El embrutecimiento como política

Publicado el 19 febrero 2020 por Jmartoranoster
Escrito por Mariadela Villanueva La guerra mediática del imperio estadounidense y sus aliados contra cualquier alternativa a “su” capitalismo, sigue siendo la misma de siempre pues nadie abandona políticas satisfactorias, menos aun disponiendo de un poder mediático creciente.
Durante  el siglo XX, sin ese poder los medios occidentales lograron convertir al comunismo en el “coco”. Difundieron exitosamente una imagen totalmente desfigurada de la revolución bolchevique, ocultaron los logros de la URSS  y presentaron ante el mundo  a Stalin como  un monstruo innombrable  hasta por la misma izquierda.
Por ello no es de extrañar la réplica de esta política ahora contra el Eje del Mal y “terroristas” calificados como tales a conveniencia. Tampoco, las maromas comunicacionales diseñadas    para  enmascarar (ya no justificar) todo tipo de agresiones a mandatarios dispuestos a defender su soberanía, entre ellas las urdidas contra el proceso  bolivariano para  acabar con el “chavismo” y su liderazgo entre los pueblos que luchan contra la  dominación del capital.
Más, pese a su  poder mediático, el imperio  no ha logrado disfrazar la  dura  realidad  de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, a quienes no les han hecho falta ni teoría ni  estadísticas  para corroborar  el caos  económico, social, político  y ecológico en que los ha  sumergido  el sistema capitalista,  depredador por naturaleza. Por lo que  el imperio se ha visto obligado  profundizar el embrutecimiento de esa mayoría, especialmente a jóvenes y niños, incluidos los propios estadounidenses, con el fin de evitar la multiplicación  de protestas populares.
Además de reforzar  la tradicional criminalización del enemigo y la compra o captación de  adeptos, se ha dedico a despolitizar a eventualesales insurgentes reinventando la historia,  sacralizando el presente, exacerbando la identidad generacional,  fragmentando las luchas -mujeres, campesinos, jóvenes, ecologistas, sexo diversos, reformistas, etc.– y, fundamentalmente, restaurando un poder religioso promotor de  la resignación mundana en pro de la felicidad eterna.
Así, poco a poco  ha ido construyendo una nueva mitología occidental en torno a súper héroes de ficción, agentes de fuerzas del orden civiles y militares,  estrellas del espectáculo, capos del narcotráfico y profetas apocalípticos, protagonistas de dibujos animados, series televisivas, documentales,  películas y video juegos.
Lamentablemente nuestros jóvenes, revolucionarios o no, afectados por la guerra y deslumbrados por la calidad esos medios, están asimilando esa visión del mundo. Por lo que urge: aplicar las normas pertinentes,  depurar nuestros medios de la lógica comunicacional del capital e instrumentar una campaña sistemática de contra información centrada en desenmascarar  didácticamente las intenciones  enemigas e informar, hasta donde sea posible, los peligros que nos amenazan. La guerra mediática del imperio estadounidense y sus aliados contra cualquier alternativa a “su” capitalismo, sigue siendo la misma de siempre pues nadie abandona políticas satisfactorias, menos aun disponiendo de un poder mediático creciente.
Durante  el siglo XX, sin ese poder los medios occidentales lograron convertir al comunismo en el “coco”. Difundieron exitosamente una imagen totalmente desfigurada de la revolución bolchevique, ocultaron los logros de la URSS  y presentaron ante el mundo  a Stalin como  un monstruo innombrable  hasta por la misma izquierda.
Por ello no es de extrañar la réplica de esta política ahora contra el Eje del Mal y “terroristas” calificados como tales a conveniencia. Tampoco, las maromas comunicacionales diseñadas    para  enmascarar (ya no justificar) todo tipo de agresiones a mandatarios dispuestos a defender su soberanía, entre ellas las urdidas contra el proceso  bolivariano para  acabar con el “chavismo” y su liderazgo entre los pueblos que luchan contra la  dominación del capital.
Más, pese a su  poder mediático, el imperio  no ha logrado disfrazar la  dura  realidad  de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, a quienes no les han hecho falta ni teoría ni  estadísticas  para corroborar  el caos  económico, social, político  y ecológico en que los ha  sumergido  el sistema capitalista,  depredador por naturaleza. Por lo que  el imperio se ha visto obligado  profundizar el embrutecimiento de esa mayoría, especialmente a jóvenes y niños, incluidos los propios estadounidenses, con el fin de evitar la multiplicación  de protestas populares.
Además de reforzar  la tradicional criminalización del enemigo y la compra o captación de  adeptos, se ha dedico a despolitizar a eventualesales insurgentes reinventando la historia,  sacralizando el presente, exacerbando la identidad generacional,  fragmentando las luchas -mujeres, campesinos, jóvenes, ecologistas, sexo diversos, reformistas, etc.– y, fundamentalmente, restaurando un poder religioso promotor de  la resignación mundana en pro de la felicidad eterna.
Así, poco a poco  ha ido construyendo una nueva mitología occidental en torno a súper héroes de ficción, agentes de fuerzas del orden civiles y militares,  estrellas del espectáculo, capos del narcotráfico y profetas apocalípticos, protagonistas de dibujos animados, series televisivas, documentales,  películas y video juegos.
Lamentablemente nuestros jóvenes, revolucionarios o no, afectados por la guerra y deslumbrados por la calidad esos medios, están asimilando esa visión del mundo. Por lo que urge: aplicar las normas pertinentes,  depurar nuestros medios de la lógica comunicacional del capital e instrumentar una campaña sistemática de contra información centrada en desenmascarar  didácticamente las intenciones  enemigas e informar, hasta donde sea posible, los peligros que nos amenazan.