, irregulares, con mando y armamento propios, y solo muy someramente los había incluido en la organización propiamente romana. Pero desde comienzos de siglo I a.C., a estos auxilia irregulares se añadieron formaciones regulares nacionales, también con mandos indígenas, pero como parte integrante del ejército romano. Es sabido el amplio uso hecho por César de la caballería gala y germana. La obra de Augusto consistió en organizar una especie de segundo ejército, de efectivos equivalentes al legionario, con reclutamiento de provinciales no provistos de la ciudadanía romana (peregrini), según un sistema distinto. De este modo se hizo posible la utilización de los recursos provinciales en el ámbito militar de modo regular, con técnicas y tácticas romanas, pero sin infringir el principio tradicional de ciudadanía exigido para las legiones.

Las tropas auxiliares del ejército romano (auxilia) se reclutaban mediante alistamiento obligatorio (dilectus) y eran organizados en unidades de infantería (cohortes) y de caballería (alae) de 500 hombres, al mando de oficiales romanos del orden ecuestre (praefecti). Originalmente la conscripción de las correspondientes unidades se hizo con tropas procedentes del mismo grupo étnico; de ahí los nombres que estas tropas llevaban: astures, tracios, tongrios, sirios, retios… De este modo al tratarse de pueblos con cultivo de actividades guerreras y en no pocas ocasiones de reciente sometimiento, se sustraía al grupo de los elementos jóvenes mas activos en disposición de luchar, trasladados a frentes muy alejados de sus hogares. Los cuerpos auxiliares se convirtieron en un elemento muy importante de romanización, no solo como consecuencia del efecto que sobre provinciales procedentes de las mas apartadas regiones del Imperio operaban un servicio de veinticinco años bajo mandos y organización romanos, sino por que el licenciamiento regular (honesta missio) entrañaba la concesión de la ciudadanía romana. Este privilegio no sabemos si fue establecido ya por Augusto; en todo caso, a mitad del siglo I los veteranos auxiliares gozaban ya del derecho a la ciudadanía, que les era reconocido expresamente en un documento especial, el diploma militar o certificado de licenciamiento. Las unidades auxiliares adscritas en principio a las legiones, fueron a lo largo del tiempo independizándose, incluso con el establecimiento de cuarteles propios, y aproximaron sus tareas y objetivos a los de las tropas legionarias.

Es también obra de Augusto la creación de una flota de guerra permanente, que puso fin a la tradicional falta de interés, por no decir repugnancia, de la República por el control del mar, en el que, sin embargo, se había visto obligada a librar sus batallas mas decisivas y del que dependía en gran medida su economía. No fue, sin embargo, un proyecto de gran alcance: el princeps organizo dos bases navales en Italia destinadas a ser durante siglos los cuarteles generales de las dos mayores flotas romanas: Miseno, en la bahía de Nápoles, y Ravena, en la desembocadura del Po. También en algunas provincias estaciono Augusto flotas permanentes. Conocemos así la classis Alexandrina de Egipto y las flotillas fluviales del Rin y Danubio. Las fuerzas navales romanas cumplieron su función durante el Imperio, una función múltiple que incluía el control del Mediterráneo, sobre todo por lo que respecta a la represión de la piratería, el transporte de tropas y la rápida transmisión de ordenes y noticias entre el gobierno central y las provincias.

Las fuerzas armadas del principado se completaban con los cuerpos especiales estacionados en la capital: nueve cohortes pretorianas, las cuatro cohortes urbanas y las siete vigies; en total, unos diez mil soldados con funciones especificas inmediatas a la persona del emperador, que todavía contaba con un cuerpo de guardia germánico, los germani corporis custodes.

Fuente: El Imperio romano. José Manuel Roldán, José Maria Blázquez, Arcadio del Castillo. Ediciones Cátedra.


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