El emperador y su concubina

Por Tiburciosamsa

Una de las historias de amor más famosas de la literatura china es la del emperador Xuan Zong y la concubina Yang Gui Fei.

Xuan Zong ascendió al trono en el 712, en pleno apogeo de la dinastía T’ang. De joven había sido un gobernante activo y decidido. Más tarde, cuando le llegó la crisis de los cuarenta, la resolvió como la solían resolver los emperadores chinos: follando y follando, que para eso era el emperador y tenía todo un harén a su disposición. Por muy emperador que fuera, le sucedió lo que a tantos otros cuarentones, que acabó encoñado con uno de sus polvos, la hermosa Yang Gui Fei, a la que le sacaba 34 años. Dado que follar es más descansado que gobernar, Xuan Zong comenzó a dedicarse a inspeccionar nubes como cierto Presidente del Gobierno español y fue dejando las tareas de gobierno en manos de los familiares de Yang Gui Fei. El mal gobierno dio paso al malestar general y en el 755 estalló una revuelta, encabezada por uno de los mejores generales de la dinastía, An Lu-shan. El emperador y su concubina se vieron obligados a huir de la capital. En un sitio llamado Me-wei, las tropas que les acompañaban se amotinaron. Estaban hartos de la concubina y de sus familiares. El emperador se vio obligado a ordenar que ejecutaran a Yang Gui Fei para dar satisfacción a las tropas.

Bai Juyi (772-846) cantó esta historia en la “Canción de la pena sin fin” de una manera mucho más poética que yo (la traducción es de C.G. Moral):

Durante el frescor de la primavera la dejaron

bañarse en el estanque de las Flores Puras,

el agua suave de la fuente mojaba su piel lisa.

Auxiliada por sus doncellas, salió grácil y cansada.

Entonces recibió los favores imperiales.

Cabellera de nube, cutis de flor, alhajas de oro,

tras las cortinas color de hibisco conoció las noches primaverales,

noches muy breves, interrumpidas sólo por la salida del sol.

Fue entonces cuando el Soberano comenzó a

abandonar las audiencias.

Acompañando al Emperador en los paseos y los festejos,

nunca quieta,

sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.

Tres mil bellezas habitaban el palacio,

pero el amor sólo existía para ella.

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Desde Yu Yuang los tambores de guerra estremecen la tierra

poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.

Polvo y humo cubren los nueve palacios,

mil carros y diez mil jinetes corren hacia el sudoeste.

Llenas de miedo, las banderas imperiales avanzan

y a cien lis de las puertas de la capital se detienen.

El ejército rehusa avanzar más, hay que retroceder.

Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas

de mariposa ante los caballos.

Sus adornos floreados quedaron por el suelo, y

nadie los tocó.

Nadie tocó el adorno de su pelo, el gorrión de oro

cubierto de plumas de martín pescador, ni

la horquilla de jade.

El Soberano que no pudo salvarla ocultó su rostro,

la miró por última vez y lloró lágrimas de sangre.

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Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.

Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,

en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,

en el sitio sólo de su muerte.

El Soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.

Después, abandonando los caballos, entran en la capital.

Jardines y estanques. Todo está igual,

lotos de T’ai Yi, sauces del palacio de Wei Yang.

Los nenúfares recuerdan su faz, los mimbres sus vibraciones.

Ante ellos, no pudo contener las lágrimas.

Las flores del durazno y del ciruelo se abren con el viento de la primavera,

las hojas de los plátanos caen bajo las lluvias del otoño,

las yerbas cubren el patio del Palacio de Occidente,

las hojas muertas, que nadie quita, enrojecen las escalinatas.

Los comediantes del Jardín de los Perales tienen ya los cabellos blancos,

han envejecido los eunucos y las sirvientas del Palacio de los Pimenteros.

Por la noche, cuando revolotean las luciérnagas, el Emperador se aflige

y enciende la lámpara, solitario, sin encontrar reposo.

Campanas y tambores van desgranando lentamente la larga noche,

brilla la Vía Láctea, pronto amanecerá…

bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.

¿Quién querría compartir una habitación helada?

Ya un largo año separa al vivo de la muerta

y su espíritu no ha regresado a él ni en el sueño.

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¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno.”

Las dos estrellas que los chinos llaman la Tejedora y el Zagal están separadas por la Vía Láctea. Se encuentran sólo una vez al año, en la séptima noche del séptimo mes, que según la cuenta china es el primer mes del otoño. Se puede imaginar el juego simbólico que esto da a un poeta.

Un autor cuenta que el Emperador compungido pidió a un mago que le trajera el espíritu de su amada. El mago marchó al este, hasta donde se encuentra el Mar del Cielo y halló a Yang Gui Fei. El mago le pidió que, como prueba de que la había encontrado, le contase algo que sólo conociesen el Emperador y ella. Yang Gui Fei le dijo: “En el décimo año de T’ien pao (751) estaba asistiendo a Su Majestad en el palacio de verano de la Montaña del Caballo Negro. En la noche de la reunión de las estrellas del Zagal y de la Tejedora, justo a medianoche, mandó a sus ayudantes y a sus guardias a las alas este y oeste y yo me quedé sola con Su Majestad. Entonces miró al cielo, conmovido por la historia del Zagal y la Tejedora, y en secreto nos juramos que seríamos marido y mujer durante todas las vidas futuras. Después de que hubo hablado, agarró mi mano y ambos nos pusimos a llorar. Esto es algo que nadie sino el Emperador mi señor sabe.” Cuando el Emperador oyó el relato del mago, quedó abrumado por el pesar.

Li Shang-yin (812-858) escribió el siguiente poema basado en esta historia:

Un vacío rumor, ese otro mundo más allá de los mares.

No podemos adivinar otras vidas, esta vida está acabada.

En vano oye a los Guardias Tigre sondear el repiqueteo nocturno,

Nunca volverá el Hombre Gallo a reportar la salida del sol.

Este es el día en el que seis ejércitos conspiran para detener sus caballos:

La séptima noche de otro año se burló de la estrella del Zagal.

¿Qué importa que durante cuatro décadas fuese el Hijo del Cielo?

Es menos que Lu, el que se casó a Sin-Pesar”.

Desde la óptica de un chino de aquellos tiempos, el poema es escandaloso, al dar a entender que el Emperador con gusto habría renunciado a su Trono a cambio de disfrutar de la dicha conyugal de Lu.

Fueron muchos los poetas que utilizaron la historia como imagen para sus poemas. En la poesía china se valoraba mucho el ser capaz de colocar alusiones a hechos que toda persona cultivada debería conocer. Parte del placer de la lectura consistía en descubrir esas alusiones.

El viento del este suavemente difunde su calor celestial

la luna se desliza tras su velo de neblina perfumada

temerosa de que esta flor no dure mucho más

enciendo una vela alta para ver su rostro carmesí.”

Descubrir la alusión a Yang Gui Fei en este poema de Su Shih (1037-1101) es para nota. El viento del este alude a la primavera, que le hace pensar en Yang Gui Fei. La flor perecedera es la propia Yang Gui Fei, a la que el Emperador llamaba “su begonia”. Finalmente, Su se acuerda que en cierta ocasión Gui Fei se cogió tal borrachera que estuvo dos noches durmiendo en el jardín. En el último verso el poeta está tendo a contemplar su rostro a la luz de la vela.

Hemos visto que los poetas cogieron la historia y le dieron más vueltas que a un calcetín. Pero, ¿qué pensaban sus protagonistas? Ni idea de lo que habría dicho Yang Gui Fei, pero sí que tenemos un poema que el Emperador Xuan Zong escribió dos años después de lo sucedido:

Completada la gira regresa nuestro carruaje

a los picos cubiertos de nubes de la Puerta de la Espada

su pantalla de jade plegado de una milla de altura

sus muros de cinabrio rotos por héroes

nuestros pendones ondean a través de una alfombra de árboles

nubes etéreas rozan nuestros caballos

estar a la altura de los tiempos depende de la virtud

cuán cierta es esta inscripción”

La clave del poema está en los dos versos finales. Xuan Zong reconoce que no estuvo a la altura de las circunstancias, que no supo cumplir su misión. Lo que queda es el arrepentimiento y la sensación de fracaso. Ni un mal recuerdo a su concubina. ¿Qué habría pensado Yang Gui Fei de este poema?